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miércoles, 24 de abril de 2013

MARHUENDA, LA VOZ DE SU AMO



Alberto Garzón pone en su sitio a Paco Marhuenda







MARHUENDA, LA VOZ DE SU AMO

Alberto Soler Montagud

He llegado al límite de lo tolerable y tal vez reviente si sigo guardando silencio. Por ello, voy a decir sin tapujos que siento aversión por cierto personaje llamado Francisco Marhuenda. Matizaré que tal desafecto nada tiene que ver con la vida privada de tan desabrido periodista (y a la vez tertuliano), sino sólo con el personaje que con ahínco interpreta cuando justifica las mentiras y las bribonadas y felonías cometidas por ciertos miembros del Partido Popular o los errores que dicho partido (como cualquier otro) comete.

Si bien hasta ahora me resultaba tolerable, en los últimos meses es tanto el ahínco que muestra Marhuenda en su papel de paladín de Génova 13, que  ha llegado a convertirse en un esperpento, un bufón de la derecha y, sobre todo, la voz de quien fuera su amo. Un amo a quien el periodista lisonjea con servilismo y a quien entroniza como si de un peluchón de andar por casa se tratara al que, metafóricamente, me imagino abrazado con arrobamiento en esos momentos íntimos en los que tan confortable resulta ir con chanclas viejas y un batín raído por el uso.

Señor Marhuenda, exaltado defensor de causas perdidas, ¿sabe usted que desde hace tiempo me intriga una cuestión relacionada con su persona? No obstante, prefiero dejarla para el final, pues puede más mi ansia catártica y necesito expresar la urticaria que me producen sus estrafalarios intentos por  respaldar lo que no se sostiene, justificar lo injustificable y por negar unos errores del PP que hasta un ciego podría ver.


¿Por qué defiende usted a los populares con tanto ahínco?

Parece mentira que todo un director de un prestigioso diario (por más que a veces no lleve mas razón que la que consta en su cabecera) se muestre tan servil y sumiso en la defensa de ese partido que, quien sabe, si le compensará de algún modo por sus esfuerzos al ensalzarlos y tapar (como sinónimo de justificar) sus agujerillos tanto éticos como incluso contables.

Sin embargo, y aunque no lo crea, señor Marhuenda, me hace usted sufrir por la apocada y triste imagen que ofrece cuando ensalza por sistema a ese Rajoy al que adula y hasta adora. Sufro cada vez que farfullea cuando, desde la lógica racional, sus contertulios le contradicen. Sufro con sus conatos de tartamudeo en las situaciones límite cuando su cara se desencaja y le aparece ese tic de negación con la cabeza diciendo varios “no” a lo que aun no ha dicho su interlocutor.


¡Ay don Francisco! debería usted cuidarse. 

Le percibo cada vez más estresado en sus comparecencias televisivas, y eso no debe ser bueno. Si me lo permite, le recomiendo que, por motivos de salud, abandone las tertulias y deje de salir por la tele al menos una buena temporada, un año sabático quizás. Sería bueno señor Marhuenda y no sólo para usted; también para quienes seguimos los debates en los que participa y, aun más, para los presentadores y tertulianos con quienes comparte plató y que, solo por aguantar algunos de sus insostenibles argumento, se habrán ganado ya el cielo.


Es sólo curiosidad...

En fin señor Marhuenda, no le molesto ya mas. Voy a interrumpir aquí mi arenga, pero no sin antes plantearle la cuestión que le anuncié al principio. 
Se trata de lo siguiente: últimamente, tengo la impresión de que transpira usted mucho en los programas de televisión a los que acude. No sé si será por los focos, pero solo en usted lo aprecio y no en otros tertulianos. 
 
 
Hasta en el pelo se le nota cuando queda suelto ese mechoncillo que tan poco le favorece. 
Puede que sea un efecto (o defecto) de mi deslucida pantalla de plasma –que tiene ya sus años– pero a veces observo en su frente unos brillos más oleaginosos que acuosos; y siendo que el sudor es básicamente agua con unas cuantas toxinas y sales minerales diluidas,  me pregunto que será lo que usted transpira por la piel y que le confiere cierta pringosidad (insisto, a través de la tele, pues igual en directo está usted fresco, saludable y hasta más sexy que George Clooney). 

Le ruego que no vea en esta observación ningún afán por perturbarlo. Es solo curiosidad; puede que preocupación y, como ya he dicho, sólo una observación hecha desde el lado más fisgón e inocente de mi humilde persona y, sobre todo, sin acritud.

Nada mas, señor Marhuenda. Solo voy a pedirle que no se olvide usted de mi consejo y que se tome las cosas con más calma, e incluso ese año sabático que le sugiero.

Con todos mis respetos.
 
 
 
 

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