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sábado, 13 de abril de 2013

¿Y si hablamos de la III República?


Hasta hace bien poco, la mera sugerencia de la posibilidad de abrir un debate sobre una III República española ante gente del establishment político y mediático madrileño, te valía recibir una mirada entre extrañada y conmiserativa, cual si estuvieras loco de atar. Incluso -sobre todo- si eran políticos, periodistas o intelectuales orgánicos de la Vieja Guardia felipista.

Si alguien se dignaba justificar las razones de semejante veda a lo que tú solo proponías como un ejercicio intelectual, cuatro argumentos salían a colación: el asunto había quedado zanjado en la Transición; la monarquía era eficaz en un país tan complicado como España; la monarquía salía barata, y, last but not least, Juan Carlos I se había ganado el derecho a reinar en paz por su decisivo papel en el paso del franquismo a la democracia y su actuación el 23-F.

Ocurre, sin embargo, que en la Transición no hubo un debate ciudadano democrático sobre monarquía o república. La correlación de fuerzas era aplastantemente favorable a las fuerzas conservadoras, y éstas dejaron clarísimo que, sin la monarquía de Juan Carlos I designada por el general Franco, no permitirían que los españoles disfrutaran de un mínimo de libertades y derechos. En semejante tesitura, no había más remedio sensato que aceptarlo.

Y ocurre asimismo que la monarquía –con el caso Urdangarin, cacerías como la de Bostwana, los enredos de Corinna y lo que aún no sabemos- se ha convertido ahora en un problema en sí mismo, en un lío más en la complicada España. Y ocurre también que, por lo que vamos sabiendo, no es tan barata: al presupuesto de la Casa Real públicamente conocido cabría añadirle muchos otros millones de euros desembolsados por diferentes departamentos gubernamentales. Y ocurre también que, con sus reiterados errores, Juan Carlos I ha dilapidado el capital que acumuló en la Transición y el 23-F. Y esto último ante los ojos de los que peinamos canas, porque jamás tuvo ese capital para aquellos –los más de los españoles- que nacieron con Franco ya en la tumba, y, por ello, ni vivieron aquellos años convulsos ni, dicho sea de paso, tuvieron la oportunidad de votar la Constitución que rige sus vidas.

Empezamos a ser unos cuantos los que, si hace unos años mencionábamos lo de la III República como un mero “ejercicio intelectual”, comenzamos a pensar que el cambio en la forma de Estado -la incorporación a España de una fórmula republicana que funciona bien en Estados Unidos, Francia y Alemania, por tan sólo citar a países bien vistos hasta por nuestra derecha- pudiera ser la clave de bóveda de la regeneración, reforma, reconstrucción, renacimiento, como ustedes quieran llamarle, que precisa la manifiestamente mejorable democracia española.

¿Y si se dejara de satanizar a aquellos que dicen que la Transición estuvo bien en su momento, pero que han pasado casi 40 años y éste es otro mundo, un mundo que protagonizan nuestros hijos, jóvenes que no han conocido a Franco y Tejero, no han vivido en la Guerra Fría y han crecido con la televisión, los teléfonos móviles e Internet? Thomas Jefferson decía que la idea de que una generación puede imponer sus reglas de convivencia a las siguientes para siempre jamás es arrogante y autoritaria.

España no saldrá de su crisis económica sin otro modelo productivo, sin encontrar qué es lo que puede fabricar para el mercado global que tenga buena demanda, sea de calidad y salga a precio razonable. España pide a gritos una mejora de su sistema de Justicia. España necesita reglas durísimas contra la corrupción política, la especulación financiera e inmobiliaria y el compadreo entre gobernantes y grandes empresarios y banqueros. España no ha resuelto sus querellas territoriales y bien podría ensayar un verdadero sistema federal. España tiene una ley electoral inicua que favorece el bipartidismo a nivel general y el nacionalismo en determinadas comunidades, dificultando el acceso al Parlamento de terceras fuerzas.

España tiene muchos y graves problemas. Desde los cimientos al tejado, su edificio presenta grietas y goteras por todas partes, no pocas estructurales. Por mucho menos hay gente en Francia que, a raíz del affaire Cahuzac, está sugiriendo pasar de la V a la VI República.

De modo que quizá no sea tan “lunático” sugerir que las profundas reformas que precisa esta gran nación de naciones podrían tener como clave de bóveda la idea de una III República.

Intuyendo lo que puede venir, los conservadores más listos del centroderecha y el centroizquierda comienzan a pedirle a Juan Carlos que, en aras del porvenir de la monarquía, abdique en su hijo. Bueno, en ese caso, tal vez podríamos debatir entre una II Monarquía Constitucional y una III República. Eso estaría a la altura de nuestros males y a la altura de lo que reclaman y merecen nuestros hijos.






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