EL ZOO DE COPENHAGUE MATA A UNA JIRAFA
El zoo de Copenhague ha matado en
público a una jirafa sana de dos años y ha descuartizado su cuerpo,
arrojando sus restos a los leones. Ha justificado su decisión, alegando
problemas de consanguinidad y ha recordado que sacrifica al año entre 20
y 30 animales. El director del zoo afirma que es una medida orientada a
preservar la supervivencia de las especies acogidas, garantizando su
“excelencia genética”. La jirafa se llamaba Marius y ha sido sacrificada
con una pistola de perno.
Entre los espectadores había menores de edad y
familias con niños pequeños. No ha servido de nada las miles de firmas
recogidas por diferentes asociaciones comprometidas con la defensa de
los derechos de los animales. Tampoco han conseguido nada las peticiones
populares on line, con un volumen notable de adhesiones. Ni siquiera la
oferta de otros zoológicos de acoger a Marius ha frenado la decisión de
acabar con su vida. Diferentes ONG danesas han manifestado que el
sacrifico y el descuartizamiento de Marius ha constituido un espectáculo
“bárbaro” y “falto de ética”.
No se me ocurren palabras para expresar mi indignación. Si liberara mis
pensamientos, encadenaría una larga lista de improperios, pero creo que
Marius necesita una defensa racional, aunque sea post mortem.
He de admitir que de pequeño me gustaban los zoológicos, pero en mi
adolescencia comprendí que eran verdaderos centros penitenciarios. No he
olvidado la imagen de un tigre en el zoo de Lisboa, paseando de un
extremo a otro de la jaula, con gesto de desesperación. Por entonces, no
sabía que esa clase de conductas se llaman estereotipias y se producen
por una combinación de angustia, miedo y ansiedad.
A veces, aparecen
acompañadas de automutilaciones e incapacidad reproductiva. El 40% de
los elefantes recluidos en zoológicos sufren estereotipias. Los caballos
estabulados también son muy proclives a estos cuadros de inadaptación.
Las estereotipias pueden corregirse con recintos más grandes y con
estímulos que reproduzcan su hábitat natural. Los santuarios son una
alternativa para estos animales perturbados por un capricho del ser
humano. A veces las estereotipias son irreversibles, pues causan
alteraciones permanentes en el cerebro.
No creo que los zoológicos pretendan
conservar las especies. Su función es entretener y, en ese sentido, se
parecen a los circos que hasta hace poco tiempo exhibían fenómenos,
seres humanos con alguna patología particularmente llamativa que
despertaba la curiosidad morbosa de personas sin escrúpulos. Hace
tiempo, leí que en Estados Unidos se podía contemplar a personas con
obesidad mórbida en gigantescas peceras de cristal, pagando una entrada.
Cualquier mente con un mínimo de sensibilidad entiende que una
exhibición de esta naturaleza atenta contra la dignidad del ser humano y
degrada moralmente al que se implica como espectador. La indigna y
cruel muerte de Marius debería invitarnos a reflexionar sobre nuestra
conducta con los animales. Muchos presuponen que son objetos sin derecho
a la libertad y a la vida. Es lo que manifestó en el Congreso Toni
Cantó, diputado de UPyD. Mario Vargas Llosa y Fernando Savater
han expresado lindezas semejantes, ganándose el justificado desprecio de
miles de personas.
Yo entiendo que el especismo es una forma de racismo
y no merece otra calificación moral que la esclavitud, la xenofobia, el
machismo, la homofobia o el fascismo. No podemos cambiar el orden
natural. Los grandes depredadores continuarán cazando, pero nuestra
racionalidad nos obliga a regular nuestros actos mediante principios
éticos. Los derechos de los animales no se limitan a las especies
domésticas (fundamentalmente, perros y gatos), sino que deben extenderse
al resto de los seres vivos. Por lo menos, a los que tienen un sistema
nervioso central y experimentan sentimientos complejos.
La tristeza y la
alegría no son un patrimonio exclusivo del ser humano. Coetzee ha
comparado los mataderos con los campos de exterminio y, aunque le han
acusado de demagogo, pienso que no se equivoca, pues los nazis se
inspiraron en los mataderos de Chicago para sistematizar el exterminio
de judíos, gitanos, eslavos, homosexuales y otros grupos presuntamente
indeseables.
Se han realizado estudios psicológicos sobre criminales
nazis y se ha llegado a la conclusión de que pudieron acostumbrarse a la
rutina de matar a sus semejantes, adaptando su mente a la perspectiva
del matarife, que contempla sin pena a cerdos, vacas, caballos o
terneros. Los defensores de los animales no humanizamos a otras
especies. Más bien habría que decir que nos deshumanizamos al matarlos,
descuartizarlos y devorarlos.
Marius tenía derecho a vivir en libertad, pero sólo conoció el
cautiverio y una muerte cruenta. Su triste destino nos recuerda una vez
más que la excelencia ética –la genética es irrelevante- se mide por la
compasión hacia los seres más débiles y vulnerables. El director del zoo
de Copenhague me recuerda a Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, que
escribió al final de sus memorias: “Nunca comprenderán que yo también
tenía corazón”.
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