Ayer supe por fin que en cuestión de horas ingresarán por fin en mi
cuenta los ahorros que me fueron escamoteados mediante el engaño de las
preferentes. Fui de los que se sometieron al arbitraje ofrecido por
Bankia y, si lo hice, fue porque tenía claro que, dada mi deficiencia
visual, que me incapacita para leer documentos en papel y que la de las
preferentes, que yo creó siempre un depósito, era mi primera inversión
en más de treinta años de cliente de Caja Madrid. Y si me sometí al
arbitraje es porque tengo un sentido estricto de la justicia y no dudaba
que se reconocería el engaño, como finalmente ha ocurrido.
Habrá entonces quien piense que debo estar satisfecho y que mis
problemas con las preferentes terminan aquí. Nada más lejos de la
realidad, porque, si he podido recuperar todo lo estafado, como
bastantes de los estafados por entidades ahora intervenidas es porque
dichas entidades han sido rescatadas con los miles de millones de euros
que nos dejó Europa y que acabaremos pagando todos los españoles. De no
ser así, las cajas saqueadas por los Blesa, Rato y compañía se habrían
desecho como un azucarillo en el agua y sus clientes hubiésemos quedado
compuestos y sin ahorros.
Lo que quiero decir es que lo que se me ha devuelto lo están pagando o
lo van a pagar todos los españoles que cumplen con sus obligaciones
fiscales y que no estoy dispuesto a consentir que, mientras tanto, los
verdaderos causantes de esa ruina, Miguel Blesa, por ejemplo, disfruten
del lujo asiático que se han comprado, rapiña a rapiña, con todo lo que
desviaron en comisiones, dietas, bonus o favores a empresas, si no
propias, de amigos, hasta dejar las Cajas que se les encomendó gestionar
como un castillo de naipes en medio del vendaval de la crisis.
Ayer se conocieron las peticiones fiscales para los directivos de la
Caja de Ahorros del Mediterráneo por haber arruinado dolosamente, según
el fiscal y los abogados que representan a los nuevos propietarios, la
boyante caja que se perdió en un mar de dietas inventadas, créditos a
familiares y amiguetes e inversiones a todas luces fraudulentas. Es la
primera de las gestiones de cajas que llega al banquillo y fue, según
los responsables de deshacer el enorme desaguisado, lo peor de lo peor. Y
me parece poca cárcel, que ni siquiera llegarán a cumplir si son
condenados, para quienes acabaron con los ahorros, la salud y la
seguridad en la vejez de miles de humildes clientes. No olvidemos que
hace unos días murió una de ellas mientras esperaba entrar a la sala en
la que se vería el juicio por la reclamación de sus ahorros.
Poca petición para él y poca la que, me temo, habrá para Miguel Blesa,
el mismo que empleaba la mayor parte de su jornada en atender las
peticiones de favores de sus amigos o en justificar la imposibilidad de
hacer los demasiado descarados que los órganos de control de la Caja no
le permitían.
¡Que lo paguen! Que les hagan devolver hasta el último céntimo de su
botín, para que, ni ellos ni sus herederos disfruten de lo que se les
robó a esos ciudadanos a los que despreciaron hasta el punto de robarles
el futuro.
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