A día de hoy, 95 años después del asesinato de la familia
real rusa, no se sabe a ciencia cierta cuántos asesinos estuvieron involucrados
en el regicidio. Según una versión, fueron ocho los implicados en el regicidio.
Conforme a otra, el número se eleva a once, tantos como víctimas de la matanza.
Los que desempeñaron un papel más relevante en el pelotón
de ejecución fueron Yákov Yurovski y Medvédev-Kudrin.
Posteriormente escribieron unas memorias en las que
describieron en detalle la noche del asesinato. Ambos se sentían orgullosos de
su papel en la historia. Los dos, hasta el final de sus vidas, ostentaron altos
cargos de la administración y disfrutaron de una posición respetable en el seno
de la sociedad soviética.
En 1918, Yákov Mijáilovich Yurovski (1878-1938) era
comandante de la casa Ipátiev, en Ekaterimburgo (Sverdlovsk, en tiempos
soviéticos), donde mantenían bajo arresto a la familia real, y presidió el
pelotón de fusilamiento que acabó con la vida del último emperador de Rusia, junto con su esposa y sus cinco hijos.
El sótano de la casa de Ipatiev trás la ejecución de la familia Romanov. Fuente: Archivo
Según Yurovski, él disparó mortalmente contra el zar. La
participación de este, que era judío, en el regicidio permitió afirmar después
a los nacionalistas que “a nuestra padrecito el zar lo mataron los ‘inorodtsy’
(habitantes no rusos durante el zarismo)”. En realidad, los ‘inorodtsy’ eran
sólo dos: él y el fusilero letón Tselms, cuya participación en el asesinato no
está definitivamente probada.
Yurovski, de profesión joyero, se propuso encontrar los
diamantes de la familia real en la noche de la ejecución. Y, en efecto, los
encontró: después de registrar los cadáveres descubrieron que entre la ropa de
las hijas del zar habían cosido abundantes joyas (pesaban más de ocho kilos).
Yurovski entregó todos los objetos de valor al comandante
del Kremlin de Moscú. Los primeros bolcheviques eran gente bastante
desinteresada en el plano material, pero de una crueldad infinita.
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En la hoja de servicios de Yurovski, figuran los cargos de
presidente de la Cheká provincial de los Urales, Jefe del Tesoro del Estado
Soviético (Gosjran) y director del Museo Politécnico de Moscú. Todos ellos eran
puestos de muy alto rango y de importancia estratégica en los primeros años del
gobierno soviético.
Murió en el hospital del Kremlin cuando ser atendido allí
era un privilegio reservado a muy pocos, especialmente destacados funcionarios
del Estado. El diagnóstico: una úlcera péptica. Según testigos presenciales, su
agonía fue dolorosa.
Una cuestión de orgullo y la redacción de las memorias
Algunos de los asesinos del zar eran amigos entre sí y se
veían a menudo. Yurovski, Goloschekin y Medvédev, todos ellos participantes en
la ejecución, a veces rememoraban el crimen mientras tomaban una taza de té.
Les gustaba hablar especialmente de quién había sido el
primero en disparar aquella noche. Una vez, Yurovski llegó al encuentro con
aire triunfal. Había recibido un libro publicado en Occidente, donde, blanco
sobre negro, se leía que él era el asesino de Nicolás II. Estaba pletórico de
felicidad.
Mijaíl Aleksándrovich Medvédev-Kudrin (1891-1964) también
ocupó cargos de relevancia después de la revolución. Durante un tiempo fue
ayudante del jefe de la 1ª Sección Especial del NKVD de la URSS.
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En 1930, se dedicó a dar charlas sobre el regicidio en los
institutos superiores provinciales. A finales de la década de 1950 se le asignó
una pensión personal de 4.500 rublos, una cifra alta para la época. En un
encuentro con estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal
de Moscú (MGU) rememoró con sumo placer cómo, en 1918, él y sus compañeros bolcheviques
ahorraron cartuchos y remataron con bayonetas a los enemigos de la clase
trabajadora.
En esas memorias impugna el papel dirigente de Yurovski y se atribuye el mérito principal en la aniquilación de la familia del zar. Medvédev fue enterrado con honores militares en el cementerio de Novodévichi, la necrópolis más prestigiosa de Rusia. En su testamento, Medvédev legó la pistola Browning con que mató a Nicolás II a Nikita Jruschov.
Después de la muerte de Medvédev, su hijo convenció al de Nikulin para que grabaran sus testimonios sobre los acontecimientos de la noche del regicidio en un estudio de radio.
Otro miembro del pelotón de ejecución, Radzinski, grabó sus recuerdos en un magnetófono: “Un hombre bajó al agua con cuerdas y sacó los cadáveres. El primero que sacaron fue el de Nicolás. El agua estaba tan fría que los rostros de los cadáveres estaban sonrojados, como si estuvieran vivos…
El camión se atascó en un lodazal, y a duras penas avanzábamos… Y de pronto tuvimos una idea y actuamos en consecuencia… Decidimos que no encontraríamos un lugar mejor… Excavamos en el lodazal… sumergimos los cadáveres en ácido sulfúrico… Los desfiguramos… Cerca había una vía férrea… Llevamos las traviesas podridas para camuflar la tumba. Enterramos en el lodazal sólo a algunos de los ejecutados, a los otros los quemamos… Quemamos el cadáver de Nicolás, me acuerdo… Y el de Botkin también… Y creo que el de Alexis…”.
A principios de la década de 1980, a Yuri Andrópov, entonces jefe del KGB, le gustaba escuchar algunas tardes los testimonios de los regicidas. Según se dice, estas grabaciones se conservan todavía hoy en los archivos del Comité para la Seguridad del Estado.
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