Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


martes, 9 de septiembre de 2014

La realidad no es capitalista. En el masivo cuerpo social del Imperio


En el masivo cuerpo social del Imperio (cuerpo cuya consistencia e inercia son las de una medusa varada), se han implantado electrodos, cientos, miles de electrodos tan diversos que incluso los hay que ni parecen electrodos. Está el electrodo Tele, por supuesto, pero también el electrodo Dinero, el electrodo Farmacéutica y el electrodo Jovencita, o Jovencito, agente de animación en la gestión dictatorial de los placeres, los efectos y las emociones que los dirigentes de la megacorporación imponen: realidad y trasfondo de los códigos abstractos del espectáculo, falacia de la que el rostro prefabricado de los representantes imperiales es su publicitario apogeo.  




Hasta nueva orden, todos vuestros ya inexistentes derechos han quedado suspendidos. Sin embargo, es conveniente que conservéis por algún tiempo la ilusión de que aún disfrutáis de algunos de ellos, eso os mantendrá crédulos y obedientes durante el tiempo necesario. Pero, por favor, seguid siendo pragmáticos como hasta ahora habéis sido y no habléis más de leyes, ni de la Constitución, ni de todas esas elucubraciones de otra época. Hace mucho tiempo, como ya habréis notado, hemos colado leyes que nos ponen por encima de las mismas, así como de esta supuesta Constitución en la que, dicen, se aloja vuestra soberanía. 


Sois multitud, ciertamente, pero sois débiles y estáis aislados por nuestra ingeniería social, aturdidos por nuestros placebos, engañados por nuestra máquina mediática. Nosotros no somos tan numerosos, pero estamos organizados, nos nutrimos de vosotros, que con tanto ahínco servís a nuestros intereses, por eso somos fuertes y lúcidos, porque sabemos apropiarnos de lo mejor y ponerlo a nuestro servicio. Algunos dicen que somos una mafia. Error: somos la mafia, la que ha vencido a todas las demás. Sólo nosotros estamos en condiciones de protegeros del calculado caos que nosotros mismos hemos instaurado. Es por ello que nos gusta tanto inocularos sentimientos de culpabilidad, de debilidad y de inseguridad, proporcionales a la magnitud y rentabilidad de nuestros chanchullos.




Para vosotros, el juego consistirá en procurar escapar o, cuanto menos, intentarlo. Escapar significa: superar vuestro estado de absoluta dependencia. Pero lo cierto es que, por ahora, dependéis de nosotros en todos los aspectos de vuestra resignada existencia. Coméis lo que nosotros producimos, respiráis lo que nosotros contaminamos, el menor resfriado os pone a nuestra merced, pero sobre todo, no podéis nada contra el poder de nuestra policía, a quien hemos conferido toda la libertad, tanto de control y acción como de evaluación.




No lograréis escapar solos. Para ello, necesitaríais constituir indispensables solidaridades. Sin embargo, hemos liquidado toda forma de sociabilidad autónoma. No hemos dejado subsistir más que el trabajo: la sociabilidad bajo control. Para vosotros, pues, se tratará de escapar de él mediante el robo, la amistad, el sabotaje y la auto-organización. ¡Ah!, pero, una precisión: hemos decretado criminal cualquier forma de huida.




No cesamos de repetirlo: los criminales, los terroristas son nuestros enemigos. Pero por esto mismo debéis entender que, en tanto fugitivos potenciales, cada uno de vosotros y vosotras es un criminal, un terrorista en potencia. Por eso es necesario registrar cada uno de vuestros movimientos, cada una de vuestras acciones, por nimias que puedan parecer. Todo nuestro dispositivo tecnológico está dirigido a ello, tanto desde el punto de vista policial, como del comercial.



En este nuestro juego, aquellos y aquellas que desertan de su aislamiento se denominan “criminales”, y a quienes tengan la osadía de cuestionarnos, los llamamos “terroristas”. Estos últimos serán “legal” y directamente suprimidos.



Somos muy conscientes de que la vida en las filas de nuestra sociedad contiene tanta alegría como un entierro; que en materia de riqueza, el capitalismo, hasta hoy, no ha producido más que una universal desolación; que nuestro orden carcomido no tiene más argumentos que las armas que lo protegen. Pero qué queréis: ¡así es! Os hemos desarmado mental y físicamente; y ahora detentamos el monopolio de aquello que os prohibimos: la violencia, la complicidad y la posibilidad de intervenir. 


VUESTRO GOBIERNO EN LA SOMBRA
CAMBIANDO VUESTRA LIBERTAD POR NUESTRA SEGURIDAD


Nada falta al triunfo de la civilización.

Ni el terror político ni la miseria afectiva.

Ni la esterilidad universal.

El desierto ya no puede crecer más: está en todas partes. Pero aún puede profundizarse.

Frente a la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que toman nota, los que denuncian y los que se organizan. Estamos del lado de los que se organizan.





 
Esto es un llamamiento. Es decir que se dirige a los que lo escuchan. No haremos el esfuerzo de demostrar, de argumentar, de convencer. Iremos a la evidencia.

La evidencia no es una cuestión de lógica, ni de razonamiento. Está del lado de lo sensible, del lado de los mundos. Cada mundo tiene sus evidencias. La evidencia es lo que se comparte o lo que parte. A través de lo cual toda comunicación vuelve a ser nuevamente posible, no está ya postulada, sino que debe construirse. Y eso, esa red de evidencias que nos constituye, se nos instruyó a ponerla en entredicho, a esquivarla, a silenciarla, a guardarla para nosotros. Se nos instruyó tan bien, que todas las palabras faltan cuando queremos gritar.



En cuanto al orden que padecemos, cada cual ha de saber a qué atenerse: el imperio salta a la vista. Un régimen social agonizante que no tiene más justificación para su arbitrariedad que su absurda determinación –su determinación senil– de, simplemente, durar. Una policía, mundial o nacional, que ha recibido carta blanca para poner en su lugar a quienes se pasen de la raya. Una civilización herida de muerte, que no encuentra en ninguna parte sus propios límites, salvo en la guerra permanente a la que se ha lanzado. Una fuga hacia adelante, ya casi centenaria, que no produce más que una serie ininterrumpida de desastres cada vez más próximos. Una masa humana que se acomoda, a golpe de mentiras, de cinismo, de embrutecimiento o de pastillas, a este orden de cosas. Todo ello, nadie puede pretender ignorarlo.




Y ese deporte consistente en describir interminablemente, con complacencia variable, el desastre presente, no es más que otro modo de decir: “Es así”. El premio a la infamia le corresponde a los periodistas, a todos aquellos que cada mañana hacen como si descubriesen de nuevo las inmundicias que constataron el día anterior. Pero, a estas alturas, lo sorprendente no es la arrogancia del imperio, sino más bien la debilidad del contraataque. Es como una colosal parálisis. Una parálisis masiva que, aún cuando habla, dice tanto que "no se puede hacer nada", al tiempo que admite, exasperada, que “hay tanto por hacer…”, lo cual es lo mismo. Y al margen de esta parálisis, el “hay que hacer algo, lo que sea” de los activistas. Seattle, Praga, Génova, la lucha contra los Organismos Genéticamente Modificados o el movimiento de los parados; hemos tomado parte, hemos tomado partido en las luchas de los últimos años, y ciertamente no del lado de Attac o de los Podemos. El folclore contestatario ha dejado de entretenernos.




En la última década, hemos visto al marxismo-leninismo recomenzar su aburrido monólogo en boca de estudiantes en edad escolar. Hemos visto al anarquismo más puro rechazar incluso lo que no entiende. Hemos visto al economicismo más plano –el de los amigos de Le Monde Diplomatique– convertirse en la nueva religión popular. Y al negrismo imponerse como única alternativa al fracaso intelectual de la izquierda mundial. En todos partes el militantismo se ha entregado de nuevo a rehacer sus construcciones tambaleantes, sus redes depresivas, hasta el agotamiento.


 Han bastado tres años a policía, sindicatos y otras burocracias informales para dar cuenta del breve “movimiento anti-globalización”. Para fragmentarlo. Dividirlo en “terrenos de lucha” tan rentables como estériles. En este momento, de Davos a Porto Alegre, del Medef [patronal francesa] a la CNT, el capitalismo y el anticapitalismo adolecen de la misma ausencia de horizonte. La misma perspectiva mutilada de la administración del desastre.




Lo que se opone a la desolación dominante no es en definitiva más que otra desolación bastante menos provista. En todas partes la misma idea tonta de la felicidad. Los mismos juegos infectos de poder. La misma desarmante superficialidad. El mismo analfabetismo emocional. El mismo desierto. 




 

Decimos que esta época es un desierto y que este desierto se profundiza sin cesar. Esto, por ejemplo, es una evidencia, no es poesía. Una evidencia que contiene muchas otras. Específicamente, la ruptura con todo lo que protesta, con todo lo que denuncia y glosa sobre el desastre. Porque quien denuncia se exime. Pareciera que los izquierdistas acumularan razones para rebelarse de la misma manera que el gerente acumula medios para dominar. Del mismo modo, es decir, con la misma fruición.



El desierto es el progresivo despoblamiento del mundo. La costumbre que hemos adquirido de vivir como si no estuviésemos en el mundo. El desierto se encuentra tanto en la proletarización continua, masiva y programada de las poblaciones, como en los barrios residenciales californianos, ahí donde la angustia consiste justamente en el hecho de que nadie parece sentirla. Que el desierto de la época no sea percibido verifica aún más ese desierto.



Algunos han tratado de nombrar el desierto. De designar lo que hay que combatir, no como la acción de un agente extranjero, sino como un conjunto de relaciones. Han hablado de espectáculo, de biopoder, de Imperio. Pero también eso se ha sumado a la confusión reinante. El espectáculo no es una cómoda síntesis del sistema de los mass-media. Consiste también en la crueldad con la que todo nos remite sin tregua a nuestra propia imagen.





El biopoder no es un sinónimo de Seguridad Social, de Estado del bienestar o de industria farmacéutica, sino que se aloja gustosamente en la atención que prodigamos a nuestro cuerpo como algo precioso, en medio de una cierta extrañeza física tanto de uno mismo como de los otros.



El imperio no es una especie de entidad supra-terrestre, una conspiración planetaria de gobiernos, de redes financieras, de tecnócratas y de multinacionales. El imperio está allí donde no pasa nada. En cualquier sitio donde esto funciona. Ahí donde reina la situación normal. A fuerza de ver al enemigo como un sujeto que nos hace frente –en vez de experimentarlo como una relación que nos sostiene–, uno se encierra en la lucha contra el encierro. Bajo el pretexto de “alternativa”, se reproduce la peor de las relaciones dominantes. La lucha contra la mercancía se convierte en un producto. Nacen las autoridades de la lucha anti-autoritaria, el feminismo con cojones y las cacerías antifascistas.



Formamos parte, en todo momento, de una situación. En su seno, no hay sujetos y objetos, yo y los otros, mis aspiraciones y la realidad, sino el conjunto de las relaciones, el conjunto de los flujos que la atraviesan. Hay un contexto general –el capitalismo, la civilización, el imperio, lo que se quiera–, un contexto general que no sólo pretende controlar cada situación sino que, peor aún, intenta que por lo general no haya situación. Se han ordenado calles y casas, el lenguaje y los afectos, y aún el tempo mundial que todo eso implica, con ese único fin. Se actúa por todas partes de modo que los mundos se deslicen unos sobre otros o se ignoren. La “situación normal” es esta ausencia de situación.



Organizarse quiere decir: partir de la situación y no recusarla. Tomar partido en su seno. Y tejer las solidaridades necesarias, materiales, afectivas, políticas. Es lo que sucede en cualquier huelga en cualquier oficina, en cualquier fábrica. Es lo que hace cualquier banda. Cualquier guerrilla. Cualquier partido revolucionario o contrarrevolucionario.

Organizarse quiere decir: dar consistencia a la situación. Tornarla real, tangible. La realidad no es capitalista.



La posición tomada en el seno de una situación determina la necesidad de aliarse y, por ello, de establecer ciertas líneas de comunicación, circulaciones más amplias. A su vez, esos nuevos vínculos reconfiguran la situación. A la situación que nos ha sido dada, la llamaremos “guerra civil mundial”. Donde ya nada puede limitar el enfrentamiento de las fuerzas presentes. Ni siquiera el Derecho, que participa del juego como otra forma del enfrentamiento generalizado.



El NOSOTROS que se expresa aquí no es un NOSOTROS delimitable, aislado, el NOSOTROS de un grupo. Es el NOSOTROS de una posición. Esta posición se afirma hoy como una doble secesión: por un lado, secesión en relación al proceso de valorización capitalista, y por otro, secesión con respecto a todo lo que la simple oposición al Imperio, aún extraparlamentaria, impone de esterilidad; secesión, por consiguiente, de la izquierda. Aquí “secesión” no indica tanto el rechazo práctico de comunicar como una disposición a formas de comunicación de una intensidad tal que arrebaten al enemigo, ahí donde se establezcan, la mayor parte de sus fuerzas.



Para ser breves, diremos que una tal posición toma de los Black Panthers la fuerza de irrupción, de la autonomía alemana los comedores colectivos, de los neo-luditas ingleses las casas en los árboles y el arte del sabotaje, de las feministas radicales la elección de las palabras, de los autonomistas italianos las auto-reducciones de masa y del movimiento 2 de junio la alegría armada.



Para nosotros, no hay amistad que no sea política.




La inflación ilimitada del control responde sin esperanza de éxito alguno a los previsibles desmoronamientos del sistema. Nada de lo que se expresa en la distribución conocida de las identidades políticas está en condiciones de ir más allá del desastre. Para comenzar, nos desembarazamos de eso. No impugnamos nada, no reivindicamos nada. Nos constituimos en fuerza, en fuerza material, en fuerza material autónoma en el seno de la guerra civil mundial. Este llamamiento enuncia sobre qué bases.


 


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