Pescanova,
una de las mayores multinacionales de la pesca industrial, ha sido el
primer caso que me llevó a plantear, con pocos fundamentos y sólo vagas
intuiciones, la tesis –hay quien dice que estrambótica– que advierte que
muchas de las grandes corporaciones de la agricultura y la alimentación
global e industrializada irán cayendo una tras otra. Los forenses,
buscando los porqués, dictaminan como causa de la muerte un colapso
financiero, aunque las cifras de venta de la empresa apenas hayan
sufrido rasguños.
Se
trata ni más ni menos que de la mayor empresa del mundo en cuanto a
exportación de rosas cortadas, una de las divisiones de Karaturi Global
Ltd, corporación que, con sede en la India, se ha convertido en el ícono
del desembarco de agronegocios en el continente africano.
En
concreto, Karaturi instaló granjas de más de 200 hectáreas para el
cultivo de flores en Kenia, y en Etiopía se hizo con una concesión de
100 mil hectáreas para diferentes cultivos alimentarios, en ambos casos
para sacar ventaja de generosos tratos fiscales y, desde luego, buscando
mano de obra a la cual malpagar.
Los
negocios de Karaturi, que ese es el nombre de su propietario, han
estado presentes en los medios de comunicación durante los cinco últimos
años gracias a los trabajos de investigación y denuncia de
organizaciones como GRAIN, Forum Syd Kenia o South Indian Coordination
Committee of Farmer Movements, que nos han explicado cómo sus
operaciones son algunos de los más infames casos de acaparamiento de
tierras.
Es un hambre causada por la sed capitalista.
En parte porque sus libros contables son enciclopedias del desfalco y la evasión fiscal, en parte porque estar en el foco de estas organizaciones que defienden la soberanía alimentaria ha obligado a reaccionar a los gobiernos donde se ubica, pero sobre todo (como es el caso de Pescanova), por una expansión a lomos de fuertes endeudamientos que –aunque sólo una de sus instalaciones tiene la capacidad de producir un millón de flores diarias– le es imposible satisfacer, Karaturi también se hunde, y desde este mes de febrero su unidad de producción de flores en Kenia ya está bajo administración judicial.
El
sufrimiento que para los habitantes locales han representado los
últimos estertores de la división de Karaturi en Kenia no hace más que
evidenciar que los supuestos beneficios de las inversiones extranjeras,
como se repite en el catecismo neoliberal, son una dramática mentira. La
granja de flores en Naivasha contabiliza muchos días de jornadas de
huelga de sus trabajadores para denunciar despidos masivos, la caída de
sus salarios o, últimamente, por ni siquiera cobrar los salarios
acordados en el último año. Negocios de estas dimensiones, que incluyen
un hospital y una escuela y que deben dar servicio a las familias de los
más de 4 mil trabajadores, han estado cerrados por no pagar la
electricidad o los salarios a su personal. Las cortes locales tuvieron
que intervenir al conocer cómo las condiciones de vida de las y los
jornaleros se han ido deteriorando progresivamente, llegando incluso al
extremo, el pasado mes de diciembre, del suicidio de uno de ellos viendo
el sufrimiento de su familia, siete días sin nada qué comer.
Si
pensáramos acerca de dónde nos conduce el capitalismo, creo que cada
vez es más claro: a un mundo nuevo y por reinventar, pues sus fieles
seguidores –con sus negocios a cuestas–, adorando al Perpetuo
Crecimiento, caminan hacia su autodestrucción.
Gustavo Duch Guillot. Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/02/21/opinion/023a2pol
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