En la madrugada del 26 de noviembre de 1985 fueron detenidos, cada uno en su casa, Mikel Zabalza, su novia, su primo e Ion Arretxe,
autor de este libro, un testimonio novelado del paso de un joven
estudiante de arte por el siniestro cuartel de la Guardia Civil de
Intxaurrondo, barrio de Donosti/San Sebastián (Guipúzcoa).
Aunque
no se conocían entre ellos, la Guardia Civil les acusaba de pertenecer
al mismo comando de ETA y les responsabilizaba de la muerte, hacía
apenas unas horas, de dos militares y de un guardiacivil en las
inmediaciones del Puerto de Pasajes. Tal y como nos cuenta Ion Arretxe
con una prosa sencilla y descarnada, nada más sacarle de la cama le
llevaron al monte, le embutieron en dos sacos de plástico de los que se
usan para sacar escombros, le envolvieron con cinta de embalar como a
una momia y le interrogaron metiéndole la cabeza, una y otra vez, en el
agua de un río.
Secuestrado
ilegalmente por un grupo de guardiaciviles, al mando del miembro del
GAL, general Enrique Rodríguez Galindo (condenado por el secuestro,
torturas y asesinatos de Laza y Zabalza), Ion fue torturado, incluso por
el propio Galindo, pese a saber que se habían equivocado y no
pertenecía a ETA.
*
Todo
esto ocurrió bajo el amparo de la Ley Antiterrorista, con un gobierno
del PSOE presidido por Felipe González, que ahora tiene la cara dura de
ir a Venezuela a dar lecciones de democracia. Esta es una historia
valiente y necesaria y que, desgraciadamente, no todo vivieron para
contarla. En estos días hemos escuchado declaraciones (La Tuerca TV) del
exjuez Baltasar Garzón diciendo que: “hubo excesos en la lucha antiterrorista”;
la verdad es que tanto él, como muchos de sus compañeros de profesión
de aquellos años (y médicos), hicieron oídos sordos a las denuncias de
torturas y aceptaron las versiones policiales sin rechistar.
Ion Arretxe: “Para mí, tan importante como contar mi siniestra y
delirante experiencia en manos de la Guardia Civil, ha sido
contextualizar el hecho y situarlo en el momento y en el lugar en el que
sucede: la Euskal Herria de los años ochenta”.
Para luego añadir: “Kortatu nos puso a bailar ska, dando patadas
contra todo: contra Barrionuevo y su cara de culo, contra los gringos en
la Nicaragua Sandinista… Pero también contra nuestro propio muermo
vital. De Victoria-Gasteiz, la menos vasca de las capitales vascas, nos
llegaban muestras de una lucha que, sin perder un ápice de radicalidad,
era mucho más libertaria, autocrítica, y con un toque de humor muy
inteligente”.
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