ILUSTRACIÓN POR FRAN MARCOS
El escritor Aníbal Malvar traza el perfil de Alberto Garzón candidato de Unidad Popular
ANÍBAL MALVAR
Cuando asoma a la pantalla el rostro honesto de Alberto Garzón,
mi pelirroja le arroja un mohín cariñoso y siempre repite: "Qué
riquiño". Pero no le va a votar. Lo escucha después y lo interrumpe
constantemente, como las ancianas que hablan con el televisor: "Lleva
toda la razón". Pero no le va a votar. El Centro de Investigaciones
Sociológicas coloca a Alberto Garzón como segundo político más valorado
del país, pero España no le va a votar. Electoralmente hablando, Alberto
Garzón está dejando todo el tiempo su bello cadáver en las cunetas
memoriosas de la izquierda.
Por el viejo Madrid, no hace muchos años, se veía a Alberto Garzón tomando copas con Pablo Iglesias y Tania Sánchez. Quizá fue en la Taberna de Conspiradores, Cava Baja del Barrio de La Latina, entre versos y apotegmas líricos garabateados en las paredes, donde empezaron a soplar juntos para hinchar las velamen del galeón pirata (y hoy fantasma) de la unidad de la izquierda. Iglesias y Garzón venían de conocerse en las sentadas de la Puerta del Sol, 15-M, primavera, el mundo se derrumba mientras nosotros nos enamoramos. Alberto ya era desde 2011 el diputado más joven del Congreso, el rostro catódico del 15-M (mucho más que Pablo, fenómeno posterior), y se protestaban mutuamente que si izquierda sin pudores o transversalidad podemita para inhalar más votos.
A Alberto Garzón se le empezó a joder su personal Perú confluente cuando se prestó a ser el cicerone de Iglesias en la calle Olimpo, dirección algo paradójica para un partido, IU, integrado en una coalición que solo había sentado a 11 diputados en San Jerónimo. Pero Cayo Lara se tomó la llegada de los pipiolos como si lo estuvieran visitando Rosencrantz y Guildenstern. "Cuando decidimos lanzar Podemos [...] propusimos a IU y otras fuerzas hacer unas primarias abiertas conjuntas. Ignorábamos entonces que la arrogancia con la que se recibió nuestra propuesta nos iba a dar la oportunidad de llegar muy lejos", rememoró el encuentro Pablo Iglesias en un artículo de El País.
También el muy garzoniano Julio Anguita, en una entrevista/libro con Juan Andrade titulada Atraco a la memoria,
se lamentaba de que a Alberto Garzón, tras aquel desastre, lo hayan
abandonado en un islote solitario azotado entre dos corrientes: "IU fue
[entonces] prepotente con Podemos [...], aunque curiosamente ahora es
Podemos quien tiene gestos de prepotencia". Pero fue Alberto Garzón el
que dejó la coda más sincera y generosa a aquel fracaso: "Me aterroriza
que Podemos se pueda convertir en otra IU".
Alberto Garzón es un tío coherente
incluso cuando escribe sus propios epitafios. Nació a la mayoría de edad
afiliándose a IU y al PCE en 2003. Es capaz de largar con dulce
donosura frases de esas que asustan a las marquesas, como que ha sido,
es y será comunista, y que hay que salir de la OTAN. Cita a Gramsci
con más hondura y oportunidad que Pablo Iglesias, y es el yerno ideal
con el que sueñan todas las pasionarias de España. Aunque en este país
ya apenas quedan pasionarias.
Se atavía con el vestir del obrero
elegante obligado a ponerse diariamente la ropa de los domingos. Si a
alguien le interesa mi particular, caprichosa e indocumentada opinión,
yo lo considero el líder mejor aliñado intelectualmente y más fiable de
los que aspiran a habitar la Moncloa. Pero es que a lo peor se queda
como único diputado de IU, según alguna encuesta. La única frase
arrogante que le escuché jamás es bastante reciente: "En Podemos nunca
quisieron pactar con IU, solo ficharme como si fuera Messi".
Podría haber elegido a otro futbolista menos fulgente.
Quizá a un
jugador del Logroñés, que es su equipo, el de su ciudad natal, que vaga
por la Estigia balompédica después de haber sido expulsado del grupo XVI
de la Tercera División. Ahí cometió un error de inocente vanidad e
inocua traicioncita. Pues Garzón permanece fiel a los desteñidos colores
de su Logroñés, que nunca ganó ningún título en ninguna categoría. Un
Messi riojano es lo que es. Qué riquiño.
Pero Garzón, economista de carrera, es un riquiño con cierta tesitura mitológica, que prefirió ser Sísifo en la rocosa IU a Messi en el glamurosamente perrofláutico Podemos. Los augures vaticinan que dentro de un par de años volverá a haber elecciones, pues España va a vivir un taifato ingobernable según todas las encuestas. Algunos, muchos, sueñan con que entonces se cumpla el sueño de Garzón de conseguir la unión de la izquierda, lo que lo convertirá en el último comunista vivo. A mí me pone mucho la perspectiva de unas primarias entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón.
Que
perderá Garzón. Por supuesto. Qué riquiño.
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