Carlos Delgado | Iniciativa Debate | 16/12/2015
Según el último sondeo preelectoral del
CIS, el 56,9% de las y los votantes del PSOE cree que si estos últimos
cuatro años hubiera gobernado el PSOE, lo habría hecho igual (50,8%) o
peor (6,1%).
Entre esos mismos votantes, apenas un 16,4% califica la
labor de oposición del PSOE como buena (15,7%) o muy buena (0,7%), menos
de la mitad (el 46,5%) responde espontáneamente que volvería a votar al
PSOE, no son muchos más (el 52,5%) los que preferirían que fuera el
partido de Pedro Sánchez el que ganara las próximas elecciones, y sólo
uno de cada cuatro (el 25,4%) cree que eso vaya a suceder. La campaña
electoral hasta ahora no ha mejorado esas perspectivas, y casi todas las
encuestas (incluida la de ABC) realizadas tras el debate a cuatro de la
semana pasada dieron como vencedor a Pablo Iglesias y como perdedor a
Pedro Sánchez.
Con estos mimbres, el candidato de
Ferraz se presentó este lunes en el cara a cara (#JetaAJeta en las
redes) ante Rajoy con una necesidad perentoria: recuperar la confianza
de los suyos. Al menos, la de los suyos. Y a grandes rasgos, puede
decirse que lo consiguió. La consigna era abandonar el ‘perfil bajo’ y
atacar. Y atacó. Atacó tan deprisa y tan en tromba que, a los pocos
segundos de iniciarse el combate, el árbitro ya lo había mandado al
rincón, reprendiéndole por no ceñirse a la pregunta. Una decisión más
que discutible de un árbitro vetusto, surcado de arrugas y con cabellos
nevados por el tiempo.
Más que el moderador de un debate del siglo XXI,
semejaba una reliquia de épocas remotas, un centenario bonsái
superviviente de la era de los bonsáis, una maceta decorativa que
alguien hubiera colocado entre ambos contendientes. Pero hasta los
bonsáis interrumpen cuando se trata de defender su propio hábitat, es
decir, de proteger al que ordena y manda. «En mi programa, al señorito
Iván no me lo avasalla nadie», vino a dar a entender con su tempranera y
servil interrupción.
El soldado Sánchez no se dejó amilanar
por esa llamada al orden. Pertrechado con sus fichas de colorines y su
indumentaria de camuflaje a juego (repitió la misma combinación de
colores del debate anterior: azul liberté, blanco égalité y rojo fraternité),
continuó su ataque con un buen repertorio de golpes ante el que Rajoy
pudo hacer poco más que cubrirse con estadísticas tramposas y recitar su
lección bien aprendida, cual Soraya con barbas.
A pesar de su arrojo,
el candidato del PSOE cometió algunos errores de bulto con sus gadgets.
Los gráficos que utilizó, por ejemplo, hacían juego con su corbata,
pero incluían el logo del partido, lo que les restaba crédito, como se
encargó de señalarle su oponente. Tratándose de datos oficiales, habrían
intimidado mucho más si se hubieran ilustrado con el membrete del
Gobierno de España. «Son cifras de su Ministerio» fue una de las
coletillas que mejor le funcionaron al aspirante Aznar en aquel
histórico debate de 1993.
Por otra parte, el truco de las portadas de
prensa para constatar que sí hubo rescate ya se había utilizado en el
Debate sobre el Estado de la Nación, con lo que su eficacia también se
vio limitada. A pesar de esos deslices, Sánchez daba caña, que era lo
que esperaban de él sus votantes, aunque Rajoy aguantaba sin irse a la
lona.
Pero eso no bastaba. Ganar no era
suficiente para el nuevo Ken de la presunta oposición; tenía que
machacar. Puede que en sus propias filas fuera suficiente la victoria,
pero Sánchez necesitaba noquear con contundencia a su adversario si
quería rascar votos en otros caladeros. Rajoy no podía salir vivo.
Todo
lo que no fuera un triunfo aplastante por K.O. podía considerarse un
fracaso. De modo que decidió ir a por todas con un poderoso gancho que
se convirtió en el golpe más comentado de la noche: «usted no es una
persona decente».
El hombre a quien todos los barómetros
del CIS confirman desde hace cuatro años como el presidente peor
valorado de la democracia tardó en reaccionar. Acostumbrado a
entrevistas con albariño y mejillones, masajes televisivos con
seudoperiodistas de pesebre o ruedas de prensa vía plasma, Rajoy quedó
breve y visiblemente descolocado ante aquel inesperado uppercut
y se tomó su tiempo para responder.
El bonsái tuvo que salir de su
letargo vegetal para recordarle que era su turno de palabra, y acaso
también para impedir que aquella acusación siguiera flotando en el
silencio.
El todavía presidente se echó hacia atrás, como quien da por
concluida una negociación, y por un momento pareció que iba a levantarse
de la mesa, quién sabe si para darle dos yoyas al guaperas insolente
que había osado insultarle (¡a él!) delante de varios millones de
espectadores.
«Hasta ahí hemos llegado, señor Sánchez». En su atribulado
alegato, a Rajoy le traicionaron los nervios, y buscando un adjetivo
hiriente le salió un inofensivo apellido con el que rebautizó a su
oponente: el soldado Ken Sánchez, además de Pérez-Castejón, ahora es
«Ruiz».
«Usted ha hecho hoy aquí una afirmación ruin, mezquina y
miserable» consiguió articular por fin, tratando de rellenar con
sinónimos redundantes la falta de contenido de su mensaje.
A partir de ahí, el combate degeneró en
pelea barriobajera. El guirigay de interrupciones y frases superpuestas
se hizo ingobernable. El indecente Rajoy se revolvía recordándole al
otro sus propias vergüenzas, el ruiz Sánchez dejaba pasar su
oportunidad de mandar a su rival a la lona y el bonsái centenario
insistía una y otra vez en hablar de Cataluña, mientras sus ojos
parecían pedirle a la tierra de su maceta que se lo tragase.
Un
espectáculo que aunó lo tétrico y lo grotesco hasta situar el debate en
un punto equidistante entre las tragicomedias de Berlanga, las Pinturas negras de Goya y el esperpento de Valle-Inclán.
El que más perdió con el áspero
rifirrafe fue sin duda el aspirante, quien, a pesar de su ventaja, fue
incapaz de colocar ningún otro golpe digno de mención. Se limitó a
repetir sus reproches, en lugar de seguir ofreciendo argumentos para
sostener su más que justa acusación.
Porque, desde luego, es indecente que el
presidente de la corrupción se haga el ofendido. Es indecente que el
presidente de un partido que tiene bajo investigación a todos sus
tesoreros anteriores y una contabilidad B acreditada en un auto judicial
pretenda dar lecciones de decencia. Es indecente que quien aparece en
esa contabilidad B como perceptor de sobresueldos en su época de
ministro no sea responsable de nada. Es indecente que el jefe de
Bárcenas se permita hablar de honestidad.
Es indecente que quien
escribió mensajes de ánimo a un delincuente y mintió sobre ello al
Congreso quiera convencernos de su integridad. Es indecente que al PP le
roben 40 millones de euros (más de 6.600 millones de pesetas) para
esconderlos en Suiza y su presidente diga no saber nada, a pesar de
figurar en esa cuenta suiza como persona autorizada. Es indecente que
quien pretendió engañarnos el otro día sobre el objetivo del ataque a la
Embajada española en Kabul hable de unidad contra el terrorismo
yihadista.
Es indecente que a Rajoy le parezca «normal» que el embajador
en la India utilice su cargo para cobrar jugosas comisiones. Es
indecente que quien ha recortado drásticamente las ayudas a la
dependencia pague con los presupuestos de Moncloa una asistencia
continuada 24×7 para su padre anciano. Es indecente que Rajoy hable de
transparencia mientras guarda bajo siete llaves su expediente de
registrador de la propiedad y sigue sin explicar cómo desempeñaba su
labor de registrador en Santa Pola (Alicante) mientras vivía y mantenía
su residencia en Galicia.
Es indecente que un partido que, según el
juez, se ha visto beneficiado económicamente por delitos de corrupción
pueda seguir presentándose a unas elecciones. Es indecente que el
Gobierno que prometió no meter tijera ni en Educación ni en Sanidad haya
puesto a 35.000 maestros en la calle y continúe reduciendo servicios
médicos y privatizando hospitales. Es indecente que los mismos que
implantaron el copago farmacéutico digan que les preocupa la salud de
sus ciudadanos.
Es indecente que quienes quieren privatizar mamografías
se coloquen en la solapa un lazo contra el cáncer. Es indecente que
quienes cambiaron la Constitución para entregar la soberanía a los
acreedores y convertir el pago de la deuda en prioridad absoluta e
inexcusable tengan la desfachatez de indignarse cuando Cataluña
reivindica su propia soberanía.
Es indecente que quienes han abaratado
el despido y amputado los derechos laborales hablen de lucha contra el
paro. Es indecente que hablen de democracia los que han secuestrado el
Parlamento con su mayoría absoluta y han gobernado a golpe de decreto.
Es indecente que quienes han aprobado la Ley Mordaza hablen de
libertades. Es indecente que se encarcele a manifestantes y se indulte a
banqueros.
Es indecente que la gente pase frío mientras se les perdonan
miles de millones a las eléctricas y la factura energética se dispara.
Es indecente que los principios draconianos de una Ley Hipotecaria del
siglo XIX sigan vigentes en el siglo XXI. Es indecente que quienes
promulgan una ley que acorta los plazos de instrucción y pone trabas a
la investigación judicial digan combatir la corrupción. Es indecente que
quienes hacen desaparecer libros de visita y discos duros hablen de
colaborar con la Justicia. Es indecente que en España siga habiendo
miles de aforados.
Es indecente que el partido que ha creado las tasas
judiciales se atreva a pronunciar siquiera la palabra ‘justicia’. Es
indecente que hablen de igualdad quienes han situado los índices de
desigualdad en máximos históricos. Es indecente que se siga insistiendo
en vender recuperación económica cuando al cabo de cuatro años en España
se han perdido cotizantes, la tasa de paro se ha rebajado apenas unas
décimas, la deuda pública ha crecido en casi 300.000 millones de euros y
la pobreza campa a sus anchas.
Pero, sobre todo, es indecente que el
presidente se escude en su impunidad para jactarse de que nunca le hayan
acusado de nada, cuando parece evidente que la única razón de que
Mariano Rajoy no esté aún imputado por ningún presunto delito es que
quienes deberían imputarle trabajan para él.
La mayor parte de estas barrabasadas
(algunas de ellas perpetradas a dúo) fueron obviadas por los dos
participantes en el que algunos han dado en llamar el gran combate de la
campaña electoral.
Hoy la ciudadanía sueña con que ese espectáculo sea
ya historia.
Porque fue el combate del siglo, es cierto. Pero del siglo
pasado.
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