Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


sábado, 5 de marzo de 2016

Existen seres en el mundo que están predestinados a pasar aventuras juntos.


Existen seres en el mundo que están predestinados a pasar aventuras juntos. Otros sin embargo, viven una vida relajada y encaminada a la normalidad que se les supone.



Quiero hablarles de dos árboles crecidos en un bosque de abundancia. Desde chiquititos jugaban a la rayuela con sus raíces y les bastaba un tenue temblor de verde parpadeo para participar de cualquier otro juego subterráneo en las tinieblas de su profundidad.


Fueron creciendo y no puede nadie imaginar la hermosura de sus troncos, ambos tenían una firme y fibrosa figura. Pues bien, cuando a nuestros árboles ya no les bastaban los juegos de raya ni nada que sonara a infancia, aproximaron sus ramas y decidieron celebrar una fiesta.


 Dicha fiesta fue acogida con gran alegría por parte de sus compañeros del bosque. Pero el hombre que siempre acecha, antes de que llegase la primavera les podo las alianzas. Cuánto sufrieron, pues para entonces, un amor incontenible se había instalado en su savia. 


Pasaron los meses y cuando llegó el invierno se acercaron y acercaron poquito a poco, en verano el calor les restaba fuerzas para hacerlo, se atrajeron tanto que se apostaron el uno contra el otro. Exultados, se amaron como nadie sabe qué se puede amar siendo árbol.



Mientras, en el bosque se escuchaban rumores y más rumores. Había árboles románticos que aplaudían, Asimismo hubo otros compañeros que dominados por la imaginación envidiaban sanamente la proeza de los amantes, Hasta algunos que intentaron hacer lo mismo, siendo muy pocos los que lo consiguieran. 






También ocurría que árboles mas amarillentos criticaban por todos los entornos, catalogando a los arboles enamorados como descarados, libidinosos y provocadores, incluso los más religiosos nunca les miraban y si lo hacían, con toda castidad se ponían una ramita delante de los ojos para no verles, o verles poquito…



A cierta distancia de allí, una cascada les deleitaba con su murmullo y su frescura, y los dos árboles de nuestra historia siguieron amándose sin pausa, conservando eternamente el céfiro verde de su río de amor. 



Pilar Gorbano-




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