Para comprender la evolución de la moral
gregaria, es indispensable recordar que “bien” es sinónimo de
“permitido” y “mal” sinónimo de “prohibido”. Alguien -cuenta la Biblia-
“hizo lo que está mal a los ojos del eterno”, frase que se repite en
varios pasajes de los libros sagrados de los hebreos, que son también
los de los cristianos. Pero es necesario traducirlo mejor: alguien hizo
algo que estaba prohibido por la ley religiosa y moral, establecida por
interés de la teocracia israelita…
En todos los tiempos y en todas las
grandes agrupaciones humanas se llamó siempre “mal” al conjunto de los
actos condenados por la convención, escrita o no, que varía según las
épocas y las latitudes.
Así es que está mal adueñarse de la
propiedad de aquel que posee más de lo que necesita para vivir bien,
está mal mofarse de la idea de Dios o de sus sacerdotes, está mal negar a
la patria, está mal tener relaciones sexuales con parientes cercanos. Y
como la prohibición no basta, la convención oral se cristaliza en ley,
cuya función es reprimir.
Reconozco que la aparición de una
diferencia entre el bien y el mal -lo permitido y lo prohibido- marca
una etapa en el desarrollo de la inteligencia de las colectividades. Al
principio, esta diferencia era social: el individuo no tenía suficientes
posesiones hereditarias ni bastante experiencia mental como para evitar
someterse a las adquisiciones y a cierta experiencia grupal.
Es comprensible que el bien y el mal
estuvieran empapados de connotaciones religiosas. Durante todo el
período precientífico, la religión fue para nuestros antepasados lo que
para nosotros es la ciencia. Los hombres más sabios de entonces
concebían sólo una explicación sobrenatural de los fenómenos que no
comprendían. El hábito religioso precedió naturalmente al hábito civil.
Por cuanto pueda sorprender, a
posteriori, vivir en la ignorancia del bien y el mal convencional es, en
el primitivo, un indicio de inteligencia. No es porque él está más
cerca de la naturaleza que ignora lo permitido y lo prohibido -y mucho
menos porque es un inmoral- sino simplemente porque no razona.
Al contrario, el hombre contemporáneo que
se pone individualmente al margen del bien y el mal, que se ubica
conscientemente más allá de lo permitido y lo prohibido, alcanza un
estadio superior en la evolución de la personalidad humana. El ha
estudiado la esencia de la concepción del bien y el mal social; se ha
preguntado qué queda de lo permitido y lo prohibido una vez que se
descubre su apariencia. Si él prefiere tener como guía el instinto antes
que la razón, eso ocurre después de hacer comparaciones y reflexiones
cuidadosas. Si cede el paso al razonamiento en confrontación con el
sentimiento, o al sentimiento opuesto al razonamiento, lo hace
deliberadamente, después de haber tanteado su temperamento
. El se separa del rebaño tradicional porque considera que la tradición y el convencionalismo son obstáculos para su expansión. En otras palabras, él es amoral luego de haberse preguntado lo que vale la “moral” para el hombre. Hay una buena distancia entre este marginal de la moral y el primitivo, a duras penas huido de la animalidad, de cerebro todavía obtuso, incapaz de oponer su determinismo personal al determinismo aplastante del ambiente.
. El se separa del rebaño tradicional porque considera que la tradición y el convencionalismo son obstáculos para su expansión. En otras palabras, él es amoral luego de haberse preguntado lo que vale la “moral” para el hombre. Hay una buena distancia entre este marginal de la moral y el primitivo, a duras penas huido de la animalidad, de cerebro todavía obtuso, incapaz de oponer su determinismo personal al determinismo aplastante del ambiente.
Émile Armand
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