"En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han
alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha
terminado.”
Con estas palabras oficialmente
terminaba la guerra, pero como es habitual en la derecha de este país, fue otra
de sus muchas mentiras, la guerra de trincheras del pueblo español contra las
potencias fascistas europeas si termino ese día. Con el fin de la guerra no
llego la paz.
Tras ese “fin de la guerra,” los
muertos, diversas fuentes cifran en más 400.000, de ellas 192.000 en los
diversos campos de concentración repartidos por nuestra geografía, a diferencia
de los nazis, aquí el método era más tradicional, fusilamiento, situación que
se prolongó hasta terminada la Segunda Guerra.
Hubo ajusticiamientos
"legales", en cumplimiento de sentencias dictadas por tribunales
militares pero también hubo asesinatos ilegales, las llamadas sacas, practicadas
al margen de las autoridades militares, pero con el pleno conocimiento de que
se estaban llevando a cabo. Muchas de las víctimas fueron enterradas en fosas
comunes repartidas por toda España, no siempre en los cementerios, sin que su
muerte fuese inscrita en los registros civiles y sin que sus familiares en
muchos casos fuesen informados, ni dónde ni cuándo ni cómo.
También hubo desapariciones misteriosas nunca aclaradas,
presos hacinados en las cárceles, algunos de ellos por haber sido denunciados
sin juicio previo y sin habeas corpus. La cultura dejo de escribirse con
mayúsculas, poetas fusilados, o encarcelados y dejados morir a propósito.
La posguerra fue mucho peor que la guerra para una parte muy
importante de españoles, unos tuvieron tiempo de salir hacía otros países, muchos
de ellos terminaron en campo de exterminio nazis, ante el abandono por parte de
la dictadura franquista, que al ser consultada, por los nazis, sobre que hacían
con los españoles residentes en España, el Gobierno del “padrino” de su
católica majestad, replicó que no existían españoles allende las fronteras.
Otros lograron enrolarse en la resistencia francesa, otros marcharon a México,
Argentina, Venezuela, o la Unión Soviética, con distintas suerte según los
casos y países. Para ninguno termino la guerra.
Hoy en día, la dictadura perdura
disfrazada bajo el manto de la falsa transición.
LOS SUCESOS DE VITORIA
Lo ocurrido aquel 3 de marzo de 1976 en
Vitoria pasará a la historia como uno de los mayores actos represivos
acaecidos durante la Transición Española.
Dentro del marco de reivindicaciones
laborales y políticas que sacudían la España del momento, en Vitoria,
miles de trabajadores iniciaban en enero de 1976 una huelga en contra del
decreto de topes salariales y por mejores condiciones de trabajo. El 3 de
marzo, con un masivo seguimiento, tenía lugar en la ciudad la tercera huelga
general consecutiva.
La respuesta policial fue intervenir la asamblea de
trabajadores que se celebraba en la Iglesia San Francisco de Vitoria.
Tras llamar al desalojo y sin dar tiempo al mismo, se lanzaron contra los
trabajadores gases lacrimógenos dentro de la iglesia. Esta acción produjo la
estampida de los manifestantes que fue respondida con cargas policiales,
disparos de pistola y ráfagas de metralleta.
Aquel día 3 de marzo de 1976, en Vitoria,
la represión policial ocasionó la muerte de 5 manifestantes y más de
150 sufrieron heridas de bala. Los autores y responsables de aquella matanza
nunca fueron condenados ni las víctimas suficientemente reconocidas. La matanza
no fue el principio del fin de la represión sino momento álgido de una realidad
en la que trabajadores siguieron muriendo en las calles, que el entonces
Ministro de la Gobernación, Manuel Fraga, consideraba suyas.
LA FALSA TRANSICIÓN ESPAÑOLA: DESMONTANDO EL MITO
El Rey confirmó en su puesto al Presidente
del Gobierno del régimen franquista, Carlos Arias Navarro. No
obstante, pronto se manifestaría la dificultad de llevar a cabo reformas
políticas bajo su Gobierno, lo que produciría un distanciamiento cada vez mayor
entre Arias Navarro y Juan Carlos I.
Finalmente el Presidente del Gobierno
presentó su dimisión al rey el día 1 de julio de 1976. Arias
Navarro sería sucedido en el cargo por Adolfo Suárez, quien se encargaría
de entablar las conversaciones con los principales líderes de los
diferentes partidos políticos y fuerzas sociales, más o menos legales
o toleradas, de cara a instaurar un régimen democrático en España.
El camino utilizado fue la elaboración
de una nueva Ley Fundamental, la octava, la Ley para la Reforma Política que,
no sin tensiones, fue finalmente aprobada por las Cortes y sometida a referéndum el
día 15 de diciembre de 1976. Como consecuencia de su aprobación por
el pueblo español, esta ley se promulgó el 4 de enero de 1977.
Esta norma contenía la derogación tácita del sistema político franquista en
sólo cinco artículos y una convocatoria de elecciones democráticas.
Estas elecciones se celebraron
finalmente el día 15 de junio de 1977. Eran las primeras elecciones
democráticas desde la Guerra. La coalición Unión de Centro Democrático resultó
la candidatura más votada aunque no alcanzó la mayoría absoluta y fue la
encargada de formar gobierno. A partir de ese momento comenzó el proceso de
construcción de la Democracia en España y de la redacción de una nueva
constitución.
El 6 de diciembre de 1978 se
aprobó en referéndum la Constitución Española, entrando en vigor el 29 de
diciembre.
A principios de 1981 dimitió
Adolfo Suárez debido al distanciamiento con el Rey y a las presiones internas
de su partido. Durante la celebración de la votación en el Congreso de los
Diputados para elegir como sucesor a Leopoldo Calvo-Sotelo se
produjo el golpe de Estado dirigido por Antonio Tejero, Alfonso
Armada y Jaime Milans del Bosch, entre otros. El golpe, conocido
como 23-F, fracasó.
LA LEGALIZACIÓN DEL PCE: EL PARTIDO COMUNISTA ENTRE LAS CUERDAS
En diciembre de 1975 el rey Juan
Carlos trasladó a Santiago Carrillo el mensaje de que pretendía democratizar el
régimen, pidiendo paciencia y el fin de los ataques a la Monarquía. El PCE, que
hasta entonces seguía impulsando una ruptura democrática, en el comité
ejecutivo de enero de 1976 dejaba ya a un lado las críticas al rey y baja el
nivel de ofensiva y movilización.
En 1977 anuncia en un
viaje a EEUU que el PCE renunciará al Leninismo.
Ese mismo año un sector denominado Oposición de Izquierda (OPI), que había
surgido tras el VIII Congreso, abandona el PCE y adopta el nombre de Partido
Comunista de los Trabajadores (PCT).
El 24 de enero de 1977 tuvo
lugar lo que se conoce como la matanza de Atocha de 1977: un comando de
ultraderecha entró en un despacho de abogados en derecho
laboral de CCOO y el PCE en el centro de Madrid, asesinando a balazos
a cinco de ellos y dejando a otros cuatro heridos.
Al entierro asistieron más
de cien mil personas y se convirtió en una multitudinaria manifestación, que
transcurrió sin incidentes. Le siguieron importantes huelgas y muestras de
solidaridad en todo el país, además de un paro general de trabajadores el día
después del atentado.
El 11 de febrero de 1977 el
PCE presenta la documentación para ser incluido en el Registro de Asociaciones
y el 9 de abril de
ese mismo año el PCE es legalizado, presentándose a las elecciones con Santiago
Carrillo como candidato.
La militancia del interior, muy próxima a la
realidad española y representante de las posturas rupturistas con la dictadura,
se veían como los custodios del Partido hasta que los "históricos"
exiliados pudieran retornar, pero cuando así ocurrió, los exiliados retornados
estaban tremendamente apartados de la realidad española debido a su larga
ausencia.
En 1978, en el IX Congreso del PCE,
primer Congreso que se celebraba en España desde 1932, salió reelegido Santiago
Carrillo como secretario general, mientras que Dolores Ibárruri saldría
elegida como presidenta del partido.
Las divisiones que ya existían con
anterioridad continuaron profundizándose cuando el PCE dejó de considerarse marxista-leninista para
pasar a definirse como marxista revolucionario, por 965 votos
frente a 248. Francisco Frutos, que luego sería secretario general del
PCE, fue quien defendió las tesis leninistas en Madrid, que en el PSUC catalán
(donde él militaba) eran mayoritarias.
Además, se pasó de una estructura
celular a una territorial (rompiendo así con la estructura organizativa
tradicional de los partidos comunistas) y se consolidó el distanciamiento de la URSS y
el resto de países del Pacto de Varsovia, con el fin de otorgar un cierto
aperturismo a la organización y aumentar el apoyo electoral, hecho que dio
lugar a muchas convulsiones internas.
La legalización del PCE fue una conmoción para los militares españoles,
muchos de ellos excombatientes en el bando nacional en la guerra civil y
franquistas en su inmensa mayoría. La cúpula militar se sintió engañada por el
presidente del gobierno Adolfo Suárez, dimitió el ministro de Marina, el
almirante Gabriel Pita da Veiga, y hubo ruido de sables en los cuarteles.
Aquel malestar acabaría estallando años después en el 23-F.
En medio de aquella tensión y aquellos temores a un golpe militar, el
PCE mostró una gran moderación, colaboró con los reformistas encabezados por
Suárez y aceptó grandes cesiones, como su renuncia al republicanismo.
Está constatado que el periodista José María Armero, un hombre clave en la
transición, llamó a Santiago Carrillo de parte de Adolfo Suárez cuando estaba
reunido el Comité Central del PCE. Carrillo se reunió con Armero en un local
público cercano y volvió al Comité Central con un escrito remitido por el
propio presidente del Gobierno en el que los comunistas aceptaban la Monarquía
y su bandera.
Los comunistas se presentaron después públicamente en una rueda
de prensa exhibiendo la bandera bicolor. Gerardo Iglesias era entonces un
joven dirigente comunista asturiano y estaba entre los asistentes a aquel
histórico Comité Central. Cree que ahora hay que revisar la Transición y
aquellas decisiones impuestas por lo que entonces se denominaban “poderes fácticos”.
Pero como recuerda Gerardo Iglesias,” el PCE aceptó la monarquía
bajo presiones militares”.
¿CUÁNDO SE LEGALIZARON LOS PARTIDOS REPUBLICANOS?
Esta carta al diario el PAÍS publicada el 3 de mayo de 1985
refleja claramente la marginación que sufrieron los partidos republicanos.
La reproduzco a continuación:
CARTAS AL
DIRECTOR
La marginación de los republicanos
EMILIO
TORRES. Madrid. 3 MAY 1985
En el número de ese periódico
correspondiente al sábado 27 de abril publicaban ustedes una carta de don
Francisco Cuberos, de Murcia, a quien no tengo el honor de conocer, a pesar de
ser él y yo republicanos, y de haber sido yo presidente de Acción Republicana
Democrática Española. Respecto del contenido de la carta del señor Cuberos me
parece oportuno añadir algunas precisiones.
1. No se nos autorizó -a los republicanos- a concurrir a las
elecciones de 1977. Persona autorizadísima del
Gobierno de Arias Navarro nos había advertido, oficial y solemnemente, que, si
no quitábamos la R de
Republicana de la
denominación del partido, éste no sería legalizado. Tal indicación se hizo, en
entrevista personal con el entonces presidente, don Francisco Giral, y el
siempre presidente, esté donde esté, don Régulo Martínez.
2.
No hace falta un análisis exhaustivo de la situación para comprender que en
1977 las candidaturas republicanas eran, cuando menos, una incógnita, porque
podían arrastrar muchos votos y dar como resultado una importante minoría en el
Parlamento. No se quiso correr el riesgo, y la famosa democracia se quedó sin saber si
la opción republicana podía o no aspirar a algo.
3. No hay que echarle sólo la culpa al Gobierno de Arias
Navarro, porque a éste sucedió el del señor Suárez, y
las cosas continuaron igual, ya que ARDE no fue legalizado hasta agosto de
1977.
4. Sería
injusto olvidar que los llamados partidos de izquierda no demostraron el menor
interés, y de ello soy testigo de la mayor excepción, por el reconocimiento y
la legalización de ARDE. No es aventurado pensar que los votos republicanos
engrosaron otras listas. No hace falta decir cuáles fueron las más beneficiadas.
5.
Justamente, por estos antecedentes, dimití, por segunda vez, de la presidencia
de ARDE, después de las elecciones de 1982, porque tenía la sensación de que la
opinión del partido tenía cierta proclividad a pensar que los triunfadores de
1982 iban a favorecer una cierta libertad de movimiento de los republicanos en
cuanto a comparecencias públicas y políticas de propaganda, que no a otra cosa.
Dimití, y los hechos me dieron la, razón, porque en las inmediatas elecciones
municipales, en 1983, comparecíamos los republicanos en Segorbe (Castellón) con
candidatura encabezada por el que había sido alcalde, salido de las urnas en
1979. El resultado fue que, a pesar de que tuvimos más concqjales que AP y el
PSOE por separado, uno más que cada una de las minorías, perdimos la alcaldía
porque -ya se puede suponer-, aunque parezca inconcebible, se pusieron de
acuerdo y nombraron los concejales de ambos partidos un alcalde del PSOE. Sin
comentarios.
Como bien dijo Julio Anguita en Salvados:
“La transición
fue una transacción, fue un apañito para que el poder económico del
franquismo se bañase en el jornal democrático, siguiese mandando económica y
políticamente, y continúe hasta hoy”
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