Corría el 21 de junio de 1977, hace ahora cuarenta
años, cuando en París, José Maldonado, como presidente de la República y
Fernando Valera, último presidente del Consejo de Ministros, declaraban
solemnemente el fin de la República Española. «Las Instituciones de la
República en el exilio ponen así término a la misión histórica que se
habían impuesto. Y quienes las han mantenido hasta hoy, se sienten
satisfechos porque tienen la convicción de haber cumplido con su deber».
Se habían conocido los resultados de las elecciones generales
celebradas el 15 de junio y con ellas comenzaba la Transición.
El principio del fin venía de lejos; pero fue con el
inicio de la Transición, tras la muerte de Franco, el dictador, quien le
había dado el primer tiro, cuando la República en el exilio se vio
afectada decisivamente. A primeros de marzo de 1977, antes de la
celebración de las primeras elecciones en «libertad», el embajador de la
República Socialista Federativa de Yugoslavia, comunicaba al Gobierno
de la República la decisión de su Gobierno de dar por terminadas las
relaciones diplomáticas que venía manteniendo.
La Segunda República Española en el exilio, mantuvo la
representación del Estado español emanado de la Constitución de 1931
hasta 1977. La negativa de la ONU en 1946 al ingreso de la España
franquista, no había generado el reconocimiento del gobierno republicano
en el exilio como autoridad legítima y representante de España. México
fue el primer Estado en reconocer como legítimo al gobierno en exilio
formado en agosto de 1945. Tal decisión se mantuvo hasta 1977, cuando se
restablecen relaciones diplomáticas entre México y España.
Los países de Europa Oriental, bajo influencia
soviética (Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, más Yugoslavia),
rehusaron establecer relaciones diplomáticas con la España franquista y
reconocieron a la República Española al terminar la Segunda Guerra
Mundial. Pese a ello, la Unión Soviética, nunca emitió un reconocimiento
oficial y cuando el PCE se apartó del gobierno republicano, los países
de Europa Oriental retiraron su reconocimiento a la República, alegando
que la ONU tampoco la reconocía.
Dice la declaración que ponía fin a la República:
«Las Cortes de la República Española restablecieron su funcionamiento
en el exilio con el asentimiento de los grupos políticos que las
componían, cuyos miembros habían logrado salir del territorio nacional
huyendo de la cruenta represión de la dictadura». Argumentaba que tal
decisión se había adoptó al amparo de preceptos constitucionales votados
y ratificados por los españoles en sucesivas y ejemplares consultas
electorales en 1931, 1933 y 1936.
«Ese es el legítimo origen de los
gobiernos de la República que se han venido sucediendo desde entonces,
con el esencial designio de devolverle al pueblo el libre ejercicio de
los derechos cívicos, propiciando así el establecimiento en nuestro país
de un régimen auténtico de convivencia».
Consecuentes con ese propósito declarado, las
Instituciones de la República habían realizado una acción sin
interrupción hasta que surgió una nueva legalidad democrática, que llegó
con los resultados de las elecciones generales del 15 de junio,
que aceptaron. «Numerosas son las taras de esa consulta electoral, que
no ha de pasar a la historia como arquetipo de pureza, tanto por lo que
se refiere al contenido de la ley que la ha regulado, como por el modo
con el que se llevó a cabo la consulta».
Para los representantes de la
Segunda República «la numerosa participación electoral, claro exponente
del elevado civismo de nuestros compatriotas –que es además un
categórico mentís para quienes les tuvieron sojuzgados alegando la
inexistencia de ese sentimiento–, y unido a aquella el general consenso
con el que se acepta en el país el resultado de la confrontación, nos
mueven, a pesar de sus anomalías, a aceptar ese resultado».
Por primera vez desde los tiempos de la Segunda
República, tras cuarenta años de dictadura, se celebraron elecciones
generales, para dar paso a unas Cortes, que sin ser constituyentes de
hecho lo fueron. Un 78,83% de quienes formábamos el censo electoral
acudimos a las urnas con una ilusión contenida, ante el futuro que se
presentaba. Hoy, no todas las expectativas se han cumplido.
Seguimos
buscando la consolidación de la democracia que tanto nos costó conseguir
y una mayor calidad en la participación política y social. Para ello,
la Constitución de 1978 debe cambiarse por otra que se adapte a las
nuevas realidades. La crisis económica ha puesto de manifiesto las
carencias democráticas, y los altos niveles de desigualdad evidencia que
el sistema bienestar se ha desmantelado.
Las Instituciones de la República en el exilio dieron
por terminada la misión histórica que se habían impuesto, sintiéndose
«hasta hoy satisfechos, porque tienen la convicción de haber cumplido
con su deber». A la República la habían asesinado lentamente entre 1936 y
1939, pero los ideales republicanos siguen vivos. 39 años después de la
proclamación de la Constitución, podemos constatar que ha sido incapaz
de ofrecer una solución a los graves problemas que existen en España.
Paro, deterioro irrefrenable de derechos como la educación pública y la
sanidad universal, mordaza a las libertades, corrupción generalizada,
desconfianza ciudadana en las instituciones, desigualdad de género y
terrorismo machista.
El modelo de Estado surgido de la Transición está
superado. Si quisiéramos puntuar el estado de la democracia, ni siquiera
llega a «suficiente» ni «progresa adecuadamente», sino que se queda en
un «insuficiente» indeseado.
La Constitución de 1978 declara derechos
que ya nadie garantiza (vivienda y trabajo dignos, servicios público de
calidad y de acceso universal, o redistribución de la riqueza nacional),
y en tiempos difíciles como los actuales se hace recaer todo el peso
sobre las familias trabajadoras, liquidando la democracia formal a favor
de la dictadura de los mercados.
Para Ramón Cotarelo «La Transición es una historia que va de una amnistía a otra: la primera (17 de octubre de 1977) fue para los asesinos; y la segunda ha sido para los ladrones» (marzo de 2012,
que el Tribunal Constitucional ha tumbado). Por su parte para Willy
Meyer: «El bipartidismo ha muerto y la Constitución del 78 la considero
finiquitada».
Es hora de iniciar un Proceso Constituyente,
que conduzca a la proclamación de una nueva República Federal, como
único régimen legítimo, en un momento en el que la monarquía ya no da
estabilidad al país, sino que se ha convertido en un serio problema para
España y su credibilidad internacional, al aparecer como una
institución salpicada por la corrupción y los escándalos. Así se expresa
Izquierda Unida en un manifiesto con motivo del 14 de abril,
aniversario de la proclamación de la República de 1931. Aspectos
sustanciales instaurados con la Transición se están perdiendo: el Estado
social de Derecho y su aconfesionalidad y las libertades políticas. Ha
quedado en evidencia el blindaje que se estableció en torno a la monarquía, lo que evidencia su inutilidad.
Izquierda Unida defiende el cambio constitucional y de
modelo de Estado, para afrontar el desprestigio de los grandes partidos y
de las instituciones políticas. «Sólo es legítimo el régimen que es
república, cosa pública», en cuyo cuidado y gobierno las personas se
comprometen, ejerciendo la responsabilidad en su condición de
ciudadanía.
No habrá democracia mientras una persona, que no ha sido
elegido por nadie, esté por encima de la ley. Para ampliar aún más la
democracia, hay que conseguir que todos los cargos electos, incluido el
jefe del Estado, sean elegidos por el pueblo.
Para concluir con la
descentralización territorial, es preciso establecer un Estado Federal,
que en la Constitución del 78, con el Estado de las Autonomías quedó
empantanado, sin rematar y que tantos conflictos ha provocado.
Adolfo Suárez, no convocó un referéndum sobre Monarquía o República por miedo a que perdiera la monarquía,
como vaticinaban los sondeos confidenciales realizados por el Gobierno.
«Hacía encuestas y perdíamos». Suárez reconoció las presiones
internacionales que recibió para realizar un referéndum sobre la Corona.
Pero se le ocurrió colar la palabra «Rey» en la Ley para la Reforma
Política «y así dije que había sido sometido a referéndum ya».
Posteriormente, en la Constitución, se volvió a maquillar, con la
fórmula de declarar a Juan Carlos de Borbón «legítimo heredero de la
dinastía histórica».
¡Claro que España ha cambiado en estos cuarenta años¡ Incluso «A España no la conoce ni la madre que la parió»,
que dijera Alfonso Guerra.
Mucho ha ocurrido y no todo como hubiéramos
deseado que fuera. Es momento de avanzar en un nuevo modelo político y
social, en el que el Estado Republicano con una nueva Constitución
garantice que la economía esté al servicio todas las personas y no al
servicio de la economía de unos pocos.
La ciudadanía tiene que
reaccionar, como también los partidos políticos y unirse en torno a una
ruta común, que nos lleve a una nueva alternativa hacia la izquierda.
Que buena oportunidad para su credibilidad ha perdido
el PSOE en su 39 Congreso. Poco les ha durado el eslogan «somos la
izquierda», podrían haberse declarado además republicanos.
Pero la nueva dirección ha evitado que el Congreso votase la enmienda propuesta por Juventudes Socialistas,
que pedía convocar un referéndum para instaurar la Tercera República.
Finalmente la organización juvenil ha retirado la propuesta, parece que
tras tensas negociaciones con el equipo de confianza de Pedro Sánchez,
convencidos de que si el plenario votaba, ganaba la república.
«No
reivindicamos una República como la de antiguamente, sino un nuevo
proyecto de país. Un proyecto de izquierdas que pueda unir a toda la
gente y en donde haya una igualdad», defiende JJSS, que debería
abandonar el PSOE. Si la juventud es el futuro, ha pedido República.
El último capítulo de la historia de la República
española en 1977, doloroso para quienes tanto habían luchado por ella,
se cerró con dignidad y honor. Se disolvió la Segunda República, pero no
los republicanos ni su ideario, que seguimos defendiendo por la
proclamación de la Tercera.
Víctor Arrogante | Rebelión | 21/06/2017
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