A las once de la noche del pasado viernes catorce de septiembre, Iván Lago —veinticinco años, estudiante de ingeniería técnica informática—
salió de su casa de Maceiras para buscar a su gato, que tiene la mala e
incómoda costumbre de escaparse de casa con la luna. Incrustada entre
la costa y el monte, Maceiras es una pequeña aldea gallega en la
frontera imaginaria de la Costa da Morte con el inicio de las Rías
Baixas. «Cuando estaba a pocos metros de mi casa, con todo oscuro,
escuché el grito de una vecina». Y enseguida su llamada desesperada:
«¡Lume! ¡Lume!». Que, como todo el mundo sabe, significa fuego en
gallego. Iván corrió hacia los gritos por un pequeño camino que sale de
la aldea construido y asfaltado por los propios vecinos hace más de
cuarenta años.
Cuando llegó descubrió un conato de incendio, unas
pequeñas llamas que nacían y comenzaban a devorar la maleza. «En cuanto
lo vi me di la vuelta y corrí a casa a avisar a mis padres. No sé si
hice lo correcto, fue lo que me salió. Después llamé al 085». El 085 —enseguida llegaremos a eso—
es el teléfono gratuito del que disponen todos los gallegos cuando
divisan un incendio forestal y que tiene hasta una cuenta de Twitter y
su correspondiente hashtag: #seveslume085 (si ves fuego 085). «Mi padre —prosigue Iván—
se echó al fuego. También el resto de vecinos. Aquí la gente se echa al
fuego, de verdad. Se tiraron a él con cubos y mantas. ¡Mi padre estaba
intentando apagarlo en zapatillas!».
Mientras los vecinos de Maceiras
trataban de sofocar las pequeñas llamas, el monte, enorme allá arriba,
oscuro y sereno, contemplaba la batalla sabedor de que la derrota de los
vecinos suponía su muerte. «Cuando por fin lo apagamos, encontré de
casualidad un pequeño aparato. Era un depósito con un líquido, una mecha
y un mechero de laboratorio. Le hice una foto y después vino un técnico
forestal y se lo llevo», dice Iván. «Por cierto, que ese técnico
forestal fue todo lo que vino, después de llamar al 085. Y tardó una
hora», desliza quejoso. La noche siguiente los vecinos montaron guardia.
Sabían que la cosa no quedaba ahí. Y acertaron. A las cuatro de la
mañana volvió a ocurrir. «Otra vez llamas, en el mismo sitio.
Esta vez
ya ni llamamos al 085, lo apagamos nosotros mismos». La madrugada del
domingo llegó el tercer intento, en el mismo punto. «Esta vez no pudimos
controlarlo, las llamas se hicieron demasiado grandes». Por suerte para
los vecinos de Maceiras el fuego avanzó hacia el arroyo que atraviesa
la aldea y se extinguió, atrapado entre el agua y la carretera que,
cuarenta años atrás, habían construido los vecinos. «Este año
aguantamos», dice una mujer que escucha el relato de Iván, en un bar a
pocos metros de donde se produjeron las intentonas. «El año que viene, a
saber».
La
zona donde se originó el fuego que Maceiras pudo controlar, luce ahora
chamuscada, con algunos arbustos carbonizados. Alrededor, espesa maleza
que se amontona y se extiende, monte arriba, cubriendo la ladera. ¿Por
qué tres intentos de prender fuego aquí? ¿Quién fue? «Sabemos
perfectamente quién fue y por qué lo hizo, pero eso es algo que te vas a
ir de aquí sin saber».
En
la carretera de vuelta, la que une Maceiras con Finisterre y pasa al
pie del emblemático monte de O Pindo, las montañas están negras. Hechas
carbón por otro fuego que sí tuvo éxito, que sí se extendió. Toda esta
zona estaba en proceso de regeneración después de que un incendio
similar la arrasase en el año 2006. El deprimente paisaje, sin embargo,
solo supone una pequeña parte de las once mil hectáreas que se han
quemado en Galicia este año, casi un tercio de la superficie total que
se ha carbonizado en toda España. Y eso que Galicia ocupa apenas un 6%
del total del suelo del estado.
Más datos: desde 1991, año en el que
comenzó a funcionar el servicio de defensa de incendios forestales, han
ardido en Galicia 613.000 hectáreas en 188.070 incendios, según un
informe de CCOO. No está de más recordar que una hectárea son diez mil
metros cuadrados (que cada uno calcule la equivalencia en campos de
fútbol). Para hacernos una lamentable idea, desde 1991 en Galicia ha
ardido una superficie equivalente a la provincia de Ourense. O dicho de
otro modo: una cuarta parte de Galicia reducida a cenizas. Que se dice
pronto.
«Se
ha instalado la idea de que el de los incendios forestales es un
problema que no se está solucionando e incluso que va a más. Pero no es
cierto». Interviene Tomás Fernández Couto, secretario
general de la Consellería de Medio Rural de la Xunta. «En los años 90
había un promedio de nueve mil incendios al año. A principios de los
2000, unos siete mil. Actualmente, en Galicia, hay unos tres mil
quinientos incendios al año (unos diez al día, de media), que son
muchos, pero que son tres veces menos. Esta es una realidad que no
siempre se dice». Otra realidad es que, pese al descenso general, en los
últimos diez años en Galicia ha tenido lugar un tercio de todos los
grandes incendios ocurridos en España (se considera gran incendio el que
calcina más de quinientas hectáreas). En 2012 se dieron tres grandes
incendios gallegos y este año ya van siete.
La
gran pregunta es, ¿por qué? Si hay que sintetizar en una sola respuesta
por qué Galicia arde sin control año tras año podría utilizarse la
siguiente ecuación: superficie forestal sin parangón en el resto de
España + propiedad privada de esta superficie en forma de minifundios
laberínticos + abandono de estas propiedades por el éxodo de las nuevas
generaciones hacia zonas urbanas + cultura del fuego como herramienta
tradicional gallega. Esta suma ofrece gran parte de la solución a la
gran pregunta, a las noticias que, una y otra vez, vemos en la
televisión o escuchamos en la radio y nos alertan de un nuevo incendio
en el noroeste. Hay más respuestas, sí, pero no se engañen. Ninguna
resuelve tantos incendios en Galicia como la ecuación expuesta.
Galicia
alberga el territorio forestal más productivo de toda la UE, con
diferencia. Hay, aproximadamente, un millón y medio de hectáreas
forestales en Galicia de las que el 96% pertenecen a particulares. El
problema es que este 96% está dividido hasta el hartazgo debido al
imperio del minifundismo que prevalece en Galicia. La tradición de
dividir las tierras entre los hijos y estos entre los nietos y así
sucesivamente ha convertido Galicia en un puzle de un millón y medio de
hectáreas en el que hay un dueño por cada tres hectáreas que, de media,
las ha divido en quince parcelas que, para colmo, no tienen solución de
continuidad, es decir, están separadas físicamente entre sí.
Esta
desorganización no tendría necesariamente que ser un problema si no
fuera por la gran cantidad de núcleos urbanos que hay esparcidos por
Galicia: treinta mil según datos de la Xunta, lo que supone el 50% de
todos los que hay en España. La mayor parte de ellos padece el abandono
de las nuevas generaciones. En Galicia, como en otros tantos sitios, la
juventud huye del rural para instalarse en las zonas urbanas. Unas dos
mil aldeas gallegas están desiertas y otras tantas tienen entre dos y
tres vecinos. Esto ha desembocado en un abandono completo o muy elevado
de los terrenos forestales.
Los quince terrenos divididos en las tres
hectáreas que suman el millón y medio de hectáreas forestales privadas
apenas están cuidadas. Esto es, están llenas de maleza, arbustos y toxeira.
Los viejos aldeanos no tienen tiempo, dinero ni ganas de desbrozar.
Solución: la que siempre se ha utilizado en Galicia, la herramienta
rural por excelencia que forma parte de la cultura y simbología
gallegas: el fuego.
«La falta de ordenamiento y el abandono son la mecha de los incendios en Galicia», explica Jose Precedo, periodista de El País Galicia
que ha cubierto durante muchos años el fuego forestal gallego. «Un
campesino no tiene dinero para limpiar su terreno y le prende fuego. Ese
fuego se extiende enseguida por el resto del monte, igual de
descuidado, y ya tenemos otro incendio más». Cada año, en Galicia, hay
medio millón de quemas de rastrojo. Con que un par de ellas se
descontrolen, ya hay dos grandes incendios preparados. «Prenderle fuego a
tu parcela es más barato, de hecho, es casi gratis. Y queda
completamente limpia», explica Iván, el vecino de Maceiras. «Esto tiene
solución: ordenar el monte, organizar una política de ordenación
territorial», expone Precedo. «Pero esto supone medidas y programas a
largo plazo, algo que choca de frente con la política.
Aquí la Xunta, y
todos los gobierno anteriores de todos los colores, han preferido
reducirlo a un problema de delincuencia y centran sus soluciones en
medidas a corto plazo, medidas electoralistas». La Xunta, en boca de
Fernández Couto, responde: «Es muy difícil controlar un millón y medio
de hectáreas divididas hasta el infinito entre propietarios privados.
Aplicamos medidas públicas de control y gestión a unas setenta mil
hectáreas nuevas cada año, pero es imposible llegar a todas».
Ricardo Rivas
es agente zonal de los servicios de extinción de Medio Rural. Dirige y
coordina los incendios forestales desde el distrito IV de Galicia, con
base en Noia. Galicia se divide en distritos forestales con distintos
grados de riesgo y con equipos de bomberos que, para muchos, son la
élite de España. Ricardo lleva dieciocho años luchando contra el fuego y
pocas personas como él —o sus compañeros— para
hablar del asunto. «Efectivamente la quema de rastrojo para limpiar los
terrenos es un gran problema.
No solo les sale gratis limpiar así, sino
que a veces hasta cobran indemnización si las focas (hidroaviones) les
rompen algo con el agua o si la bulldozer les derriban árboles»,
explica. «Mira hasta qué punto aquí el fuego es una herramienta de
trabajo y se aprecia, que nosotros hemos llegado a incendios y algunos
vecinos nos han dicho: “¡deja que se queme esa parte, hombre! ¡No lo
apaguéis justo ahora!”. También nos han insultado, nos quieren echar,
nos han tirado piedras y hasta nos hemos encontrado con que habían
defecado dentro del camión mientras estábamos trabajando».
Para evitar la quema de rastrojos —intentarlo—
y frenar sus consecuencias, la Xunta lleva años aplicando medidas.
Además de haber invertido quince millones de euros solo este año para
limpiar el monte, en Galicia, desde junio hasta octubre, entra en vigor
la campaña antiincendios, en la que, entre otras cosas, se refuerzan los
servicios de extinción, se extrema la vigilancia y se prohíbe quemar
nada en cualquier propiedad rural.
El resto del año, para quemar, hay
que tramitar un permiso a la administración. Además, cualquier casa en
zona rural debe tener limpios cincuenta metros de su perímetro: los
treinta primeros sin un árbol y los veinte últimos con los árboles
separados. Incumplir esto supone graves multas. «El problema es que
muchos no lo hacen —retoma Ricardo—,
y con las propiedades tan descuidadas el fuego aquí se extiende
rapidísimo». Por si fuera poco, y en lo que supone otra crítica
recurrente de la sociedad gallega, los planes de prevención destinados a
concienciar y sensibilizar a la población rural del peligro de usar el
fuego no parecen estar funcionando.
Por
eso Iván y el resto de vecinos de Maceiras sabían quiénes habían
prendido fuego. Quiénes fueron los vecinos que quisieron limpiar su
terreno de rastrojo y casi logran limpiar todo el monte. «Pero aquí
nadie dice nada», admite Iván. «Nadie denuncia, ni por tener el terreno
sucio ni por plantar fuego». Como siempre, en Galicia, todo es silencio,
que tituló Manolo Rivas. «Aquí hay mucho fuego —sigue Iván— y
necesitamos ayudarnos entre nosotros. No puedes estar a mal con el
vecino. Si le denuncias a lo mejor no te ayuda en el próximo fuego».
«¿Sabes quiénes son los únicos que denuncian? Los que vienen de Madrid o
Valencia, jubilados que compraron casa aquí y viven aquí todo el año.
Esos sí que denuncian».
Leo Picallo, vecino de
Corcubión, fue brigadista forestal durante dos campañas de extinción de
verano. «Claro que todos sabemos quiénes son, pero ¿que vas facer?.
No puedes denunciar si no lo pillas in fraganti. Es su palabra contra
la tuya», argumenta. «Pero si a nosotros nos mandaron hacer base (esto
es, mandar una brigada a vigilar una zona concreta) en puertas de casas,
joder. Nos enviaban a vigilar a casas concretas porque sabían quiénes
eran. Y aun así lo consiguen». Y lo consiguen porque no siempre son los
propios vecinos quienes prenden fuego. En no pocas ocasiones contratan a
gente para que lo ejecute. «Es más sencillo pagar a un paisano para que
lo haga».
Quien toma la palabra es un vecino de Ourense que prefiere no
dar su nombre. «A los campesinos les conviene económicamente y se
protegen entre ellos. Todo el mundo en los pueblos sabe quién quema,
pero nadie denuncia porque para empezar, sería actuar contra sus propios
intereses, y para terminar, aquí se ve como algo totalmente normal. “El
monte es nuestro y, si queremos, lo quemamos” es una frase que escuché
hace unos años y que define perfectamente la posición de la Galicia más
sombría y rancia».
El
84% de los incendios en Galicia son intencionados, según un estudio
hecho público por el Seprona de la comandancia de la Guardia Civil de A
Coruña llamado Los incendios forestales en Galicia y su investigación.
Este porcentaje puede resultar engañoso porque en él se incluyen las
negligencias por la quema de maleza u otras prácticas campesinas. Pero,
al fin y al cabo, es un fuego que alguien comenzó. El porcentaje de
incendios intencionados en el resto de España se reduce al 33%. Los
accidentales y fuegos naturales suponen el 7% en Galicia frente al 40%
de España, el mismo porcentaje de los enmarcados por causas
desconocidas, 7%, cuando en España es del 26%.
De
la mano de la limpieza de terrenos va la búsqueda de regeneración de
cultivos y pastos. Se trata de otro de los grandes focos incendiarios en
Galicia pero que no deja de ser una nueva utilización del fuego como
herramienta. «Cuando las llamas son en las zonas altas del monte —explica Ricardo Rivas—
es por ganado. Queman zonas enteras para mejorar el pasto, pero muchas
veces se extiende al resto del monte. Cuando el fuego es en las zonas
bajas de la montaña, es por el cultivo». Ganaderos y agricultores queman
sus terrenos para empezar de cero, pero, una vez más, la no ordenación
del territorio convierte todo en un caos por el que una parcela que se
incendia contagia rápidamente a las demás. Prueba de la importancia de
este fenómeno es que, en las zonas de Galicia donde sí están organizados
los ganaderos, como es el caso de la Mariña Lucense, en el norte,
apenas hay incendios.
«Hombre, allí el clima también ayuda, que es más
frío y húmedo», apunta Ricardo. Con eso y con todo la diferencia es
meridiana: en la última década en Ourense y Pontevedra hubo setenta y
cinco mil y cincuenta mil incendios respectivamente. En Lugo no llegaron
a quince mil. En algunos municipios lucenses, como Trabada, solo se
quemaron 0,08 hectáreas el pasado año, eso a pesar de estar cubierto del
que tal vez sea el mayor combustible incendiario en los montes
gallegos: el eucalipto.
El
mapa de los incendio en Galicia divide la Comunidad en diecinueve
distritos forestales, algunos de ellos calificados como ZAR, zonas de
alto riesgo. Cada distrito cuenta con un jefe de distrito, tres técnicos
forestales y varios agentes. El peor distrito, el distrito que cada año
arde sin remisión, es el de Ribeira, el distrito forestal XI. : «Es la
peor zona de España y seguro que una de las peores de Europa. Tenemos
claro que todos los veranos arde», explica Ricardo. Cuando a Ribeira
llegan los días 30-30-30 la suerte está echada.
Hay
entre siete y once días al año que son críticos para el monte gallego.
Son los llamados 30-30-30. En ellos hay más de 30 grados de temperatura,
menos del 30% de humedad y vientos de más de 30 kilómetros por hora.
Esos vientos, en Galicia, solo los trae el Nordés. «Aquí cuando hay
Nordés temblamos porque es matemático: si sopla Nordés hay incendio»,
dice Ricardo. «Esos días, con un mechero en el monte, montas una fiesta
de cien hectáreas en unos segundos», continúa. «Sin viento, el fuego es
circular; si hay viento, hace una lengua que avanza.
Como haya Nordés a
noventa kilómetros por hora las llamas avanzan más rápido que una
persona corriendo a campo abierto. ¿Sabes lo que es eso?». En el año
2006 hubo más días 30-30-30 de lo habitual, lo que convirtió aquel año
en el de peor recuerdo para los gallegos, con noventa y cinco mil
hectáreas quemadas. «Pero el peor que me viene a la memoria es 2011,
porque llegó el fuego después del verano, en octubre, y ardió todo y
teníamos menos medios», dice Ricardo. Ese año se quemó parte del parque
natural de As Fragas do Eume.
No
son pocos los campesinos y agricultores en Galicia que desvían culpas.
Una creencia muy arraigada y generalizada es que el fuego se debe a las
mafias madereras, que utilizan, una vez más, los incendios para
regenerar y revalorizar montes. «Eso lo sabe todo el mundo», asegura el
vecino de Ourense que prefiere mantenerse en el anonimato. «Las
organizaciones de la madera contratan a gente para que quemen terrenos.
Por eso en donde los madereros están organizados no arde el monte», se
queja. Este argumento sostiene también que muchos de los incendios
madereros, como el sucedido en O Pindo hace un par de semanas, tienen
como objetivo evitar la declaración de parque natural de determinadas
áreas.
Lo cierto es que, al contrario de lo que sucede con el abandono y
desorden del medio rural, esta motivación apenas cuenta con sustento
real. «Nunca se ha demostrado una trama», dice Jose Precedo, periodista
de El País Galicia. «Se insiste en la vía delictiva pero sigue
sin demostrarse. Siguen sin aparecer esas supuestas mafias y
organizaciones de delincuentes». En declaraciones a El País Galicia,
la Fiscalía Superior de Galicia señala que «no existe ese imaginario de
que los incendios son provocados por el trinomio
“madera-urbanismo-economía del fuego”. No hay ningún propósito criminal
concertado».
Pese
a ello, pese a la insistencia de la Fiscalía en desmentirlo y la
ausencia de pruebas, la Xunta insiste en la vía de la delincuencia como
explicación a gran parte de los incendios. Por eso prender fuego al
monte ya se castiga con entre cinco y veinticinco años de prisión y por
eso los detenidos son unos doscientos cada año, lo que convierte a
Galicia en líder absoluto en España. «La cuestión es, ¿a cuántos de esos
detenidos se condena?», se pregunta Jose Precedo. A día de hoy, hay
solo ocho personas encarceladas por provocar incendios forestales según
datos de Instituciones Penitenciarias. Ocho.
«Toda
la política de la Xunta, de los últimos gobiernos gallegos sin importar
el color, ha sido convertir esto en un problema de delincuencia,
reducirlo a delincuentes», insiste Precedo. El bipartito PSG-BNG llegó a
hablar de bandas de motoristas encapuchados que jamás nadie vio. El
eslogan de la campaña antiincendios de este verano del gobierno gallego
es: «Los incendiarios ejecutan nuestros bosques, no seas cómplice de un
crimen. Denúncialo a las Fuerzas de Seguridad. Si ves fuego, 085».
Precedo termina: «No se trata de criminalizar o de solo criminalizar. Se
trata de dejar de aplicar medidas electoralistas con cuatro años vista y
apostar por políticas a largo plazo que terminen con esto de una vez.
Hay que ordenar y conservar los montes.
La Xunta se empeña en reducirlo
todo, una y otra vez, a un problema de orden público». Desde la
Consellería de Medio Rural, su secretario general, Fernández Couto,
responde: «En los días 30-30-30 hay unos cien fuegos diarios, cada vez
más cerca de grandes núcleos urbanos con clara intención de hacer daño.
Aparecen cuatro focos a la vez, esto no encaja con los motivos
tradicionales de uso del fuego que sí aparecen en otras zonas
concretas». Y añade: «No tengo constancia de que sea terrorismo, ¿pero y
si lo hubiera? Responde a la misma casuística». El debate está servido
desde hace lustros en Galicia.
El
uso del fuego como arma delictiva, aunque menor y difícilmente
demostrable, sí está presente.
Existen cientos de casos de ajustes de
cuentas entre vecinos, venganzas y hasta intenciones de descubrir las
lindes de las propiedades, desaparecidas entre la espesa maleza. Una vez
más, las veces que haga falta, el fuego como parte intrínseca de la
cultura galega. «Aquí en A Pobra do Caramiñal —explica Ricardo— había
una banda que prendían fuego y luego daban un palo al banco, cuando la
policía estaba en el monte. Hasta que llegó el ejército, les fue a casa y
les dijeron: “Eh, que estamos por aquí, ¿vale?”. Y se acabó». Y es que
el ejército, cada verano más, está presente en los montes gallegos.
Hasta ese punto llega el problema.
«Y
después los hay que plantan fuego para ver la fiesta», completa
Ricardo. Los incendiarios y pirómanos abundan en Galicia, pero ni mucho
menos son la explicación al problema. La Guardia Civil calcula que los
incendios de este perfil no llegan al 7%. «En Boiro tenemos al capitán
Cerillas, un vecino que ya sabemos que le gusta ver movilizados a los
bomberos», cuenta Ricardo. Leo Picallo añade: «Un día estaba en un bar y
uno cargado de cubatas empezó a gritar, “¡ese fuego lo planté yo!”.
Como fardando de eso». Pero nadie dice nada.
Una
colilla, la chispa de una obra o un tren que pasa, una brasa mal
apagada, un rayo. O intereses urbanísticos. O mineros. La lista del
resto de motivos que incendian Galicia es larga, pero si se limitara a
ellos, si no entrase en juego la realidad del suelo gallego, no pasarían
de ser incendios como los que cada año suceden en cualquier otro punto
de España.
Tanto
fuego, tanto incendio, ofrece una contraparte digna de valorar. Galicia
cuenta con los servicios de extinción más eficaces de España y
probablemente con uno de los mejores de Europa. Eso, a pesar de las
protestas de los sindicatos, que reclaman un mando único ya que, además
de los servicios de la Xunta, existen dos empresas privadas
subcontratadas, algo que, dicen los sindicatos, afecta a la
coordinación.
Además hay brigadas municipales, que dependen directamente
de los ayuntamientos, lo que enreda todavía más el panorama. No está de
acuerdo Ricardo, que lo simplifica: «Las empresas subcontratadas
dependen de nosotros, hacen lo que les decimos». Añade: «Que eso no es
un problema lo demuestra el hecho de que somos los mejores». Y lo dice
muy en serio. Tras años de incendios, Galicia ha logrado una suerte de
élite de servicios de extinción. «Se lo puedes preguntar a cualquier
bombero forestal de España», dice Ricardo. «Hace unos años vinieron unos
compañeros de Navarra a echarnos una mano. Había un incendio de
cuatrocientas hectáreas en Oia. Ellos flipaban, claro, lo más grande que
habían visto eran cinco o 1diez hectáreas. Les dije que subieran por un
lado y al rato los tenía abajo: “eso no puede apagar”, me dijeron.
Subió una brigada gallega y en veinte minutos estaba apagado». «De
verdad no lo digo por vanagloriarme, te lo dice cualquier bombero de
España».
Y
por eso Galicia es plaza valorada. Un bombero forestal, un agente o un
ingeniero de montes que trabaje un par de años en Galicia, hace
currículum. «Uno viene aquí una par de temporadas de incendios y ya no
le falta trabajo más en el resto de España». Y todavía así las brigadas
gallegas escuchan otra de las creencias instaladas en Galicia sobre el
origen del fuego: que son los propios bomberos quienes los provocan para
cobrar. «Yo no sé de dónde sale eso», dice Leo. «Nosotros cobramos
siempre, no solo cuando salimos». Ricardo añade: «Eso es como decir que
los policías ayudan a que se den atracos porque cobran cuando los
evitan. En dieciocho años de carrera no he conocido un solo bombero que
prendiera fuego a nada».
La
profesionalidad se desprende de su pasión por lo que hacen. «Es que
engancha, ¿eh?», dice Leo. «Es un trabajo con mucha adrenalina y le
acabas cogiendo mucho el gusto. Ahora, es muy duro. Igual estás dos días
seguidos en un incendio y acabas lleno de golpes». Ricardo coincide. «A
mí solo de ver humo ya me hierve la sangre, me encanta lo que hago pero
que quede claro que es muy, muy duro. Muchas horas, corriendo por el
monte, huyendo de las llamas». Un día casi no vuelve a casa. «Estábamos
unos siete con una bulldozer, en Ourense. El fuego nos rodeó
completamente y nos pusimos debajo de la pala. El conductor de la
bulldozer gritaba, “¡no quiero morir, tengo una hija recién nacida!”. Yo
también, joder, pensaba. Pero mantuve la calma. Al menos de cara al
resto. Decidimos prender un contrafuego, con mecheros, era nuestra única
opción. Y funcionó, logramos que se ahogara y tuvimos una salida. Pero
llegué a pensar que no lo contaba».
La
fascinación por el fuego y su uso, ya sea en el bando de los
incendiarios, de los campesinos, de los delincuentes o incluso en el de
los bomberos, es asombrosa en Galicia, una tierra donde el aguardiente
arde hasta convertirse en queimada que sirve para purificar los
espíritus, una tierra donde se celebra la noche de San Xoan más
espiritual, saltando las hogueras sin remisión cada verano. Donde
perviven los fachóns, los manojos de paja para alumbrar los caminos, o el magosto,
donde se asan las castañas en las hogueras. El fuego como elemento
básico de la cultura, purificador, cotidiano y necesario, tal y como
relataba Manuel Murguía: «Se encierra en sí mismo, es
puro como la llama y purifica cuanto toca. Sin él, nada en la tierra. Él
vence a las tinieblas y el mal que en ellas se oculta, él es el
principio, es el padre, el hermano, el hijo, el amigo del hombre…».
«Aún
tienen que pasar varias generaciones para que se deje de usar el fuego
como ahora, para que deje de ser una costumbre en las aldeas», dice
Ricardo. El fuego como amigo, como herramienta, como tradición. Ante
eso, ¿que vas facer?
Fotografía: Nacho Carretero
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