Audiencia Nacional. Crespo
nombra en Gürtel a Costa, Fabra y Camps. Y, Rajoy, en FITUR, rodeado de
periodistas, dice… que 2017 fue un año magnífico para el turismo. Así
funciona el tinglado. En los últimos días, varios encausados por
corrupción han cantado ante la justicia para confirmar las sospechas
largamente avanzadas.
En España, miembros del Partido Popular o de los
nacionalistas catalanes de Convergencia i Unió contrataron obras,
pagadas con dinero público, a cambio de mordidas astronómicas en las que
el que pudo metió el cazo para volcarlo a su bolsillo.
De estos
partidos básicamente y también de otros. Una práctica que se presume
habitual, una forma de ejercer la función pública. Pero el problema ni
siquiera acaba ahí.
Constatamos que a amplios
sectores de la sociedad les da lo mismo que les roben, que nos roben.
Que la justicia va por barrios, dejando oasis de intocables y deteniendo
con aroma de arbitrariedad por opiniones o actitudes convertidas en
delito. Sabemos que nada sano puede salir de la abismal disparidad de
criterios al abordar los problemas.
Que el río revuelto viene con
víctimas asfixiadas y pescadores que se aprovechan ignorando todo
escrúpulo. Comprobamos que las injusticias sociales alcanzan cotas de
escándalo.
O que un empresario condenado por las tarjetas Black,
investigado por otra trama de corrupción, recién denunciado por un
compinche como receptor de una comisión millonaria, llamado compi yogui por los Reyes de España, viaja a Davos en la comitiva que nos representa como país y que encabeza el propio Felipe VI.
Vivimos tiempos complicados
que parecen encaminarse a un futuro peor. Hasta la ficción literaria y
cinematográfica nos presenta un espejo negro, un Black Mirror, al que
avanzamos. Se han aparcado los coches voladores y los trajes
fluorescentes, la ciencia ficción nos lleva a un terreno más oscuro.
Quizás porque es más realista, más apoyado en datos del presente. Solo
que el futuro no está escrito; el espejo no es barrera, es cristal
frágil y quebradizo. Detrás puede haber esa sima que auguran o nuevos
horizontes para construir, dejando atrás la mugre.
Depende de nosotros, de
todos nosotros. En gran medida, de los cómplices de este estado
insostenible. Una de las primeras obras que vi representada en un teatro
–el Teatro Principal de Zaragoza- fue “A puerta cerrada”, de Jean Paul
Sartre. Tan rotunda que, con ella, entendí para siempre que El infierno son los otros.
La mayor de las armonías puede verse alterada por las relaciones
personales hasta crear un clima insostenible. El infierno son los
otros, a menudo, del mismo modo que hay personas que, por el contrario,
se convierten en aliados y soporte.
Hoy, en España y en muchos
otros lugares del mundo, van ganando los colaboradores necesarios de la
sinrazón, el abuso y la tiranía. Un grupo significativo como coautores
directos, otros por pura tibieza y una gran mayoría sin ser conscientes
siquiera. ¿Cuántos valores tienen que fallar en una sociedad, en cada
persona, para que se apueste por dirigentes corruptos, aprovechados, sin
preparación ni ética, turbios, falaces, a pesar de que dañan hasta los propios intereses de sus electores?
Los
hilos son ya tan gruesos, hay tanto que cargar y es tan innecesario ya
disimular, que sin duda cabe hablar de influencias y manipulaciones pero
eso no lo explica todo, ni mucho menos lo justifica.
El infierno son los otros,
los que enturbian la vida. Estamos conviviendo en el mismo país donde
millones de personas miran a otro lado cuando el gobierno deja sin
atención a los dependientes o aplica políticas que aumentan la pobreza
mientras favorece la sobreabundancia de las grandes fortunas.
Son datos y
lo saben por más que sus gurús de baba les mareen con las cifras. Hay
13 millones de personas en España en riesgo de exclusión social, casi 5
no pueden calentar su casa cuando hace frío. Cada semana mueren 8 trabajadores durante su jornada laboral. Según datos del Ministerio, en 2017 hubo 451 accidentes mortales y 3.500 graves. Las cifras aumentan. Habrá razones.
Y sigue habiendo desahucios.
Agustín Moreno, un profesor que acaba de jubilarse y que venía
escribiendo textos imprescindibles sobre educación, empleó su recién
estrenado tiempo libre esta semana en acudir a un desahucio. Lo contó en Cuarto Poder. Y previamente escribió en Twitter:
¿Cómo se puede dejar en la calle a una madre con 2 hijos de 16 y de 12
años, uno de ellos con una minusvalía del 41%, y que no se les caiga la
cara de vergüenza a todos los que tienen la responsabilidad de
evitarlo?
Esto se vota. ¿Cuántas valores han de anularse para llegar a
este extremo? ¿Cuánta miseria esconde el silencio cómplice?
Y se vota la privatización de la sanidad y las goteras, una tromba de agua en realidad, en la UCI pediátrica de un hospital público.
La Unidad para niños en estado de máxima gravedad. El colapso de las
urgencias y las listas de espera. Y se apuesta en las urnas por los
empleos de una semana de duración que trajo la reforma laboral, los
sueldos precarios, la disminución de los subsidios de desempleo. Y por
la subida de casi 500 euros en las tasas universitarias.
Y el aumento
descomunal de la Deuda Pública, negocio de especuladores. Está en el
99,4%, en 2007 la teníamos en el 35,5%, echen cuentas. Y la politización
de la justicia. Y la RTVE manipulada para contar lo contrario de lo que
ocurre. Y las subvenciones en forma de publicidad institucional a los
medios que terminan siendo concertados con el gobierno, con el poder,
con todos los que comen en esa mesa.
Se está privando a políticos de sus derechos civiles sin haberse determinado su culpabilidad en un juicio. Se invirtieron 87 millones de euros en el despliegue policial para
enfrentar el referéndum en Catalunya.
El Ministro Zoido llamó al
operativo Operación Copérnico por, dice, “el giro copernicano” que
tendría que darse. Un ministro a juego con sus votantes, sin duda. Se
está pervirtiendo el lenguaje con fines precisos como no soñó ni Orwell.
O sí, él sí. Se manda, insisto, a Davos a una representación de España
que, sin quererlo, es demasiado fidedigna, porque nada trae
consecuencias. Aunque no lo parezca, también todo esto se vota.
Hemos tenido gobiernos que,
no solo rescatan con nuestro dinero a bancos y empresas, sino que
consintieron el fraude de las preferentes. Y ahí los vemos en comisiones
de pasar el rato, echando culpas fuera. Lo hicieron solos y en compañía
de otros. Lo hacen aún con tantas cosas. Se vota, esto se vota. Dando
la confianza a los partidos responsables de esta gestión y a los
partidos que les apoyan.
Es cierto que uno no puede asumir todos los
errores de aquellos a quienes eligió, pero lo que está pasando en España
dista mucho de ser el ejercicio normal de la política. De la justicia y
el periodismo también. Demasiadas irregulares y trampas que los
tuercen. Nos sentencian a una condena que se da como irremediable y no
lo es.
El infierno son los otros.
Se ven ejércitos de zombis, tabernios, cuñados, cenutrios, neutrinos,
encandilarse con quienes ponen en peligro su propia sanidad, su propia
pensión, la educación de todos, el progreso en forma de investigación,
la cultura. Aprietense los cinturones los pensionistas que
hay que rescatar a las autopistas privadas y no hay más dinero. España
consolidó ese modelo que, además, se cree muy sabio y avispado,
exactamente igual que las víctimas del timo de la estampita o el
tocomocho.
Los que, siguiendo la flecha, condenan a los conductores
varados en la nieve y se enfervorizan con el “a por ellos”. Los que
censuran severamente a las víctimas de la codicia y bajan los ojos ante
sus verdugos. Parece haber millones de seres que no relacionan sus
hechos con las consecuencias que ocasionan. Hijos de esa España eterna
que se ocupó a fondo en disuadir el pensamiento crítico y propio.
Son demasiados. Tras el
Black Mirror no está el coche fantástico, está el ejército de espectros
guiados por los Caminantes Blancos. En este juego de tronos son
decisivos. Avanzan sin mirar atrás, pierden brazos, piernas, la cabeza, y
siguen andando, abatiendo, sepultando, como enemigos. Cuando hay otra
realidad tras el espejo: una puerta, y vías abiertas, y una luz, una
sociedad y un país que podría apostar por la decencia y el futuro. Es
que por este camino no va a haber ni mañana.
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