
El abuelito de Heidi se ha cansado de que la derecha le tome por un voto
cautivo al que basta con atemorizar periódicamente, mientras la
izquierda da por hecho que siempre votan con el poder
Para sorpresa de medios y
élites económicas y políticas, siempre ocupadas en cuestiones
trascendentes como la letra del himno de Marta Sánchez o el enésimo
intento fallido de meter al mayor Trapero en la cárcel, los pensionistas
se han movilizado, han llenado plazas y calles e incluso han logrado lo
que no pudo el 15M: llegar a las puertas del Congreso ante los ojos
atónitos de una policía que bien puede dar gracias a que los
pensionistas son gente de orden.
La onda expansiva de
desconcierto ha sido tan potente que los mismos medios, economistas y
jóvenes politólogos que hace dos días nos inundaban con cifras y modelos
para demostrarnos que las cuentas no daban y lo de los viejos no tenía
solución, que las generaciones más viejas habían roto el pacto
intergeneracional preocupadas solo por sus pensiones y constituían un
muro invisible para las legítimas aspiraciones de las generaciones más
jóvenes y tan bien formadas, ahora callan o nos explican lo legítimas y
razonables que suenan las aspiraciones de unos pensionistas que piden
algo tan exuberante como no perder poder adquisitivo.
Ya ni el Gobierno se atreve a repetir en voz alta que
los mayores han sido un colectivo especialmente cuidado y atendido
durante la crisis. Ya nadie, ni siquiera un economista, se atreve a
sostener en público que los mismos viejos que han visto empobrecidas sus
pensiones, soportado un copago sanitario equivalente al 12% de su
pensión media anual y que han debido dedicar buena parte de su pensión a
seguir sosteniendo a sus familias han estado mejor atendidos que los
parados o los jóvenes.
¿Qué está pasando?, se
preguntan políticos, economistas, politólogos y analistas. Es
complicado, pero se puede resumir en una frase: el abuelito de Heidi se
ha cansado. Se ha hartado de que la derecha le tome por un voto cautivo,
al que basta con atemorizar periódicamente con una carta para
recordarle a quién le deben seguir cobrando la pensión, mientras la
izquierda no tiene nada que decirle porque da por hecho que siempre
votan con el poder.
El abuelito se ha cansado de que
Pedro le recuerde todos los días lo cara que sale su pensión y quién se
la paga, después de que Pedro haya recibido toda su vida mucho más de lo
que ha pagado ni pagará gracias a los impuestos y el trabajo del
abuelito. Se ha cansado de que Heidi le eche la culpa de no encontrar un
buen trabajo fijo pese a ese máster y ese Erasmus en Florencia que
también le pagó el abuelito.
El abuelo de Heidi se ha
cansado de sufrir en silencio y aguantar con estoicismo lo que le
echen, y hace muy bien, porque tiene toda la razón. Se ha hartado de
que, en vez de hacer justicia y recompensarles por haber convertido a un
país atrasado y pobre como era España en un Estado del Bienestar, nos
pasemos el día quejándonos de lo caros que nos salen cuando, en
realidad, solo les dedicamos once euros de cada cien de nuestro PIB.
Solo con los intereses generados por la hucha de las pensiones en 2011
-3.500 millones- se podrían haber actualizado las pensiones este año. La
hucha no se la pulió el envejecimiento, ni la subida de la pensión
media –21euros/mes en los últimos cinco años-, ni el aumento de la
esperanza de vida; se la pulió el gobierno, tu gobierno, Mariano; yo que
tú empezaría a preocuparme porque el abuelo de Heidi ya no vive aquí.
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