Los depredadores, sabiendo que los hechos estaban grabados, se sentían seguros, comprendidos
Un juicio con foco mediático; parte de los hechos
grabados; informes forenses que evidenciaban ciertas lesiones genitales y
un potente estrés postraumático en la chica; 'whatsapps' en el chat de
la Manada del estilo "follándonos a una los cinco", "puta pasada de
viaje" y "hay vídeo"; testimonios de ciudadanos que corroboraban las
intenciones sexuales previas y premeditadas de los agresores y de
agentes policiales que evidenciaban el estado en que se encontraba la
joven agredida justo después de los hechos.
Ante estas pruebas
abrumadoras, los dos letrados de la defensa pensaron que en lugar de
pactar la admisión de los hechos a cambio de una rebaja de la pena la
mejor estrategia de defensa pasaba por luchar por la absolución en el
juicio.
Los abogados de la defensa reivindicaban la
existencia de consentimiento sexual, y calificaban los hechos de simple
juerga sexual colectiva. No se trataba de una estrategia ingenua ni
suicida, al contrario, los defensores sabían muy bien que tenía opciones
de ganar, y no estaban del todo equivocados.
Los
depredadores de la Manada, también autodenominados "los Disfrutones",
alegaron con firme convencimiento que todo había sido una emocionante
orgía colectiva consentida, y agitaron la perla de los estereotipos de
género, el mito de la denuncia falsa.
La denuncia de la chica obedecería
a una venganza debido a que ellos no habrían querido seguir la juerga y
se habrían ido sin despedirse de ella, una actuación que admitían
desconsiderada y poco caballerosa.
En otras palabras, la dejaron tirada
de madrugada en una portería desconocida, desnuda, sin móvil y llena de
semen. Otra versión de la misma idea exculpatoria era afirmar que la
chica los había denunciado para evitar la divulgación indeseada de los
comprometedores vídeos sexuales.
Tal era el convencimiento en las posibilidades de afirmar el consentimiento sexual que los abogados de la defensa reivindicaron los vídeos como prueba de descargo
A la anterior tesis se añadían dos alegaciones habituales más: la de la
falta de lesiones genitales significativas en la chica y la de la duda
sobre su credibilidad. Las defensas habían aportado un informe pericial
psiquiátrico de parte, que procuraba demostrar el desequilibrio
emocional de la chica.
Los abogados de la defensa emplearon estos
argumentos siendo perfectamente conscientes de que la medicina legal ha
concluido que la ausencia de lesiones genitales nunca se puede
interpretar como indicador de consentimiento sexual, y de que las
psicólogas forenses habían excluido que la chica hubiera podido
distorsionar los hechos por causa de alguna afectación mental.
Tal era el convencimiento en las posibilidades de afirmar el
consentimiento sexual que los abogados de la defensa reivindicaron los
vídeos como prueba de descargo. De hecho, uno de los depredadores de la
Manada, al ser abordado por la policía local, les espetó que "todo había
sido consentido, y si no que demostraran lo contrario".
Los
depredadores, sabiendo que los hechos estaban grabados, se sentían
seguros, se sentían comprendidos. Sabían que era posible que quien
imparte justicia llegara a mirar aquellas imágenes con ojos cómplices y
condescendientes con aquel exceso corporativo y llegara a ver una
situación consentida.
Los jóvenes, mientras agredían simultáneamente a
la chica, rebajándola a mero objeto, grababan e iban posando satisfechos
ante la cámara. Aquella era una experiencia más excitante en términos
sociales que en términos sexuales.
Todos querían su instante de gloria,
emocionados pensando en el momento en que compartirían los vídeos del
mejor momento de las vacaciones con el resto de la tribu. Uno de ellos
llevaba tatuado "El poder del lobo reside en la manada".
No podemos leer los hechos de la Manada solo como un conjunto de actos
sexuales premeditados, agresivos e impuestos. Aquellos hechos consistían
en un acto de mensaje a todas las mujeres, un ejercicio de poder, una
estigmatización de la presa, un acto de exaltación identitaria.
Se
trataba de un acto de autoafirmación grupal de lo que entendían como
masculinidad genuina, aquella que encuentra razón de ser en la
subyugación, la degradación y la violencia física y simbólica.
Aquella
que hay que reivindicar en clave patriota para confrontar la pérdida de
la hegemonía privilegiada que reivindican los feminismos.
El violador no es un ser anómalo, en él irrumpen muchos valores que están presentes en nuestra sociedad
La emérita antropóloga Rita Segato, que ha analizado en profundidad las
agresiones sexuales, concluye que la violación es un acto moralizador,
de castigo a quien osa desafiar las leyes patriarcales.
El violador es
un sujeto que ha claudicado ante el mandato de la masculinidad, que le
exige un gesto extremo para reconocerse y demostrar a sus semejantes que
es un hombre verdadero.
El violador no es un ser anómalo, en él
irrumpen muchos valores que están presentes en nuestra sociedad. Como
dice Miguel Lorente, el machismo no es una conducta, es una cultura.
En mayor o menor grado, las estrategias de defensa a las que nos
enfrentamos diariamente ante los tribunales en asuntos de violencias
sexuales siempre agitan y construyen puentes hacia los estereotipos de
género.
Tenemos que remar contra las visiones sesgadas sobre la
existencia de provocación por parte de la mujer, el perfil "real" de
violador y el de víctima, la mecánica de las violencias sexuales, las
reacciones esperables y "creíbles" por parte de las agredidas , la
existencia de móviles espurios en la denuncia, así como la
desconcertante e incómoda "normalidad" de los agresores.
El caso de la Manada es representativo de cómo la defensa de los
agresores sexuales pasa por conectar con esta cultura de la violación,
en la que se banaliza la gravedad de las violencias; en la que una parte
significativa de la población entiende que si no hay una resistencia
heroica no es agresión; en la que se parte del derecho de acceso al
cuerpo de la mujer y entonces se exige la verbalización de un 'no' en
contextos impossibilitants; en la que el Eurobarómetro de 2016 revela
que una parte significativa de la población europea justifica las
relaciones sexuales inconsentidas en determinados casos, y en la que el
estudio norteamericano 'Denying rape but endorsing forceful intercourse:
exploring differences among responders' muestra que un 31,7% de los
jóvenes universitarios encuestados cometerían una agresión sexual si
tuvieran la seguridad de que los hechos quedarían impunes.
Los abogados de la defensa de los depredadores de la Manada
interpelaron al tribunal en esta vertiente, alegando que los jóvenes
podían ser primarios e imbéciles pero también eran unos buenos hijos.
Una forma muy efectiva de neutralizar su perfil delincuencial serial, y
de alertar de la injusticia que supondría castigar a los que podrían ser
sus hijos.
De hecho los hijos de cualquiera, los hijos del patriarcado.
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