Siempre se ha dicho que es mucho más fácil hacer discursos en la
oposición que en el Gobierno. Así que no era necesario que el PNV diera a
conocer el sentido de su voto en la moción de censura para tener la
certeza de que Rajoy se sentía ya fuera del poder y que, si llegó tarde
al inicio de la sesión, fue precisamente porque había empezado la
mudanza.
Más allá de la satisfacción porque la higiene democrática y la
regeneración política acaben imponiéndose, hay que reconocer que el del
PP estuvo ocurrente, gracioso y hasta brillante. Todo un éxito su debut
como líder de la oposición.
Ahora bien, la manera que Rajoy ha escogido para su mutis es muy
significativa. Consciente de su derrota, pudo haber elegido la dimisión,
que no dejaba de ser una manera digna de asumir sus responsabilidades.
El propio Pedro Sánchez se lo pidió tantas veces desde la tribuna que
aquello excedió de la simple defensa a las acusaciones de oportunista y
‘asaltamoncloas’ que le dedicó el todavía presidente. La insistencia
adoptó casi la forma de una súplica, de la petición de un favor personal
con el que evitarle sufrimientos, de un ‘me fastidia hacerle esto, así
que no sea cabezota y acabemos cuanto antes’.
Si como se empeñó en afirmar Rajoy a Sánchez sólo le movía la ambición
personal, su gobierno sería tan Frankenstein como su programa, y su idea
de mantener los Presupuestos era la primera confirmación de que ya era
rehén de los nacionalistas y de que había puesto en almoneda la unidad
de España, lo sensato por el bien del país hubiera sido dimitir, hacer
decaer la moción y mantenerse en funciones hasta que un nuevo candidato
designado por el Rey obtuviera la investidura.
En este proceso, similar al que presenciamos hace un par de años y que
se prolongó durante meses, Rajoy hubiese podido disponer de algún tiempo
más para dejar atados algunos cordones y, por qué no, para intentar
convencer a otros grupos de la conveniencia de apoyar a un dirigente del
PP no salpicado por la corrupción, quizás a la vicepresidenta, para que
completara la legislatura una vez que el jefe del Estado le propusiera.
Tres razones pueden haberle hecho desistir de ese camino. La primera, el
convencimiento de que el interregno sería muy breve y de que sus
adversarios pactarían rápidamente un candidato que proponer el Rey con
el único objetivo de convocar elecciones de manera inmediata. La
posibilidad de que alguien del PP pudiera heredar su fardo era, en
consecuencia, nula.
La segunda, que no tiene nada que ver con el interés general de España,
sería ganar tiempo desde la oposición para rearmar al partido y tratar
de equilibrar la balanza en la lucha que mantiene con Ciudadanos para
demostrar cuál de los dos es más de derechas y más españolista. Se
aprovecharía así el PP del supuesto compromiso de Sánchez con el PNV de
alargar todo lo posible la legislatura para intentar pinchar la burbuja
de Rivera, que hoy flota en lo alto de todas las encuestas y que tanto
pavor causa entre los nacionalistas vascos y también entre los
populares.
Y finalmente, y no menos importante, no dimitir facilita a Rajoy
mantener intacta su intención de seguir al frente del PP y volver a
concurrir como candidato en los siguientes comicios con el mismo
argumento que ha utilizado en el debate de la moción de censura: “¿Por
qué tengo que dimitir yo que de momento tengo la confianza de la
mayoría de los españoles?”, se preguntaba. ¿Por qué no intentar
revalidarla? Será lo mismo que oponga a quienes dentro de su partido
pretendan pasar su página, si es que el valor que algunos manifiestan en
privado se transforma en pública osadía, como sería la exigencia de un
congreso extraordinario.
Este presumible intento de continuidad sería imposible con el precedente
de la dimisión, que necesariamente desembocaría en un proceso de
renovación del PP, en la elección de un nuevo liderazgo y en la
jubilación política de este registrador de la propiedad del que estamos
hablando. Rajoy se va porque le echan, pero hará todo lo posible para
permanecer por si a la Justicia le da por fijarse en él ahora que va por
la calle y no está en ningún palacio. La libertad bajo fianza de la
mujer de Bárcenas ha conjurado por ahora el peligro de que el extesorero
cumpla su amenaza de exhibir más vergüenzas. Rajoy necesita estar y
hasta volver. Es su seguro de vida.
Juan Carlos Escudier, en Público
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