La calle llena de charcos. Frío, barro y agua por doquier. Tres chavales, los hijos de Licinia, juegan al hinque en un redondel de hierba que ha crecido junto a la barda del corral de Mucio. Unos mocos verdes les resbalan permanentemente por el surco subnasal, acrecentando el aspecto mísero de los pobres muchachos. Con la temperatura de este día de otoño, deberían llevar pantalón largo y un abrigo liguero. Pero la pobreza no entiende de frío. Los tres visten con un pantalón corto azul del que sale un único tirante que les cruza el pecho y se engancha con un solo botón grande. 


Una camisa raída y un jersey de lana lleno de agujeros aísla su escuálido torso del exterior. Sus flacas piernas llenas de postillas en las rodillas, están enrojecidas por el frío. Los chavales, ensimismados con el juego, discuten. El palo de roble de uno de los hermanos es inmensamente más gordo y robusto que el de los otros dos y cada vez que lo clava en el suelo, acaba arrancando de cuajo el de su hermano. Los otros dos protestan. No es divertido perder siempre y menos con lo que consideran una injusticia y un abuso.


Licinia es una joven viuda con cuatro hijos que malvive en un caserón lleno de goteras. A su marido Serapio, lo mató de una coz uno de los mulos del Tío Bodegas. Serapio era el pastor que cuidaba de los mulos, las cabras, los bueyes y las vacas de labor de todo el pueblo. Y desde que murió, su mujer y sus cuatro hijos malviven de la caridad de sus vecinos y de los trabajos esporádicos que Licinia hace en casa del Marqués. Hay épocas mejores y otras peores.


El invierno es duro, pero se hace llevadero. Cuando hay matanza, casi todos los vecinos la regalan perniles de tocino, morcillas y caldo mondongo con el que pueden hacer sopa. De la huerta sacan judías, garbanzos y patatas para todo el año. Y en verano además tomates, pimientos y otras hortalizas. Los peores meses son los de primavera y otoño. En primavera, con la matanza ya curada y la cosecha a tres meses vista, casi nadie viene a casa de Licinia a regalarle nada y en otoño, huraños y malhumorados por la recogida de la cosecha de la que siempre dicen que es escasa, tampoco.


 En mayo y noviembre Licinia y sus cuatro hijos recogen setas que secan para el verano y la navidad y cuando el tiempo templa y cae un chaparrón, salen a buscar caracoles. A finales del verano se empeñan en melgar espigas que han quedado en las orillas sin segar. Con ellas alimentan a las cuatro gallinas que tienen en el patio. El tío Bodegas les provee de paja para la gloria y un carro de leña para cocinar, para el horno del pan y para la estufa. Además les regala treinta fanegas de trigo para que puedan moler y hacer pan.


Los tres muchachos han dejado por un momento el hinque y están parados mirando al fondo de la calle. 


En el pueblo hay tradición de que cada año, una familia suelta un lechón a la calle. El lechón deambula durante más de un año por el pueblo comiendo lo que los vecinos le dan. Cuando llega la navidad, sortean el cerdo y se lo queda el que le toque. Los jamones de ese cerdo son apreciados porque al estar de aquí para allá, la grasa se infiltra en el magro y les da un sabor y una consistencia especial. solo en un par de ocasiones el cochino se ha muerto antes de tiempo y en ambas la cosecha fue especialmente desastrosa coincidiendo con periodos de sequía. Dicen en el pueblo que las vecinas, que son las encargadas de echarle de comer, tratan al cerdo mejor que a sus maridos. Y todo para espantar malos augurios.


Por la esquina de la barda del corral de Mucio, ha aparecido el pequeño lechón que durante tres meses compartirá calles con el cochino que morirá en navidad. Los hijos de Licinia, se le han quedado mirando y como una revelación, a los tres se les ha ocurrido la misma idea. El hambre no entiende de fetiches ni de malas profecías. Así que los tres han soltado los hinques y han rodeado al bicho. Lo han cogido, se lo han llevado a la cuadra y allí han enviado su espíritu al cielo de los cochinos. Han encendido el horno en el que su madre cuece el pan, lo han metido a asar durante casi dos horas y se lo han comido entre los tres de una sentada.


Como siempre en los pueblos, hay quién se entera de todo lo que pasa y este no iba a ser un caso distinto.


Los vecinos enfadados, se han dirigido primero a casa del Marqués a exigirle que no vuelva a contratar a Licinia y después a casa de esta con intención de dar un escarmiento a los tres chiquillos que, con su acción, traerán al pueblo sequía, malas cosechas y hambre.


Licinia y sus hijos han tenido que abandonar el pueblo para no ser linchados.