Entre los años 2001 y 2018 la cubierta arbórea se ha reducido un 9%,
con la pérdida de 361 millones de hectáreas, según los datos del
observatorio Global Forest Watch.
Una destrucción de ecosistemas que está acelerando la sexta extinción masiva de especies,
con más de un millón de especies en peligro de extinción, como alertaba
hace más de un año la Plataforma Intergubernamental sobre la
Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES) de Naciones Unidas.
Esa destrucción de la biosfera, cuyas consecuencias en cadena derivan
en la aniquilación de grupos de especies completas, además de suponer
la emisión a la atmósfera 98,7 gigatoneladas de dióxido de carbono que
en nada ayudan a frenar la emergencia climática, tiene consecuencias en
la vida microscópica que afecta a los humanos, virus y bacterias
incluidas.
La tala y la deforestación, en particular en los bosques tropicales
de la Amazonia y la Cuenca del Congo, con una biodiversidad muy superior
a la media del planeta, está permitiendo que los seres humanos entren
en contacto con poblaciones de fauna silvestre portadoras de virus,
bacterias y otros microorganismos (patógenos zoonóticos) a los que
generalmente no habían estado expuestos.
Así lo advierte Greenpeace, una
organización que añade que “el deterioro ambiental está agravando la
permanencia entre la población de estas enfermedades zoonóticas, al
mismo tiempo que se espera que la deforestación aumente los brotes de
enfermedades zoonóticas”.
“Si no asumimos el valor de los servicios que nos ofrecen los
ecosistemas, la necesidad de gestionar correctamente los recursos
naturales y el hecho de que vivimos en un planeta con límites
biofísicos, nos veremos abocados a crisis cada vez más frecuentes y más
severas, a las que pondremos el adjetivo de sanitarias, climáticas o
migratorias, pero que tienen como elemento común un problema sistémico”,
expone Miguel Ángel Soto, portavoz de Greenpeace España.
El 58% de las enfermedades infecciosas
proceden de los animales; así como el 73% de los patógenos emergentes o
reemergentes. “Más de dos tercios de esas patologías se originan en la
fauna silvestre y, en el último medio siglo, se ha producido un gran aumento de las enfermedades emergentes que
se han atribuido a la invasión humana del hábitat, en particular en los
‘puntos calientes’ de las enfermedades en las regiones tropicales”,
indican desde Greenpeace.
Además, un estudio afirma que alrededor del 30% de los brotes de enfermedades nuevas y emergentes, como los virus Nipah, Zika y el Ébola, están relacionados con estos cambios de uso de la tierra realizado por el ser humano.
SOJA, PALMA, GANADERÍA E INDUSTRIA
Los principales motores actuales de deforestación global son la
transformación de bosques en cultivos, especialmente grandes áreas de
monocultivos de plantas como la soja o la palma aceitera para las
industrias alimenticia y de biocomubustibles, pero también para otras
producciones industriales como el caucho o la pasta de papel; la
creación de pastos para ganado a costa de inmensas zonas arbóreas; y la
explotación maderera.
El modelo de consumo incide especialmente en esta problemática. “El
sector cárnico español, de manera especial la ganadería estabulada en
régimen intensivo, demanda gran cantidad de piensos, para los que es
necesario importar ingentes cantidades de soja”, denuncian desde
Greenpeace.
España es líder en la producción de piensos ganaderos y en
importación de soja dentro de la UE, con un un 40% de la soja importada
en 2017 perocedente de Brasil y un 32% de Argentina, países afectados
por intensos procesos de deforestación, precedidos por la quema de la
selva.
Según fuentes del sector de fabricación de piensos, recogidas en el informe Enganchados a la Carne,
publicado por Greenpeace España en junio de 2019, una tonelada de esa
soja se ha importado con un certificado de sostenibilidad.
Asimismo, la
organización añade que, el pasado mes de febrero, el Ministerio para la
Transición Ecológica y el Reto Demográfico dio a conocer los resultados
de una investigación del Seprona donde se ponía de manifiesto la
complicidad del sector de la madera en España con los graves problemas
de la tala ilegal y el contrabando mundial de maderas preciosas.
Entre los años 2001 y 2018 la cubierta arbórea se ha reducido un 9%, con la pérdida de 361 millones
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