Un abrazo a quien lo necesite
El 19 de junio de 2009 desayuné con varias llamadas en el teléfono. Me
dijeron que ETA había asesinado en Arrigorriaga a un policía llamado
Eduardo Puelles y sin mucha más información tuve la certeza de que se
avecinaban días duros. Eran alrededor de las nueve de la mañana. Los
medios andaban ya recogiendo declaraciones y recuerdo que hablé con
Bizkaia Irratia. Entre otras palabras atropelladas dije algo que ahora
me parece premonitorio. Si ETA quería obedecer la voluntad del pueblo
vasco, debería desaparecer inmediatamente. Todavía no lo sabíamos, pero
aquel fue su último atentado en nuestra tierra.
Pasó el verano y el 13 de octubre todos los servicios informativos de la
noche abrieron con la misma noticia. A las seis de la tarde, la Policía
española había rodeado la sede del sindicato LAB y se había llevado
detenidos a nueve dirigentes de la izquierda abertzale. Después de
escuchar sus declaraciones, Baltasar Garzón encarceló a Arnaldo Otegi,
Rafa Díez, Sonia Jacinto, Miren Zabaleta y Arkaitz Rodríguez. El
magistrado acusaba a los impulsores de Bateragune de formar parte de
ETA. Su argumento era que los acusados pretendían forzar un alto el
fuego y concurrir a las elecciones municipales y forales de 2011.
El 19 de junio acudí a Arrigorriaga para mostrar mi contrariedad con el
asesinato de Eduardo Puelles. El 17 de octubre acudí a Donostia para
mostrar mi contrariedad con la redada de Garzón. Entre ambas
manifestaciones había un eje de sentido común que representaba los
anhelos de la mayoría vasca. El deseo de que ETA abandonara las armas de
una vez por todas y el deseo de que la izquierda soberanista e
independentista tuviera derecho a acudir a las urnas. Quedaban y siguen
quedando otras cuentas pendientes, pero estos dos requisitos eran ya
clamorosos.
Hay una frase legendaria de Alfredo Pérez Rubalcaba sobre el derecho de
la izquierda vasca a concurrir a las elecciones. “O bombas o votos”.
Pocos recuerdan, sin embargo, la coda que explica lo que habrá de
suceder en los próximos días. "O rompen drásticamente con ETA o
convencen a ETA de que deje unilateralmente la violencia". Era 2010 y
por entonces muchos nos implicamos en hacer posible la segunda opción.
Que ETA hubiera continuado activa como grupúsculo kamikaze no solo era
una posibilidad nefasta sino que además nos recordaba a la experiencia
irlandesa del IRA Auténtico.
Fueron días convulsos. Impulsamos plataformas por los derechos humanos,
civiles y políticos como Adierazi EH. Convocamos el Acuerdo de Gernika
para que ETA decretara un "alto el fuego permanente, unilateral y
verificable por la comunidad internacional" con la colaboración del
Gobierno español. Mientras forzábamos la paz, algunos de nuestros
compañeros terminaron en prisión con pruebas prefabricadas y bajo
acusaciones que después se demostraron falsas. Una vez fracasada la
negociación de 2006, al Gobierno español ya solo le interesaba
escenificar que ETA desaparecía por obra y gracia de la acción policial y
no gracias al trabajo de la sociedad civil. No les importó encarcelar a
personas inocentes para demostrarlo.
Estos días he recordado el relato que hizo Jesús Egiguren de sus
negociaciones en Ginebra y en Oslo con los interlocutores de ETA. En
marzo de 2006, el dirigente del PSE se mostraba satisfecho de sus
conversaciones con Josu Urrutikoetxea y daba por hecha la paz. Aquella
esperanza, siempre según Egiguren, se frustró cuando Urrutikoetxea
desapareció de la mesa. Después llegó el atentado de la T4 y mucho
después ETA asesinó a Isaías Carrasco en Arrasate. No por casualidad, el
edil guipuzcoano era amigo de Egiguren.
Cualquiera con alguna capacidad de observación comprenderá que el camino
hacia la paz pasaba al menos por dos logros. Que las posiciones de
Arnaldo Otegi se extendieran en la izquierda abertzale y que las
posiciones de Urrutikoetxea se impusieran en ETA. Lo primero ocurre el
16 de febrero de 2010, con Otegi en prisión, cuando la izquierda
abertzale presenta el documento Zutik Euskal Herria después de un
intenso debate interno. Lo segundo ocurre, digamos, el 5 de septiembre
de 2010, cuando ETA anuncia que ha decidido “no llevar a cabo acciones
armadas ofensivas” tal y como se lo han reclamado los promotores de lo
que terminará siendo Bildu.
El 17 de octubre de 2011, personalidades como Kofi Annan, Bertie Ahern,
Gerry Adams o Jonathan Powell ofician en Donostia la Conferencia de Paz
de Aiete. ETA responde tres días después con una declaración del “cese
definitivo de su actividad armada". En el proceso de pacificación, y
entre las zancadillas de la caverna, han participado mediadores
internacionales como el sudafricano Brian Currin o el ex jefe de
Interpol Raymond Kendall. El 8 de abril de 2017, ETA entrega sus armas a
representantes de la sociedad civil ante los ojos de la prensa mundial y
20.000 personas se reúnen en la localidad vasca de Baiona para
celebrarlo.
El camino hacia el desarme es largo y accidentado, pero hay un episodio
paralelo que ahora cobra sentido. El 1 de marzo de 2016, Arnaldo Otegi
abandona la prisión de Logroño después de seis años y medio de encierro.
El 7 de noviembre de 2018, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos va a
sentenciar que España vulneró el derecho de Otegi a un juicio justo.
Tenemos que esperar al 31 de julio de 2020 para que el Tribunal Supremo
anule la sentencia. Esto quiere decir no solo que Otegi fue injustamente
encarcelado sino que además la justicia española arrebató al líder
independentista su derecho a optar a la lehendakaritza en las elecciones
del pasado 12 de julio.
Ahora que se confirma que los cinco de Bateragune no debieron haber
pisado jamás la prisión, varias voces notables del progresismo español
han decidido poner la lupa sobre la figura de Josu Urrutikoetxea, que ha
sido excarcelado y empujado al arresto domiciliario debido a su estado
grave de salud. En un doble juicio que deberá repetirse en octubre,
Francia lo acusa de haber liderado ETA entre 2011 y 2013. Es decir, le
reclama ocho años de prisión por haber organizado la disolución de ETA y
haber abierto las puertas al desarme.
En un sector del progresismo francés, la detención de Urrutikoetxea fue
considerada un disparate. El 30 de mayo de 2019, el diario izquierdista
Libération publicaba una tribuna bajo el título “En apoyo de Josu
Urrutikoetxea”. Lo escriben reputados académicos como Alain Badiou,
Jean-Luc Nancy, Toni Negri o Jacques Rancière. Los firmantes denuncian
un “golpe a la inteligencia política, al concepto de justicia, al
compromiso en favor de la reconciliación de los pueblos” y denuncian que
la trayectoria de Urrutikoetxea ha sido “instrumentalizada por los
poderes políticos y estigmatizada por los medios de comunicación”. No se
puede admitir, dice la carta, que “frente a la altura moral de Josu
Urrutikoetxea para poner fin a un conflicto armado se le imponga este
desprecio y humillación”.
El artículo no sentó bien a algunos notables españoles y ocasionó una
carta de rechazo firmada por Fernando Savater, Fernando Aramburu,
Cayetana Álvarez de Toledo y Carlos Martínez Gorriarán, entre otros.
Mientras tanto, Urrutikoetxea sumaba adhesiones con un manifiesto de 65
personalidades que exigían su liberación inmediata. Suscriben la
petición nombres como Noam Chomsky, Slavoj Žižek o Susan George. El
manifiesto, que no consiguió difusión en España, considera a
Urrutikoetxea “un artesano de primer orden en el fin de la lucha armada
en el País Vasco y el promotor de una resolución justa y duradera del
último conflicto armado de Europa occidental”.
Mientras un buen puñado de intelectuales notorios de todo el mundo se
han alineado con la resolución del conflicto vasco, buena parte del
progresismo español ha decidido guardar un discreto silencio o, peor
aún, se ha alineado con el discurso más pestilente de la cloaca
mediática. La mayoría ha absorbido sin contemplaciones el argot policial
y llama “Ternera” a Urrutikoetxea. Otros lo despachan con insultos de
brocha gorda. Algunos, incluso, le imputan crímenes sin prueba ni
condena que sostenga sus acusaciones. Todo vale excepto el pensamiento
crítico.
La mayoría de las invectivas contra Urrutikoetxea apelan a su papel
durante los años ochenta y se basan en una investigación extemporánea
del magistrado Ismael Moreno. Moreno es un expolicía franquista
reconvertido en juez de la Audiencia Nacional. El mismo que mandó
encarcelar a los titiriteros por una obra de teatro satírico. El mismo
que pidió hasta nueve años de prisión contra Amadeo Martínez Inglés por
un artículo sobre el rey emérito. El mismo que se negó a juzgar al grupo
ultraderechista Falange y Tradición después de sus amenazas de muerte
contra independentistas vascos. El mismo que mandó detener al concejal
de la CUP Joan Coma por un discurso a favor de la independencia tras una
denuncia del neofascista Josep Anglada.
Moreno sostiene que Urrutikoetxea dio la orden de atentar contra la casa
cuartel de Zaragoza en 1987 y por eso reclama su extradición. Lo cierto
es que Urrutikoetxea se incoporó a ETA en 1971. Participó
indirectamente en el atentado contra Luis Carrero Blanco. El 5 de junio
de 1975, mientras el juez Moreno trabajaba como inspector de la Policía
de Franco, un comando parapolicial trató de asesinar a Urrutikoetxea. El
ultraderechista francés Marcel Cardona murió víctima de sus propios
explosivos. Urrutikoetxea va a desempeñar un papel en las negociaciones
de Argel entre ETA y el Gobierno español hasta que la policía lo arresta
en Baiona en 1989.
El 14 de enero de 2000, tras once años preso, el Tribunal Supremo
considera que Urrutikoetxea ha pagado ya todas sus causas pendientes con
la justicia. El ex convicto, que fue elegido parlamentario de Euskal
Herritarrok durante la tregua más larga de ETA, puede asumir ahora su
cargo y desentenderse de su pasado militar para apostar por las vías
políticas. O eso cree todo el mundo hasta que el juez Moreno decide
crear una nueva causa en su contra. ¿En qué se basa a estas alturas
Moreno? En las acusaciones de Soares Gamboa, miembro de ETA converso que
a pesar de que se enfrenta a más de 2.000 años de cárcel, fue
inmediatamente premiado con el tercer grado y lo llevaron a cumplir
condena cerca de su familia. ¿Cuándo reabre la causa el magistrado
ultraconservador? Cuando PP y PSOE preparan la ilegalización de Euskal
Herritarrok y andan buscando incriminar a la coalición con indicios
terroristas.
No tengo ninguna intención de demostrar la inocencia de Urrutikoetxea,
que cada palo aguante su vela. Eso sí, no estoy dispuesto a admitir que
la alcantarilla policial y judicial construya nuevas acusaciones a la
carta con pruebas más que cuestionables o que articulistas de apellido
progresista atribuyan con alegría crímenes por los que ya han sido
condenadas otras personas. A la izquierda que crea opinión en España no
le pido que aplauda la biografía de Josu Urrutikoetxea. Yo tampoco me
siento obligado a compartirla. Lo único que reclamo es que cuando alguna
voz progresista quiera pronunciarse sobre el conflicto vasco, sus
palabras puedan distinguirse del relato oficial que ha construido a su
medida el fango derechista.
El pasado 31 de julio, el mismo día que se anulaba la condena contra
Bateragune, se nos moría en Usurbil el académico de la lengua vasca Joan
Mari Torrealdai. Fue consejero de Egunkaria y lo torturó la Guardia
Civil después de que la apisonadora judicial lo acusara de terrorismo
con pruebas sacadas de una chistera. Torrealdai falleció con la
convicción de que el cáncer que padecía era consecuencia de su paso
traumático por los sótanos policiales de Madrid. Ya en 2012, Estrasburgo
condenó a España por no investigar las torturas infligidas a su
compañero Martxelo Otamendi. La historia de nuestro país está llena de
violencia pero también de abusos judiciales y de silencios mediáticos.
En estos días, algunas firmas de izquierdas han sepultado los abusos
contra Otegi y Torrealdai con el pretexto de Urrutikoetxea y con
argumentos de la misma judicatura que abusó de Otegi y Torrealdai.
El 5 de septiembre de 2010, me senté a comer con varias llamadas en el
teléfono. Me dijeron lo que ya sabía que estaba a punto de ocurrir, que
ETA había anunciado en la BBC el principio de su propio fin. En aquel
momento experimenté el privilegio de estar formando parte de algo grande
y pensé en el alivio que debieron de haber sentido tantas personas
amenazadas que todavía caminaban con escolta por nuestras calles. Han
pasado ya casi diez años de aquello y, a pesar de todo, todavía hemos
visto demasiado sufrimiento por el camino.
Alguna gente piensa que la resolución de un conflicto armado cae del
cielo por alguna clase de milagro inexplicable. Alguna gente se pasa la
vida exigiendo pasos que ellos mismos no son capaces de emprender. Yo
ahora solo pienso en todas las personas que se han comprometido durante
todos estos años para que la paz sea posible, en toda la gente que nos
acompañó en ese camino, algunos a un precio demasiado alto, otros ni
siquiera llegaron a ver los frutos de sus esfuerzos. Gente que aún
espera a que sus padecimientos encuentren alivio. Gente que aún hoy pone
su mejor empeño en construir un futuro compartido. Si alguna vez nos
hemos equivocado, que nos perdonen. Lo hicimos lo mejor que pudimos.
Pero por favor, no nos pisen lo fregao hasta que se seque.
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