La heterosexualidad monógama
plantea que toda la pulsión sexual sea canalizada hacia la misma persona.
Plantea también la gratuidad de dicha canalización argumentando un intercambio
paritario, un trueque sano en el que se da y se recibe de forma igualitaria y
satisfactoria por ambas partes. No se contempla como lícito, en ese caso, una
relación en la que una de las dos personas implicadas reciba más atención
sexual que la otra ni que, por supuesto, intervengan tres o más individuxs en
un encuentro. Además, la fidelidad viene marcada de serie, a priori. En una
relación sexual “normal” se debe dar y recibir al 50%.
La monogamia ha pasado por
mejores y peores rachas a lo largo de la historia. Concretamente en Europa vino
instaurada y retirada en diversos momentos dependiendo de quién mandara y de
cuáles fueran sus intenciones. A mí me interesa mucho la Alta Edad Media. Con
la unificación de la Iglesia se burocratizan las uniones sexuales (a la par que
las familiares, económicas y sociales) y se establece que las uniones decentes
y legales deben ser entre hombres y mujeres y monógamas. Esta idea sigue
adelante con los siglos y a medida que el capitalismo crece va cobrando más y
más sentido.
A excepción del sexo, las tareas
de cuidado y la reproducción, el resto de las relaciones humanas sufre paulatinamente
una transformación que camina desde la autogestión, el trueque y la libertad, a
una mayor burocratización, control y capitalización. Las tareas asignadas a las
mujeres por razones biológicas o estructurales, en cambio, se libran siempre de
ese sistema y forman, poco a poco, una especie de isla donde el capitalismo,
aparentemente, no existe. En realidad esa isla es precisamente la base donde el
sistema económico actual fija sus cimientos.
Pero no todas las mujeres cumplen
esos roles establecidos. Algunas cobran por cosas que no deben ser cobradas
¿Por qué lo hacen? O quizás debemos preguntar ¿Cómo consiguen poder cobrar por
actividades que normalmente vienen ofrecidas por otras mujeres de forma
gratuita? ¿Por qué algunos hombres pagan por cosas que pueden obtener gratis?
Y, sobre todo ¿Qué le ocurre a una mujer cuando decide que ya no va a ofrecer
esos servicios de los que hablamos sin cobrarlos?
El capitalismo se sostiene a base
del trabajo gratuito de las amas de casa. Nosotras somos las que hacemos que esta
máquina infame se sostenga. Bastaría una huelga de cuidados un par de días en
Europa para hacer caer todo. Es paradójico pero entrando en el sistema
capitalista (cobrando por nuestro trabajo y abandonando la situación de
supuesto trueque) reventaríamos el sistema y habría que rehacerlo de nuevo.
Entrar en él para poder destruirlo. Es la gratuidad lo que nos hace colaborar
con el monstruo.
La heterosexualidad monógama nos
ha venido expuesta como aquel lugar del capitalismo donde todo es diferente,
una isla donde todo es de todos, donde el valor de las cosas no se paga con
dinero, donde el amor prevalece. Pero la realidad es que no es así. La persona
que trae el sueldo a casa, por ejemplo, no lo aporta íntegro a la unidad
familiar. Antes de llegar a la cuenta bancaria (que normalmente está a nombre
del marido o al menos lo tiene como su primer titula) se le ha descontado
aproximadamente un 40% del total como contribuciones en la Seguridad Social,
que garantizarán una jubilación y prestaciones por desempleo, entre otras
muchas ventajas, al asalariado en cuestión, pero no al ama de casa.
La cuestión es que cuando
queremos cobrar por alguna de estas actividades establecidas como gratuitas se
nos tacha de insolidarias. También se nos recuerda que ese tipo de actividad
debe realizarse por amor y no por dinero. Me remito una vez más a la Alta Edad
Media y a muchas tareas de cuidados que vinieron burocratizadas y
masculinizadas. Durante toda la Baja Edad Media fueron las mujeres las encargadas
de curar enfermedades a cambio de dinero. Las mujeres que ejercían esta
profesión eran llamadas las mujeres
sabias, aunque la Iglesia les cambió el nombre por herejes o brujas. Con el
nacimiento de la Universidad se establece que solo podrán ejercer la medicina
las personas con títulos universitarios y, por supuesto, se niega la entrada en
las facultades a las mujeres. Este tipo de jugada sucia se ha repetido y se
repite una y otra vez a lo largo de la historia: las madres cocinan gratis, los
chefs no; las abuelas cosían gratis, los modistos no; las madres administraban
el dinero de la casa gratis, los contables no; las esposas daban apoyo moral y
emocional gratis, los curas, psicólogos y trabajadores sociales no.
Y así
sucesivamente. En el s. XX las mujeres deciden dejar de trabajar gratis y se
unen a ser modistas, chefs, psicólogas, etc., se convierten en modelos
masculinizados (siempre de segunda, con peores sueldos) que a su vez explotan a
otras mujeres (madres, abuelas, empleadas de hogar aún peor pagadas) cuyos
esfuerzos son la base de que hayamos podido estudiar y llevar a cabo nuestras
labores como profesionales desde el punto de vista patriarcal.
Todo este discurso parece
quedarnos bastante claro, se puede o no estar de acuerdo en la reivindicación
de sueldos para amas de casa, pero casi todo el mundo parece entender que
existe una situación de injusticia.
Las madres y cuidadoras son poco o nada
valoradas en esta sociedad, y así surgen las diferentes propuestas para
posibles soluciones que nunca terminan de hacerse realidad: pagarles, repartir
las tareas domésticas de forma ecuánime, etc. El problema viene con los
servicios sexuales, es ahí donde todo parece tambalearse. Las personas que han
entendido que criar es un trabajo ante la posibilidad de cobrar por follar
argumentan cosas como: “Eso es un acto íntimo” como si en la consulta de un
psicólogo o en el despacho de un abogado no se hablaran intimidades y se
cobrase igualmente. O bien “Si cobramos se establecerá una relación de poder”
como si esa posibilidad no ocurriese en otras profesiones, como la de médico,
abogada o maestro. No parece preocuparnos que la situación de igualdad se rompa
entre un abogado y su cliente o un médico y su paciente, pero es muy grave
entre dos personas que realizan sexo ¿Por qué?
Porque las mujeres que se atreven
a cobrar por lo que debe ser gratis viene estigmatizada automáticamente incluso
por la misma persona que paga por esos servicios. Si le decimos a nuestros
maridos: “Voy a cobrarte la próxima felación” estamos diciéndole “Valgo poco
porque no estoy haciendo esto por amor”. El estigma existe, es un hecho.
Otro planteamiento que suele
ofrecerse es el de que por qué no somos las mujeres las que pagamos por esos
servicios. Una vez más se intenta unificar, dar reglas, establecer lo correcto
y lo incorrecto, definir la normalidad, como si todas las personas y todas las
relaciones fuesen iguales. Y es que, lo que yo propongo a las mujeres no es que
cobren sistemáticamente sino que cobren cuando quieran y cuando puedan hacerlo.
El capitalismo no es un sistema en el que las cosas tengan un precio
relacionado con el valor, sino con la ley de la oferta y la demanda. En el
momento en el que nos obligaron a canalizar toda nuestra pulsión sexual hacia
un solo hombre nos estafaron. Nuestra satisfacción sexual depende de su libido,
existe una dependencia física de ellos y, en muchos casos, es algo recíproco. No
siempre, porque la fidelidad masculina es mucho menos penalizada que la
nuestra, aunque si, al menos, en la teoría de la tradición judeocristiana.
Retomando las preguntas
anteriores ¿Por qué una mujer puede cobrar por realizar labores que el
capitalismo establece como gratuitas? Por ejemplo, los casos de vientres de
alquiler, servicios sexuales, etc. En muchos casos es el propio estigma el que
crea la situación. Si una pareja no puede tener hijos o si un hombre no obtiene
sexo en casa porque su mujer no quiere hacerlo o, simplemente, porque estos
encuentros no le satisfacen, no tiene más remedio que romper las reglas
capitalistas y judeocristianas y empezar a pagar, eso sí, previa
estigmatización de las mujeres que sacan provecho económico de la situación.
Esto conlleva que este tipo de trabajos no quieran ser realizados normalmente
por ninguna mujer, primero por el miedo a ser estigmatizadas y segundo porque
la educación recibida, la cultura y la costumbre nos hace sentirnos sucias,
malas, indecentes realizando dichas labores. No estoy diciendo con ello que
sean “tonterías de mujeres mojigatas”, todo lo contrario, una construcción
social es algo plausible y lo suficientemente consistente como para no poder
ser destruido en muchas generaciones y encuentro perfectamente respetable que
existan mujeres prostitutas, esposas que hayan intercambiado sexo por dinero o
regalos, mujeres que hayan puesto su vientre en alquiler o cualquier mujer que
haya vivido otro tipo de situación similar en la que la gratuidad se haya roto,
que se hayan sentido en dicha situación desdichadas per se, independientemente
del estigma social.
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