Estimado señor:
Le digo “señor” porque ese es el tratamiento tradicional antes de que sus antepasados impusieran lo de “majestad”. Además, “señor” es un reconocimiento, mientras que “majestad” es un título, pero tal vez usted eso no lo entienda. Es demasiado campesino, demasiado popular. Yo lo estimo en lo que vale pero no me debo a usted.
No sé si usted se ha dado cuenta de que las cosas están cambiando. Tal vez no todo para bien, es verdad, pero, básicamente, me reconocerá que no podíamos seguir así.
Hace un par de días le pitaron a usted, a su bandera y a su himno. Porque, señor, son su bandera y su himno. Son los colores de los borbones y la marcha real. Gente habrá que los identifique con un pueblo o con una nación pero parece que otra gente no lo entiende así. Yo, sin ir más lejos, no lo entiendo así. Su bandera, señor, y su himno, señor, yo no los considero míos. Entiendo que muchos ciudadanos los asuman como suyos, aunque asumir no es necesariamente compartir.
Ahora quieren, señor, blindar el himno y la bandera. También quieren blindar su figura, señor. ¡Qué flaco favor le están haciendo! A veces me parece que está usted rodeado de maquiavélicos republicanos que le van a llevar al exilio, como a su bisabuelo, aquél chulo de nombre Alfonso que tanta miseria, sangre y desolación provocó. Su familia, señor, no es, precisamente, de lo más ejemplar de Europa.
Pero usted, señor, me cae bien. Tal vez porque me parece muy poco borbón. A lo mejor es verdad que se parece usted a su abuelo Pablo, cosa que decía su madre, Sofía. Los griegos lo recuerdan como un buen rey, de buen corazón. Le dí a usted clase en la Autónoma. Usted no me recordará, claro. Fui profesor sustituto por enfermedad del titular. A usted le blindaron las materias a estudiar y el profesorado que las iba a impartir hasta niveles indecibles. Fuentes Quintana, su tutor en la facultad de economía, no le permitió salir de la burbuja. Pasó usted, señor, por la universidad, pero nunca fue ni será un universitario porque nunca tuvo acceso al libre conocimiento. Y no fue culpa suya, no, sino de los que pensaron que mejor era que estuviera aislado y no conociera la realidad.
Lo recuerdo, señor, como un chaval tímido, ni muy espabilado ni tonto. Era usted un chico normal, puede que simpático. Tuvo la mala suerte de ser nieto putativo de Franco, por lo que llegó a la universidad después de formarse militarmente –por tierra, mar y aire-, cosa un tanto repugnante en los tiempos que corrían. Cuando llegó usted a nuestra facultad ya era un militar y un militar un tanto franquista. Pero, señor, matizando mi opinión, no creo que usted tenga pecado de franquismo. Usted no es su padre, afortunadamente.
Si quiere usted seguir siendo Felipe VI y no pasar a la historia como su bisabuelo, en el exilio –rico, eso sí, que para eso robó todo lo posible del patrimonio público- o, peor aún, como el borbón para mí más representativo, Fernando VII, no dedique ni un minuto a las pijadas del himno en un campo de fútbol. Yo, que no soy monárquico, no sé si debería decir esto a un rey: no se fíe de este gobierno. Lo van a arrastrar en su demencia. Se trata de esa derecha caciquil y clerical que ya arrastró a su familia tres veces en menos de dos siglos. Si cien silbatos ponen en tela de juicio a una corona es que bien poco vale esa corona. Tal vez, Felipe, usted, por ser poco borbón, rompa con aquella sentencia tan atinada de Prim: “los borbones ni olvidan ni aprenden”.
Quizás, señor, usted aprenda. Es posible. Y le digo la verdad, hasta me gustaría. Que su reinado fuera, por fín, la reconciliación verdadera entre personas y entre pueblos me gustaría. No podemos vivir en un conflicto permanente. Pero, de todas las sangres que ha recibido, cíñase a las mejores, a las que saben de trayectorias democráticas. Ninguna dinastía tiene limpieza total pero unas son más limpias que otras.
Pero, a la vez, no olvide dos cosas: que España no es una nación unitaria y que su trono se asienta sobre una guerra provocada por militares fascistas, amigos de su bisabuelo, y donde aún hay cien mil enterrados como alimañas en las cunetas. Frente a esto, señor, pitar a un himno o pitarle a usted no parece muy importante.
Y no estaría de más, señor, que cuando abra o cierre los actos de los Premios Princesa de Asturias, en Oviedo, diga un par de frases en asturiano. Para usted no tendría importancia pero, créame, es importante. Y muchos asturianos no nos íbamos a hacer monárquicos, evidentemente, pero veríamos al coronado con mayor simpatía.
Su contribuyente, que no súbdito, DMR.
http://www.asturias24.es/ideas/david-m-rivas/posts/carta-a-felipe-vi
Le digo “señor” porque ese es el tratamiento tradicional antes de que sus antepasados impusieran lo de “majestad”. Además, “señor” es un reconocimiento, mientras que “majestad” es un título, pero tal vez usted eso no lo entienda. Es demasiado campesino, demasiado popular. Yo lo estimo en lo que vale pero no me debo a usted.
No sé si usted se ha dado cuenta de que las cosas están cambiando. Tal vez no todo para bien, es verdad, pero, básicamente, me reconocerá que no podíamos seguir así.
Hace un par de días le pitaron a usted, a su bandera y a su himno. Porque, señor, son su bandera y su himno. Son los colores de los borbones y la marcha real. Gente habrá que los identifique con un pueblo o con una nación pero parece que otra gente no lo entiende así. Yo, sin ir más lejos, no lo entiendo así. Su bandera, señor, y su himno, señor, yo no los considero míos. Entiendo que muchos ciudadanos los asuman como suyos, aunque asumir no es necesariamente compartir.
Ahora quieren, señor, blindar el himno y la bandera. También quieren blindar su figura, señor. ¡Qué flaco favor le están haciendo! A veces me parece que está usted rodeado de maquiavélicos republicanos que le van a llevar al exilio, como a su bisabuelo, aquél chulo de nombre Alfonso que tanta miseria, sangre y desolación provocó. Su familia, señor, no es, precisamente, de lo más ejemplar de Europa.
Pero usted, señor, me cae bien. Tal vez porque me parece muy poco borbón. A lo mejor es verdad que se parece usted a su abuelo Pablo, cosa que decía su madre, Sofía. Los griegos lo recuerdan como un buen rey, de buen corazón. Le dí a usted clase en la Autónoma. Usted no me recordará, claro. Fui profesor sustituto por enfermedad del titular. A usted le blindaron las materias a estudiar y el profesorado que las iba a impartir hasta niveles indecibles. Fuentes Quintana, su tutor en la facultad de economía, no le permitió salir de la burbuja. Pasó usted, señor, por la universidad, pero nunca fue ni será un universitario porque nunca tuvo acceso al libre conocimiento. Y no fue culpa suya, no, sino de los que pensaron que mejor era que estuviera aislado y no conociera la realidad.
Lo recuerdo, señor, como un chaval tímido, ni muy espabilado ni tonto. Era usted un chico normal, puede que simpático. Tuvo la mala suerte de ser nieto putativo de Franco, por lo que llegó a la universidad después de formarse militarmente –por tierra, mar y aire-, cosa un tanto repugnante en los tiempos que corrían. Cuando llegó usted a nuestra facultad ya era un militar y un militar un tanto franquista. Pero, señor, matizando mi opinión, no creo que usted tenga pecado de franquismo. Usted no es su padre, afortunadamente.
Si quiere usted seguir siendo Felipe VI y no pasar a la historia como su bisabuelo, en el exilio –rico, eso sí, que para eso robó todo lo posible del patrimonio público- o, peor aún, como el borbón para mí más representativo, Fernando VII, no dedique ni un minuto a las pijadas del himno en un campo de fútbol. Yo, que no soy monárquico, no sé si debería decir esto a un rey: no se fíe de este gobierno. Lo van a arrastrar en su demencia. Se trata de esa derecha caciquil y clerical que ya arrastró a su familia tres veces en menos de dos siglos. Si cien silbatos ponen en tela de juicio a una corona es que bien poco vale esa corona. Tal vez, Felipe, usted, por ser poco borbón, rompa con aquella sentencia tan atinada de Prim: “los borbones ni olvidan ni aprenden”.
Quizás, señor, usted aprenda. Es posible. Y le digo la verdad, hasta me gustaría. Que su reinado fuera, por fín, la reconciliación verdadera entre personas y entre pueblos me gustaría. No podemos vivir en un conflicto permanente. Pero, de todas las sangres que ha recibido, cíñase a las mejores, a las que saben de trayectorias democráticas. Ninguna dinastía tiene limpieza total pero unas son más limpias que otras.
Pero, a la vez, no olvide dos cosas: que España no es una nación unitaria y que su trono se asienta sobre una guerra provocada por militares fascistas, amigos de su bisabuelo, y donde aún hay cien mil enterrados como alimañas en las cunetas. Frente a esto, señor, pitar a un himno o pitarle a usted no parece muy importante.
Y no estaría de más, señor, que cuando abra o cierre los actos de los Premios Princesa de Asturias, en Oviedo, diga un par de frases en asturiano. Para usted no tendría importancia pero, créame, es importante. Y muchos asturianos no nos íbamos a hacer monárquicos, evidentemente, pero veríamos al coronado con mayor simpatía.
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