Una aportación al debate que se está produciendo en la izquierda sobre
qué tipo de feminismo es necesario, su relación con el neoliberalismo,
el “puritanismo” o la pluralidad de su composición social
Hace un par de semanas el compañero Alba Rico publicó un artículo en CTXT
en el cual exponía su visión del momento actual del feminismo y lo
hacía planteando algunas dudas respecto a las reivindicaciones
feministas que nos han conducido finalmente a vivir este 8 de marzo
distinto a todos.
Pocos días después, le respondían, muy acertadamente a mi entender, otras compañeras en este artículo y
por eso no voy a insistir en refutar el error de asimilar el feminismo
con la izquierda tradicional o con la construcción clásica de la
hegemonía política; el error de pensar el feminismo desde teorías
políticas tradicionales, es decir, desde construcciones del mundo
androcéntricas.
Sólo me gustaría referirme a algunas cuestiones que creo
que quedaron sin contestar. Una de las características más reseñables de
este momento feminista, que algunas ya denominan Cuarta Ola, es que es
muy evidente que al mismo se están incorporando mujeres que quizá antes
estaban ausentes y que son las que están (estamos) construyendo esa
hegemonía propia a la que antes me refería.
Si algo caracteriza al
feminismo de este momento es su carácter crítico con las políticas
neoliberales, simplemente porque dichas políticas son las que están
sometiendo a las mujeres a una situación insoportable en todo el mundo.
En este feminismo tienen una gran presencia las Kellys, las trabajadoras
de las residencias, las estibadoras, las cuidadoras, las trabajadoras
domésticas, las trabajadoras del telemarketing, las precarias,
las desempleadas, las que están hartas de sueldos miserables…y todas
ellas se definen como feministas.
Por primera vez en mucho tiempo, las
mujeres trabajadoras, trabajadoras remuneradas o sin remunerar, las
explotadas, salen a la calle a denunciar un orden económico que sólo
puede mantenerse con nuestro trabajo gratuito, un trabajo del que se
libran los hombres por muy explotados laboralmente que estén.
El
conflicto capital-vida se clava en nuestros cuerpos de manera concreta e
insoportable, y muchas trabajadoras se han hecho conscientes de que la
imposibilidad de vivir tiene mucho que ver con el hecho de que son
mujeres y con el hecho de que vivimos sometidas a determinadas
políticas.
La huelga feminista de este 8 de marzo es y se declara
feminista y es, además, una manifestación de hartazgo y de protesta, no
sólo por la falta de igualdad o por la ausencia de ciertos derechos,
sino también y muy claramente contra un determinado orden económico. En
ese sentido, como dicen nuestras hermanas norteamericanas, somos la
resistencia más activa contra esas políticas destructivas.
Pero es mucho más. El feminismo no quiere ya únicamente
reformas y más derechos, sino que lo impugna todo: también los
significados sociales, las definiciones hegemónicas y
contra-hegemónicas, las interpretaciones, lo que es y no es la igualdad,
lo que significan las instituciones políticas y sociales, el lenguaje
que hablamos y el orden simbólico en el que nos reconocemos.
Hay una
exigencia muy concreta de redistribución material, de justicia económica
que ha ido creciendo en los últimos años, pero también hay una disputa
sobre quién nombra el mundo, desde dónde se nombra, desde dónde
definimos las relaciones entre hombres y mujeres, cómo se construyen las
subjetividades, con qué materiales, quién es sujeto y quién es objeto
dada una determinada construcción de la mirada, del deseo.
Hablando de sexo, y sus definiciones y prácticas, quiero
hacer referencia a algo que menciona, aunque de pasada, Alba Rico, y que
he leído ya en otros artículos; y es la expresión de cierta
preocupación masculina por un supuesto cuestionamiento feminista de la
penetración como práctica sexual.
Ciertamente no me parece que esta
cuestión sea ahora una preocupación fundamental del feminismo, pero está
claro que sí lo es de algunos hombres puesto que lo mencionan como
rasgo distintivo de un feminismo radical, desbocado y sin frenos.
Así
pues, hablemos de ello aunque sea brevemente. Lo cierto es que el
cuestionamiento de la centralidad de la penetración como práctica sexual
está ya presente en el feminismo desde los años 60 y la realidad es
que, simplemente, no es una práctica igual de placentera para nosotras
que para ellos, siendo al mismo tiempo prácticamente imposible de
esquivar hasta el punto de que cuando decimos “sexo” estamos utilizando
una metonimia de “penetración”.
Esto lo sabemos nosotras desde siempre
pero lo hicieron visible Master y Johnson y desde entonces cualquier
sexólogo/a un poco serio lo tiene claro.
Un orden sexual feminista
procuraría una redistribución igualitaria también de los placeres, y en
ese sentido, el feminismo tiene pendiente crear una agenda sexual en
positivo, de la que hasta ahora poco se habla. Incluyo aquí las palabras de un señor muy serio para
que no sean mis palabras, las de una feminista radical, las que pongan
en duda el sacrosanto espacio del coito en nuestra cultura sexual.
El problema sexual dentro de este orden de género tiene
importancia, claro. La sexualidad es la base del contrato sexual (en
palabras de la teórica Carole Pateman) firmado entre los hombres para
repartirse a las mujeres y con ellas la riqueza que estas producen. Es
el homónimo del contrato social rousseauniano, tan fundacional este como
aquel, aunque de signo distinto e invisibilizado. Rubricar un nuevo
contrato sexual implica romper con el viejo orden y construir otro.
No
voy a entrar aquí en por qué a los hombres les preocupa tanto el
supuesto puritanismo del feminismo porque a eso también se ha referido
el artículo antes mencionado, pero baste decir que lo que llaman
puritanismo no es, la mayoría de las veces, más que cuestionamiento del
orden de género sexual imperante hasta este momento en el que “libertad
sexual” es leída por muchos como libertad de acceso a nuestros cuerpos.
Y
es aquí donde el movimiento MeToo denuncia que la libertad sexual de
los hombres se ha construido sin límites; y al hacer este denuncia y al
poner nuestro propio deseo como límite a la libertad de ellos, han
conectado con una experiencia que es común a todas las mujeres, a todas
(no sé si algún hombre puede llegar a vislumbrar lo que eso significa)
No es puritanismo, amigos, es revolución sexual.
Finalmente, creo que se equivoca Alba Rico cuando afirma
que el feminismo quiere conservar las conquistas del Derecho “tanto en
el ámbito civil –libertad de expresión, libertad sexual– como en el
jurídico: igualdad ante la ley, presunción de inocencia, seguridad
procesal, proporcionalidad de las penas, casuística, distinción entre
pecado y delito”.
Como en el caso del sexo, más bien parece que son los
hombres los que quieren conservar eso. Les pierde el androcentrismo.
Cuando él y tantos otros mencionan la igualdad como base y como límite,
están haciendo referencia al paradigma ilustrado de igualdad que
proviene de aquel contrato social que alumbró la Ilustración y que
certificó un pacto misógino de exclusión de las mujeres del estatus de
ciudadanía.
La petición entonces de ser incluidas en los nuevos derechos
les costó a algunas la cabeza. El pacto se hizo entre ciudadanos libres
e iguales sobre mujeres idénticas y genéricas. Desde entonces la lucha
no es por incorporarnos a esa igualdad como si fuéramos hombres, sino
por cambiar las condiciones del pacto y entrar en esa ciudadanía en
tanto que mujeres.
No creemos que exista igualdad ante la ley, pues como
sabemos, la ley no juzga igual a hombres y a mujeres; ni existe
libertad sexual más que para los hombres pues la nuestra es puesta en
entredicho permanentemente; la seguridad procesal es una broma para las
víctimas de las múltiples violencias machistas o de la propia
institución de una justicia claramente patriarcal; la proporcionalidad
de las penas es un sarcasmo cuando vemos los castigos que se aplican
para quienes nos violan, nos acosan o nos asesinan.
La presunción de
inocencia debería más bien aplicarse siempre a las víctimas de delitos
misóginos que son consideradas culpables, como hemos visto muy
recientemente. Sobre la distinción entre pecado y delito, más bien
parece que es la justicia y la cultura patriarcal la que establece una
distinción entre mujeres pecadoras y no pecadoras, aunque ambas sean
inocentes. No hay nada que queramos conservar del orden de género
patriarcal.
En este orden nuestras vidas valen menos, y menos vale
nuestra palabra, nuestro deseo, nuestro trabajo; en este orden no son
valiosos nuestros cuerpos, ni lo es tampoco nuestra visión del mundo o
las experiencias que podamos aportar. Por eso, no creo que el feminismo
tenga ahora que parar, porque no son sólo más derechos lo que queremos
sino poner nuestras vidas en el centro; y eso implica cambiarlo todo.
Beatriz Gimeno es diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid y activista feminista.
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