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martes, 29 de septiembre de 2020

Doggerland, la Atlántida europea que recuerda el poder destructor del cambio climático

 



Doggerland, la Atlántida europea que recuerda el poder destructor del cambio climático

 

Varios libros recuperan la memoria perdida de la franja de tierra que unía Gran Bretaña con el continente, inundada por el deshielo al final de la prehistoria 

 

Durante milenios, hasta el final de la prehistoria, Gran Bretaña no era una isla. Una enorme franja de tierra unía las costas británicas con el resto de Europa, un territorio hundido conocido ahora como Doggerland en el que vivían manadas de mamuts y de renos, por el que rondaban leones y osos de las cavernas, en el que los humanos establecieron poblados, cazaban y pescaban. Pero fueron expulsados como consecuencia del enorme episodio de cambio climático que representó el final de la última glaciación.

 

 Los expertos calculan que durante casi seis milenios (11.000-5.000) esta Atlántida europea fue lentamente consumida por las aguas hasta que, finalmente, convertida ya en una isla, fue engullida por el mar del Norte cuando la agricultura llegaba a Europa y empezaban a construirse las primeras pirámides en Egipto (antes de ayer en términos históricos). Y ahora, Doggerland vuelve con fuerza en forma de literatura: se han editado diferentes libros sobre esa tierra perdida que nos recuerda, desde su silencio bajo el mar, la fragilidad humana ante el clima.

  

 

  La Atlántida europea  Actualmente hundido, Doggerland fue una gran franja de tierra en el sur del Mar del Norte que unía  la actual Europa continental con las Islas Británicas.

Doggerland, de la escritora francesa Élisabeth Filhol, que acaba de publicar en España Anagrama en traducción de Rubén Martín Giráldez, relata la historia de una profesora de arqueología de la Universidad de St Andrews (Escocia) que viaja a Dinamarca para dar una conferencia sobre aquella tierra anegada y que debe cruzar el mar del Norte en medio de la tormenta Xaver, que barrió el norte de Europa en 2003. “Este territorio estaba habitado, fue engullido”, escribe Filhol.

 

 “Coexisten distintas tesis, pero todos los especialistas coinciden en un punto, cuando la revolución neolítica alcanzó los países vecinos del mar del Norte, Doggerland ya había desaparecido. Excluido de los mitos europeos, del imaginario colectivo. ¿Se puede ver ahí, en esa amnesia, la consecuencia de una tregua pacífica, prolongada a lo largo de varios siglos, de isleños contra el continente?”.

 

 El olvido es indudable, porque la mayoría de los europeos desconocen hasta qué punto la geografía del continente fue diferente durante milenios, y no son conscientes de que territorios en los que vivieron y murieron seres humanos durante siglos y siglos son ahora agua. 

 

Doggerland ha regresado con la crisis climática desbocada, porque el agua ha empezado a subir de nuevo, pero también porque, como apunta Filhol, el Brexit ha reforzado la idea de Gran Bretaña como la isla que no fue durante miles de años. “Sabemos que las islas del océano Pacífico están desapareciendo”, explica la escritora francesa en una entrevista por correo electrónico. “El espacio vital de sus habitantes se reduce cada año. 

 

Todavía no nos sentimos amenazados en Europa. Pero al ritmo en el que el Ártico se está derritiendo, pronto lo haremos. Los expertos predicen la desaparición de Venecia, Ámsterdam, incluso San Petersburgo para finales de este siglo. Es un remake de lo que sucedió hace miles de años, cuando la isla Doggerland empezó a sumergirse permanentemente.

 

 Excepto que en ese momento era un fenómeno natural, porque estábamos saliendo de la Edad de Hielo”.

 

Mamuts y leones de las cavernas

 

A mediados del siglo XIX, los pescadores del mar del Norte empezaron a encontrar objetos que no debían de estar ahí: huesos de mamuts o de leones de las cavernas, restos humanos, puntas de flechas… Normalmente devolvían a las olas esos restos incomprensibles, que también aparecían en las costas y en las playas. En 1931, un barco sacó una punta de lanza que se pudo datar en unos 14.000 años, cuando aquel espacio era una inmensa tundra helada todavía en medio de la Edad Hielo. 

 

Aquel hallazgo despertó por fin el interés de los arqueólogos, aunque no fue hasta los años ochenta cuando todos estos hallazgos comenzaron a racionalizarse con investigadores como Jan Glimmerveen, que en su casa de La Haya mantiene la mayor colección de objetos de Doggerland del mundo, o la profesora Bryony Coles, una investigadora inglesa que le dio el nombre a ese territorio por el banco de arena del mar del Norte llamado dogger.

 

Bryony Coles es uno de los personajes que aparecen en el reciente y original ensayo Time Song. Searching for Doggerland (Jonathan Cape), en el que la escritora inglesa Julia Blackburn, ella misma coleccionista de objetos de aquella tierra perdida, mezcla poemas, descripciones arqueológicas e historias de personajes obsesionados por esa zona inundada, personas que se han pasado años escudriñando playas y estuarios en busca de restos arqueológicos. 

 

“Quería habitar el pasado”, señala Blackburn por teléfono desde Inglaterra. “Siempre me ha interesado mostrar literariamente algo que no existe, completar momentos del pasado. Vivo en la costa y hay restos de Doggerland por todos lados. Yo misma he encontrado huesos de mamut. Escuché hablar de ella por primera vez en una conferencia, antes ni siquiera sabía que existía, incluso después de haber descubierto huesos. 

 

Creo que seguimos sin ser totalmente conscientes de aquella parte de una historia, porque no existen testimonios escritos de ella”. Élisabeth Filhol explica por su parte: “No recordamos que los últimos cazadores-recolectores europeos podían ir a pie desde Inglaterra a Dinamarca. Es difícil imaginar una Europa con contornos diferentes. En una vida humana, la geografía parece inmutable. Pero está cambiando. Las generaciones más jóvenes verán transformarse los paisajes”.

 

Tsunami destructor al final de la Edad de Hielo

 

Uno de los protagonistas de la novela de Filhol, Marc, trabaja para la industria petrolera, que ha tenido un papel esencial en el paulatino redescubrimiento de Doggerland porque las prospecciones en el mar del Norte han permitido estudiar el suelo marino, analizar los sedimentos a mucha profundidad para tratar de comprender cómo se produjo la inundación. 

 

La conclusión mayoritaria es que fue un proceso paulatino: la tierra fue cambiando poco a poco, con la aparición creciente de lagunas y marismas, que se fueron salinizando. Sin embargo, los científicos están también convencidos de que, en un momento determinado, el proceso se aceleró con violencia, sobre todo a causa del llamado Tsunami de Storegga, provocado por un deslizamiento brutal de tierras en Noruega (100 kilómetros de costa se derrumbaron) hace 6.000 años.

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No solo las prospecciones en busca de hidrocarburos han profundizado la comprensión de Doggerland, sino también las inmensas granjas de molinos de viento para producir energía eólica que se están instalando en la zona. Otra de las novelas recientes sobre la Europa inundada transcurre en una de aquellas instalaciones. Se titula Doggerland y su autor es el británico Ben Smith: en un ambiente futurista relata la vida de dos personajes en una de aquellas instalaciones aisladas. 

 

La reconstrucción literaria de ese mundo hundido se completa con la escritora sueca Maria Adolfsson, que imagina en una serie de novelas policiacas, protagonizadas por la detective Karen Eiken Hornby, que la isla de Doggerland ha sobrevivido hasta nuestros días con una extraña mezcla del mundo escandinavo y británico. Acaba de publicar la tercera entrega de una serie traducida al alemán, francés, inglés e italiano, pero todavía no al castellano.

 

Poco a poco, de la mano de la literatura y la ciencia, Doggerland está saliendo de las brumas. Resulta difícil imaginar aquella Europa en la que el Rin y el Támesis eran casi el mismo río, en la que los países escandinavos tenían solo la costa del norte y los Países Bajos estaban muy lejos del mar. Pero, en cambio, cada vez resulta menos difícil imaginar que la geografía, vapuleada por los elementos, puede cambiar totalmente.

 

 

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