Por Rafael Calero Palma
Una de las cosas más terribles de las
campañas electorales es que los partidos abren los trasteros y sacan de
lo más recóndito de ellos a las viejas glorias que un día, tiempo ha,
fueron vanguardia.
De esta manera, antiguos pesos pesados vuelven a
sentirse, siquiera por un rato, importantes, rememorando los días de
vino y rosas que ya hace mucho que quedaron atrás y en los que ellos
eran los reyes de la baraja.
Uno de los que más juegan a este juego, es
sin duda, Felipe González, más conocido últimamente como el Abuelo
Cebolleta.
Los del PSOE, viendo que Pedro Sánchez por sí solo no se va a
comer un colín, han puesto al Abuelo Cebolleta a dar vueltas por
España, contando batallitas de cuando él sacaba mayorías absolutas y
mangoneaba sin que nadie dijese ni mú.
Al Abuelo Cebolleta, últimamente, entre
reunión y reunión del consejo de dirección de Gas Natural, le ha dado
por defender los derechos humanos. Y para ello, en vez de defenderlos
aquí en España, como si aquí no hiciese falta, el buen señor, se ha
puesto a defenderlos en Venezuela, según él, la peor dictadura del mundo
mundial.
Como la memoria es selectiva y cada uno
se acuerda de lo que le da la gana, el Abuelo Cebolleta ha formateado el
disco duro de su cerebro, y ya no se acuerda de que en la España que él
presidía, los derechos humanos dejaban mucho que desear, y que, por
ejemplo, en sus comisarías, cuando uno entraba, ya sabía que le iban a
dar hostias hasta debajo de las pestañas, como bien se encargó de
recordarle el genial Javier Krahe, en aquella coplilla que le valió la
exclusión ad infinitum de la TVE y de los contratos para cantar
en los ayuntamientos socialistas de la época, o sea, prácticamente
todos.
Parece ser que al Abuelo Cebolleta se le ha olvidado también
aquel secuestro legal que se perpetraba en este país contra todos los
varones cuando cumplían los 20 años, y que se llamaba servicio militar,
más conocido como la mili.
Durante un número determinado de meses, el
estado, legalmente te secuestraba por el solo hecho de ser varón y
joven, y te obligaban a hacer el moñas encerrado, privado de libertad,
en los cuarteles, durante un año o más de tu vida. Parece ser que
también se ha olvidado de todos aquellos chicos, conocidos como
insumisos, a los que se les condenaba a prisión, por decir no a la mili.
El Abuelo Cebolleta tampoco suele hablar
de sus compañeros de viaje. Gente como un tal Luis Roldán, un tal
Mariano Rubio, un tal Juan Guerra, un tal José Barrionuevo, un tal
Rafael Vera, un tal Julián Sancristóbal, un tal García Damborenea, un
tal Galindo, y etc., etc. porque si seguimos no terminamos en varias
horas.
Como todos sabemos, esta gente, al igual que el propio Abuelo
Cebolleta, sabían mucho de derechos humanos, así que ahora podrían,
todos ellos, dedicarse a dar conferencias por ahí, contando a quien
quiera escucharlos, mil embustes sobre Venezuela y sobre su presidente,
Nicolás Maduro.
Eso sí, cobrando cada una de ellas a cincuenta o sesenta
mil euros, que ya sabemos que los socialistas son muy suyos para eso de
poner la mano.
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