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Sacrificio de cerdos en china
Hace unos meses, en uno de los análisis más contundentes y críticos que pudimos leer hasta el momento sobre la pandemia actual, Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China escrito por el grupo Chuang, se
nos advertía lo siguiente: “ estas son lecciones importantes para
una época en que la destrucción causada por la acumulación interminable
se ha extendido tanto hacia arriba en el sistema climático mundial como
hacia abajo en los sustratos microbiológicos de la vida en la Tierra”
(Chuang, 2020). ¿Cuáles son esas advertencias?
Básicamente, que el virus
que está detrás de la actual pandemia (SARS–CoV–2), al igual que su
predecesor, el SARS–CoV de 2003, así como la gripe aviar y la gripe
porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo entre la economía y la epidemiología:
El coronavirus más reciente, en sus orígenes “salvajes” y su repentina propagación a través de un núcleo fuertemente industrializado y urbanizado de la economía mundial, representa ambas dimensiones de nuestra nueva era de plagas político–económicas. La acumulación capitalista produce tales plagas. (Chuang, 2020)
En otro análisis de
similar profundidad, “Ontología de guerra frente a la zoonosis” de
Mónica Cragnolini, a través de preguntas retóricas que paradójicamente
contienen respuestas, leíamos:
[…] ¿qué aspectos de la organización de nuestra vida a nivel de lo colectivo, de los sistemas sanitarios, de la economía, de los modos de vincularnos con la naturaleza, es necesario volver a pensar? Cuando pase la pandemia: ¿volveremos sin más, sin culpa, a esa forma de vida que está íntimamente vinculada con lo que nos está aconteciendo? ¿Esperaremos la próxima pandemia zoonótica para volver a asombrarnos y remitirnos a lo inesperado? (Cragnolini, 2020)
Dichas preguntas
encuentran sus respuestas al finalizar el artículo: “[…] la detención de
la maquinaria productiva-apropiativa-extractiva no durará demasiado:
una vez controlada la enfermedad, los engranajes volverán a engancharse y
seguirán su ritmo obsesivo (Cragnolini, 2020). La realidad política de
este territorio nos empuja a más. Pareciera ser que ni siquiera “la
detención de la maquinaria productiva-apropiativa-extractiva” se logró
“una vez controlada la enfermedad”, sino que se siguen aceitando sus
engranajes en el acontecer de la pandemia.
¿Cuál es el hecho que
impide la “detención de la maquinaria”? El 6 de julio pasado, la
cancillería argentina difundió la comunicación entre el Ministro de
Relaciones Exteriores y Culto, Felipe Solá, y el ministro de Comercio de
la República Popular China, ZhongShan, donde se anuncia una “asociación
estratégica” entre ambos países, referida a la producción de carne
porcina y se anuncia una “inversión mixta entre las empresas chinas y
las argentinas” para “producir 9 millones de toneladas de carne porcina
de alta calidad”, lo que “le daría a China absoluta seguridad de
abastecimiento durante muchos años” (Acción biodiversidad, 2020).
El contenido del video viralizado en las redes por la periodista Soledad Barruti, @solesbarruti, y el comunicado publicado en el sitio digital Acción biodiversidad,
también coincide con el análisis mencionado: “[…] el Covid-19 se trata
de un virus que emergió por alguna de estas causas: hacinar animales
para su cría industrial y/o su venta, y desintegrar ecosistemas
acercando a las especies entre sí (Acción biodiversidad, 2020).
En este comunicado, además, leemos algunas de las causas del posible acuerdo entre el gobierno argentino y el chino:
Dos años atrás China sufrió un fuerte brote de Peste Porcina Africana (PPA). Este virus -G4 EA H1N1-, altamente contagioso, afecta a los cerdos alterando de muchas formas su vitalidad. Para evitar su propagación en ese país, se estima que se habrían sacrificado aproximadamente entre 180 y 250 millones de cerdos (de modos sumamente crueles como quemarlos o enterrarlos vivos), lo que disminuyó la producción entre un 20% y 50%.
Hace poco tiempo, la revista científica PNAS publicó sobre el potencial pandémico actual de la Gripe Porcina, y su peligrosidad fue advertida también por la Organización Mundial de la Salud: el G4 EA H1N1 podría mutar y resultar infeccioso para los humanos.
Erradicar la Gripe Porcina y a la vez garantizar a su población el consumo de esa carne es una preocupación para China. Para alcanzar sus objetivos el gobierno de ese país autorizó a muchas de sus empresas a invertir en otros territorios, y a aumentar las importaciones de carne de cerdo. (Acción biodiversidad, 2020)
La política y la mutilación de lo viviente
Cuando intentamos realizar
una crítica hacia los diversos gobiernos que administran el Estado, no
lo hacemos por mero placer de un intento de pensamiento crítico, por
simpatía hacia tal o cual forma de gobernar o por creer que pueda
existir una manera benevolente de gestionarlo. La hacemos porque la
historia política de este territorio en particular y de la mayoría de
los territorios en general, nos demuestran que el Estado como garante
del Capital, más allá de otorgar “derechos” bajo el ala de una política
intervencionista, en el fondo, en su abismo maquínico que tritura todo
lo que esté a su alcance, no puede realizar otra acción que ser el guardián celoso de la “maquinaria productiva-apropiativa-extractiva”.
En
este sentido, el modelo económico del extractivismo es una política de
Estado que atraviesa a todos los gobiernos y que viola los derechos
indígenas y campesinos, beneficiando así a petroleras, mineras, grandes
estancieros y empresas del agronegocio. Esto lo advierte el periodista
Darío Aranda, especializado en esta temática. Recientemente, señaló el
doble discurso de Alberto Fernández cuando, por un lado, nos dice: “Hay
que repensar la lógica financiera del capitalismo. Lo que más necesita
la Argentina es inversión, producción, trabajo y desarrollo. No hay otro
modo de cambiar las estructuras de un país que no sea a través del
desarrollo” (Página 12, 2020).
Y, además, llama a los capitales
extranjeros a invertir en las “oportunidades de desarrollo” como Vaca
Muerta, la minería, la agroindustria y la actividad pesquera, “con un
criterio distinto del utilizado hasta ahora, favorecer la inversión en
el interior del país”, y abrió el abanico de oportunidades en obra
pública, entre ellas la ruta bioceánica con Chile y la hidrovía del
Paraná (Página 12, 2020). Pero, por el otro lado, en una charla
con jóvenes transmitida por TV Pública, decía: “La Argentina que tenemos
que construir es una Argentina medioambiental sustentable. Dejar de
producir contaminando. Dejar de infectar el aire que respiramos, dejar
de ensuciar el agua que tomamos […]. Y que no me vengan con los
argumentos económicos para tratar de sostener que sigamos contaminando
al mundo”.
Los “argumentos
económicos” son los engranajes que mueven la rueda del extractivismo.
Ese tono coloquial, “no me vengan”, que intenta igualar posiciones entre
el mandatario político y el ciudadano, no es más que un artificio
retórico cargado de demagogia. Si solo fuera esto, no sería tan
terrible. Nos es más que conocido el lenguaje de las autoridades
políticas, serio y solemne, pero con pizcas de coloquialismo para
igualarse ante la ciudadanía, rebosante de credibilidad, de fe. Por lo
que, en tal caso, el problema se podría reducir a creer o no.
Sin
embargo, la cuestión es que estos discursos, además de generar consenso,
afinidad política y garantizar “la paz social”, transmutan en acciones
políticas. Acciones que generan mayor deforestación para espacios de
feedlots (el engorde de animal en corral) y siembra de soja transgénica,
desplazamiento de comunidades indígenas y campesinas por dicha
deforestación, mayor utilización de productos tóxicos necesarios para
que todo lo transgénico crezca, enfermedades y malformaciones de las
poblaciones cercanas a las siembras por el uso de esos venenos y extrema
violencia y maltrato animal1:
[…] el existente humano se ha colocado en relación con la así llamada naturaleza en términos de una “ontología de guerra”: la idea moderna de “saber es poder” implicó el dominio de la tierra toda como objeto disponible, como recurso. “Ontología de guerra”, para caracterizar la forma en que nos relacionamos con lo que se considera “naturaleza”, guerra que se ensaña contra los animales, y contra modos de existencia humana que se consideran animalizados. Esta “ontología de guerra” muestra un nuevo aspecto en la lucha contra las zoonosis. (Cragnolini, 2020)
La
“transferencia zoonótica”, que es una forma técnica de decir que tales
infecciones “saltan” de los animales a los humanos, es una mecánica la
cual el capitalismo ayuda a gestar y desatar. Con el posible acuerdo
entre el gobierno argentino y el chino, el riesgo para la salud colectiva es
innegable, pero corre el peligro de ser desatendido. Igual que lo fue
en 1996 con la introducción de soja transgénica con la firma del ya
mencionado Felipe Solá, en ese entonces, como Secretario de Agricultura,
Ganadería y Pesca durante el gobierno menemista. Este personaje,
versátil y voluble, parece tener una obsesión por el avance de la
maquinaria. Aunque sabemos que solo es un peón en la partida, no nos
deja de asombrar su capacidad política de intensificar la guerra contra
ecosistemas y existencias humanas:
En esta época, se aprobó la introducción de semillas que solo crecen en combinación con un paquete de venenos aumentando el uso de agrotóxicos en un 1400% en casi 25 años de agronegocio transgénico. Esa soja que hoy ocupa el 60% de la tierra cultivada del país, que empuja el desmonte en las provincias del norte volviéndonos uno de los 10 países con más deforestación del mundo, y que luego es exportada a países como China para alimentar animales como los cerdos. (Acción biodiversidad, 2019)
“La guerra la iniciamos
nosotros cuando creímos que todo lo viviente estaba a nuestro servicio,
allí, `a la mano´, listo para ser utilizado, manufacturado, consumido,
aniquilado”, nos afirma Cragnolini. Sí, el “hombre” de nuestra cultura y
civilización inició la guerra contra todo lo viviente. Pero tenemos que
advertir que hay quienes intentamos asumir nuestras responsabilidades y
construir otros modos de existencia animal-humana y quienes nunca
escucharán. Podríamos empezar a descreer de estos negadores seriales de
lo viviente.
Nos corre por el cuerpo
rabia y odio contra los perpetradores de estas lógicas devastadoras de
la vida. ¿Qué otra cosa podemos sentir? ¿Qué diálogo podemos establecer
con quienes se encargan día y noche de tramar los cercanos futuros
envenenamientos que vendrán contra lxs que habitamos el territorio
colonizado-devastado-extranjerizado por el Estado argentino? ¿Qué
palabras podemos intercambiar si siempre hicieron, hacen y harán todo lo
que esté a su alcance para que “la maquinaria
productiva-apropiativa-extractiva” no se detenga? A la altura de
este 2020 pandémico y distópico, ¿no existen ya demasiados ejemplos de
que el Estado y el Capital son contrarios a la vida?
Deseamos con todas
nuestras entrañas, volver a oír. Volver a oír, en la voz de todos los
que insisten en que la máquina no se detenga, “el ligero temblor de
terror que nunca les abandona. Pues gobernar no ha sido nunca otra cosa
que retrasar mediante mil subterfugios el momento en que el pueblo les
colgará”. Escuchar el leve crujir de los cuellos de tecnócratas,
inversores y políticos que desprecian y mutilan lo viviente será un
placer que no conviene demorar.
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