Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


sábado, 15 de diciembre de 2012

‎1929/2008: REDUNDANCIA, ESTUPIDEZ Y ECONOMÍA

1929/2008: REDUNDANCIA, ESTUPIDEZ Y ECONOMÍA

Los economistas hablan de los ciclos económicos en el capitalismo. De épocas de bonanza que se interrumpen con épocas de recesión, y así sucesivamente. Yo, que no soy economista, creo que los ciclos se refieren a un aspecto de lo humano, mucho más prosaico, llamado codicia y estupidez. Para darse cuenta de esto, basta con echar la vista atrás. Durante el siglo XIX, las crisis económicas se sucedían con una periodicidad de diez años. A comienzos del siglo XX, el rearme espectacular llevado a cabo por las potencias europeas trajo consigo un incremento brutal del  gasto público. Europa, convertida en un polvorín, estalló en los Balcanes, y en la explosión, diez millones de seres humanos fueron barridos por el viento de la guerra. Tras cuatro años de esquizofrenia colectiva, en los que los hombres se convirtieron en borregos que morían bajo las balas disparadas por otros borregos, llegó la paz. Una paz que era más bien una mascarada. Una paz de mentira. Una paz que traía en su interior la guerra más destructiva que la Humanidad había conocido hasta entonces. Sí, todos sabemos de qué guerra estoy hablando. La Segunda Guerra Mundial.

En los locos años veinte el mundo se las prometía muy felices. Estados Unidos comenzaba a dar sus primeros pasos como imperio. La sociedad americana se lanzó a una orgía de consumo y derroche que Fitzgerald retrató a la perfección en su ópera prima El gran Gatsby. Fueron los años del jazz, del Foxtrot, de los salones de baile repletos, de las fiestas salvajes regadas con champagne, de la superficialidad enarbolada como la bandera del progreso sin límite. Durante ocho años, cientos de miles de personas se lanzaron a la aventura especulativa de la compra de acciones infladas por el humo del capitalismo, que ocultaba tras una cortina las miserias futuras de un sistema que contradecía punto por punto los principios más básicos de la lógica. La economía se convirtió en la ciencia demoníaca que es hoy, construida de estadísticas y números que representan nuestras vidas. 

El mundo capitalista inició una carrera salvaje hacia el abismo. Aunque la imagen de los accionistas y banqueros arrojándose al vacío es el icono que ha perdurado de aquel año de 1929, el año del Crack, el dolor colectivo y la miseria se reflejan mucho mejor en películas como Las uvas de la ira de John Ford, con sus carreteras atestadas de campesinos que morían en los márgenes de inanición y enfermedades. El tsunami financiero de octubre de 1929, con epicentro en Wall Street, destruyó con sus olas verdes el resto del mundo lentamente. Como si de una epidemia de cólera se tratase, países como Brasil, Argentina, Inglaterra, Alemania, Japón y tantos otros, sucumbieron bajo un sueño que terminó por convertirse en pesadilla. 

Y surgió el fascismo. Hitler ganó democráticamente las elecciones en Alemania en 1933 con promesas de grandeza y venganza. El poder militar se alió con el financiero, y mientras los generales afilaban sus cuchillos, los banqueros se frotaban las manos.  Los hombres, aterrados y hambrientos, comenzaron a odiar a otros hombres. La ecuación de la economía se simplificó hasta el límite en los años 30. El desenlace lo conocemos todos. Seis años de guerra, sesenta millones de muertos, un genocidio, bombas nucleares, el mundo dividido en dos bandos y un continente totalmente destruido.

A la primera década del siglo XXI nadie le ha puesto un nombre. Aún. Yo me aventuro a ponerle el calificativo de “La década de la estupidez redundante”. Hasta el año 2007 la economía ocupaba un espacio exiguo en los informativos de un planeta que observaba con tristeza las hambrunas de África, pero sonreía con complacencia la buena marcha de una economía basada en la creación de burbujas especulativas. Y nosotros, hombres y mujeres de Occidente, que nos hemos olvidado de que la Historia se repite con la periodicidad de las estaciones, posábamos nuestra mirada en un horizonte construido de hipotecas y finales de mes. Nuestra estrechez de miras y la codicia de los de siempre provocaron la mayor catástrofe económica de la historia del capitalismo, magistralmente explicada en el documental Inside Job. Ahora que la economía capitalista ha arrojado la máscara y nos enseña sus fauces, ennegrecidas por la sangre de todos aquellos que se inmolaron en el altar del dinero, ahora que tenemos miedo, ahora que tenemos seis millones de parados, ahora que el mundo gira mucho más despacio para nosotros, ahora tomamos conciencia. 

Y ahora quizás ya es tarde. Quizás la mediocridad de los políticos, sus bajezas morales, representan la esencia de un sistema que está enfermo y da sus últimos coletazos. Por supuesto que nosotros somos las víctimas, y ellos son nuestros verdugos. Pero no olvidemos las enseñanzas de los años veinte. Mientras los pobres sigan soñando con ser ricos, mientras caigamos en los mismos engaños del consumo, la rueda de la Historia, conducida por la oligarquía que gobierna el mundo desde hace cientos de años, continuará destrozando nuestros sueños. No quiero pecar de moralista, he cometido los mismos errores que todos. Pero creo que ha pasado demasiado tiempo desde que nos convertimos en esta sociedad del consumo. Reivindico la necesidad de recuperar el espíritu de aquel pueblo que alumbró la II República mientras el fascismo barría Europa. Reivindico, aunque casi nadie va a leer esto, aquel pueblo que paró con sus fusiles a las tropas de Franco en Madrid y durante tres años presentó batalla a Hitler y Mussolini.
 
Sólo un pueblo con conciencia es capaz de parar la espiral. Antes de que las naciones preparen sus cañones y siete mil millones de gargantas humanas enmudezcan. Aprendamos de la Historia: es la mejor predicción que existe.
‎1929/2008: REDUNDANCIA, ESTUPIDEZ Y ECONOMÍA
EXCELENTE ANÁLISIS REALIZADO POR JAVIER NIX CALDERÓN, ES UNA MAGNÍFICA REFLEXIÓN DE A LO QUE NOS HA LLEVADO ESTE SISTEMA PODRIDO Y LO QUE NOS ESPERA


Los economistas hablan de los ciclos económicos en el capitalismo. De épocas de bonanza que se interrumpen con épocas de recesión, y así sucesivamente. Yo, que no soy economista, creo que los ciclos se refieren a un aspecto de lo humano, mucho más prosaico, llamado codicia y estupidez. Para darse cuenta de esto, basta con echar la vista atrás. Durante el siglo XIX, las crisis económicas se sucedían con una periodicidad de diez años.

 A comienzos del siglo XX, el rearme espectacular llevado a cabo por las potencias europeas trajo consigo un incremento brutal del gasto público. Europa, convertida en un polvorín, estalló en los Balcanes, y en la explosión, diez millones de seres humanos fueron barridos por el viento de la guerra. Tras cuatro años de esquizofrenia colectiva, en los que los hombres se convirtieron en borregos que morían bajo las balas disparadas por otros borregos, llegó la paz. Una paz que era más bien una mascarada. Una paz de mentira. Una paz que traía en su interior la guerra más destructiva que la Humanidad había conocido hasta entonces. Sí, todos sabemos de qué guerra estoy hablando. La Segunda Guerra Mundial.

En los locos años veinte el mundo se las prometía muy felices. Estados Unidos comenzaba a dar sus primeros pasos como imperio. La sociedad americana se lanzó a una orgía de consumo y derroche que Fitzgerald retrató a la perfección en su ópera prima El gran Gatsby. Fueron los años del jazz, del Foxtrot, de los salones de baile repletos, de las fiestas salvajes regadas con champagne, de la superficialidad enarbolada como la bandera del progreso sin límite. Durante ocho años, cientos de miles de personas se lanzaron a la aventura especulativa de la compra de acciones infladas por el humo del capitalismo, que ocultaba tras una cortina las miserias futuras de un sistema que contradecía punto por punto los principios más básicos de la lógica. La economía se convirtió en la ciencia demoníaca que es hoy, construida de estadísticas y números que representan nuestras vidas.

El mundo capitalista inició una carrera salvaje hacia el abismo. Aunque la imagen de los accionistas y banqueros arrojándose al vacío es el icono que ha perdurado de aquel año de 1929, el año del Crack, el dolor colectivo y la miseria se reflejan mucho mejor en películas como Las uvas de la ira de John Ford, con sus carreteras atestadas de campesinos que morían en los márgenes de inanición y enfermedades. El tsunami financiero de octubre de 1929, con epicentro en Wall Street, destruyó con sus olas verdes el resto del mundo lentamente. Como si de una epidemia de cólera se tratase, países como Brasil, Argentina, Inglaterra, Alemania, Japón y tantos otros, sucumbieron bajo un sueño que terminó por convertirse en pesadilla.

Y surgió el fascismo. Hitler ganó democráticamente las elecciones en Alemania en 1933 con promesas de grandeza y venganza. El poder militar se alió con el financiero, y mientras los generales afilaban sus cuchillos, los banqueros se frotaban las manos. Los hombres, aterrados y hambrientos, comenzaron a odiar a otros hombres. La ecuación de la economía se simplificó hasta el límite en los años 30. El desenlace lo conocemos todos. Seis años de guerra, sesenta millones de muertos, un genocidio, bombas nucleares, el mundo dividido en dos bandos y un continente totalmente destruido.

A la primera década del siglo XXI nadie le ha puesto un nombre. Aún. Yo me aventuro a ponerle el calificativo de “La década de la estupidez redundante”. Hasta el año 2007 la economía ocupaba un espacio exiguo en los informativos de un planeta que observaba con tristeza las hambrunas de África, pero sonreía con complacencia la buena marcha de una economía basada en la creación de burbujas especulativas. Y nosotros, hombres y mujeres de Occidente, que nos hemos olvidado de que la Historia se repite con la periodicidad de las estaciones, posábamos nuestra mirada en un horizonte construido de hipotecas y finales de mes. Nuestra estrechez de miras y la codicia de los de siempre provocaron la mayor catástrofe económica de la historia del capitalismo, magistralmente explicada en el documental Inside Job. Ahora que la economía capitalista ha arrojado la máscara y nos enseña sus fauces, ennegrecidas por la sangre de todos aquellos que se inmolaron en el altar del dinero, ahora que tenemos miedo, ahora que tenemos seis millones de parados, ahora que el mundo gira mucho más despacio para nosotros, ahora tomamos conciencia.

Y ahora quizás ya es tarde. Quizás la mediocridad de los políticos, sus bajezas morales, representan la esencia de un sistema que está enfermo y da sus últimos coletazos. Por supuesto que nosotros somos las víctimas, y ellos son nuestros verdugos. Pero no olvidemos las enseñanzas de los años veinte. Mientras los pobres sigan soñando con ser ricos, mientras caigamos en los mismos engaños del consumo, la rueda de la Historia, conducida por la oligarquía que gobierna el mundo desde hace cientos de años, continuará destrozando nuestros sueños. No quiero pecar de moralista, he cometido los mismos errores que todos. Pero creo que ha pasado demasiado tiempo desde que nos convertimos en esta sociedad del consumo. Reivindico la necesidad de recuperar el espíritu de aquel pueblo que alumbró la II República mientras el fascismo barría Europa. Reivindico, aunque casi nadie va a leer esto, aquel pueblo que paró con sus fusiles a las tropas de Franco en Madrid y durante tres años presentó batalla a Hitler y Mussolini.

Sólo un pueblo con conciencia es capaz de parar la espiral. Antes de que las naciones preparen sus cañones y siete mil millones de gargantas humanas enmudezcan. Aprendamos de la Historia: es la mejor predicción que existe.

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