Cuando a las bertsolaris las llevaban a juicio
En el siglo XV la mujer vasca improvisaba ya versos en funerales y luego los usó contra los que llevaban una vida licenciosa
«Muchas mujeres bertsolaris del siglo XIX eran analfabetas, aunque tenían un gran dominio del lenguaje. Es algo muy chocante», reconoce Ana Isabel Ugalde. Es en ese siglo cuando aparece la palabra 'bertsolari', aunque «eso no significa que la actividad no exista antes».
Profesora de Didáctica de las Ciencias en la Universidad del País Vasco (UPV), la historiadora habló el miércoles sobre los orígenes de la versificación femenina en Euskadi en las jornadas 'Historia de las mujeres, mujeres en la Historia', en la Facultad de Letras en Vitoria.
El verso improvisado en euskera se da en esos momentos tanto en ambientes rurales como urbanos. «Seguramente era algo habitual que la gente jugará con las palabras y la música mientras hacía alguna tarea». Y las clases humildes echan mano del verso para criticar a los más poderosos.
«Poco a poco, se dan casos de mujeres condenadas por versificar en contra de lo que ellas consideran vida licenciosa. Así, en 1721 se juzga a Ángela de Armona y su hija Ana María de Gorostieta por unos bertsos en los que ironizaban el proceder del boticario de Eibar», explica la historiadora.
En un periodo posterior hay constancia de mujeres que no solo improvisan versos, sino que también los escriben, como la azkoitiarra Vicenta Moguel, que «compuso unos que se vendieron como 'bertso paperak' en 1828».
«Lo que las mujeres no hicieron fue dar el salto a la profesionalización, que comienza en el siglo XIX con los concursos de bertsolaris y los juegos florales». Entonces y antes, explica la historiadora, muchas bertsolaris son de las clases humildes y analfabetas, aunque «tienen un dominio del lenguaje asombroso.
Esto extraña al periodista y escritor catalán Juan Mañé y Flaquer, como cuenta en 'El oasis: viaje al país de los Fueros' (1876-1880)».
Las viriles guipuzcoanas
«La sociedad del Antiguo Régimen es misógina. Cree en la inferioridad de la mujer», explica Bakarne Altonaga, del Departamento de Historia Contemporánea de la UPV, que mañana hablará de las mujeres viriles en el siglo XVIII en el discurso de Manuel de Larramendi (1690-1766).
Jesuita, filólogo e historiador, escribe en 1754 la 'Corografía de Guipúzcoa', una especie de atlas etnográfico provincial que «es una defensa del sistema foral frente al centralismo de los Borbones», señala la historiadora.
El clérigo presta en esa obra especial atención a la mujer guipuzcoana, que presenta como viril en el sentido de «la fortaleza de su aspecto físico», consecuencia del duro trabajo, y por su rectitud moral y religiosa.
Aunque es lo mismo que caracterizaría entonces a las mujeres de toda España, De Larramendi considera a las guipuzcoanas «de valor superior a su sexo, no tan espantadizas como en otras provincias».
«No sólo son superiores a las mujeres de otras regiones, sino también a los hombres de otras regiones», destaca Altonaga, quien añade que el clérigo apunta cómo en los episodios bélicos entre España con Francia en tierras guipuzcoanas «algunas y muchas han hecho cosas 'hazañosas' y muy 'varoniles'»
El discurso del jesuita «sobre la feminidad fue una mezcolanza de argumentos ensalzadores de determinadas mujeres y aspectos negativos de otras. Su uso de la retórica de la excelencia no pretendía ser parte de una apología generalizada de las capacidades de las mujeres al estilo feijooniano.
Más bien al contrario, fue instrumentalizada como parte de una estrategia de singularización identitaria».
Ese aspecto del discurso regionalista del padre De Larramendi, la deseable virilidad de la mujer, tendrá su continuidad en el siglo XIX con Sabino Arana, cuando invente el nacionalismo vasco y haga extensivo ese ideal femenino de 'mujer fuerte' a todas las vascas, y «también aparece en el ruralismo de Trueba y en el mismísimo Humboldt».
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